Turingia, más que el enésimo aviso
Por motivos más que conocidos, una victoria electoral de la extrema derecha en Alemania no da igual que una victoria electoral de la extrema derecha en cualquier otro país. Incluso en aquellos países que también sufrieron dictaduras fascistas, como Italia o España, el dominio abrumador de la extrema derecha (en Italia gobiernan los Hermanos de Italia de Georgia Meloni, y en España, la extrema derecha condiciona la escena política, los poderes del estado y buena parte de la prensa) no tiene el mismo impacto que una victoria de Alternativa para Alemania (AfD), aunque sea en un Parlamento regional. Esto es porque Alemania, sencillamente, es Europa, mientras que, sobre España e Italia, todavía hay sectores que se preguntan si debía dejarse entrar en la Unión Europea en pie de igualdad con los demás estados miembros. Son los mismos sectores que solían referirse a los países del sur –Portugal, Italia, Grecia y España– con el acróstico PIGS, cerdos.
Sin embargo, la victoria del partido neofascista no es tan sólo haber quedado primero en las elecciones de Turingia (y según en las de Sajonia), sino haber conseguido que los dos grandes partidos del sistema político alemán, el SPD y la CDU, hayan acabado asumiendo la AfD como actor político, e incorporando porciones de su ideario en los discursos de sus dirigentes. Es cierto que el propio sistema sigue manteniendo el cordón sanitario contra la extrema derecha, pero es razonable preguntarse cuánto tiempo se mantendrá, sobre todo cuando sectores de la CDU especulan abiertamente con la idea de llegar a acuerdos con la AfD, mientras que en el SPD hemos podido ver estos días al mediocre Olaf Scholz intentando rascar algún voto a costa de flirtear con la retórica antiinmigración. El pacto europeo de migración no ha servido, pues, para contener el avance de la extrema derecha en Europa, tampoco en Francia ni en Alemania.
La peor noticia sobre la extrema derecha es que su presencia se haya normalizado sin problemas dentro de las democracias occidentales, cuando por su propia naturaleza la extrema derecha parasita, desvirtúa y pudre desde dentro los sistemas democráticos. ¿También la parasitan, la desvirtúan y la pudren los partidos del sistema que son corruptos? También, por supuesto, pero se supone que los estados de derecho tienen contrapoderes para frenar las malas y pésimas prácticas, los abusos de poder, etc. No tienen tantos, en cambio, para contrarrestar los discursos de odio que envenenan la convivencia y amenazan la cohesión social.
En España apenas se ha producido la controversia sobre el cordón sanitario, por la sencilla razón de que el PP nunca se le ha planteado en serio. No solo eso, sino que gobierna con Vox en cinco comunidades autónomas (incluyendo la Comunidad Valenciana y Baleares) y lo hará en España tan pronto como la suma de sus escaños lo permita, sin dudarlo ni un instante. El último barómetro del diario El País apunta hacia aquí, y aporta también un dato especialmente preocupante: el 26% de los hombres jóvenes en España, entre 18 y 26 años, prefieren el autoritarismo por encima de la democracia “en algunas circunstancias”, no se especifica cuáles. Los llaman generación Z, y quizá ya sea acertado: zzzzz...