El turismo tiene futuro, pero es urgente reconvertirlo

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Un grupo de turistas en la Plaça de la Catedral de Barcelona

El turismo ha sido el sector más castigado por la pandemia porque su razón de ser es la movilidad y la interacción social, las dos cosas que más contribuyen a la propagación del virus y, por lo tanto, las que han tenido más restricciones. Esto ha supuesto una fuerte caída del PIB catalán y español, por encima de la media europea, porque somos muy dependientes de él, demasiado. En Catalunya el turismo tiene un peso aproximado del 17% del PIB, y de él cuelgan indirectamente otros sectores, como el de la logística, la alimentación o incluso la construcción, que sin la demanda turística también quedan menguados. La crisis del covid ha mostrado la fragilidad del sector y la dependencia excesiva que tenemos. También que lo necesitamos porque de momento no hay muchas alternativas para crear ocupación y hacer crecer la economía.

La crisis pandémica ha servido un poco para poner a todo el mundo en su lugar. Los antiturismo, que estuvieron muy activos antes de la crisis, han visto hasta qué punto este es un sector troncal para mucha gente, tanto los trabajadores a menudo poco cualificados que tienen dificultades para encontrar trabajo en otros sectores como también los cualificados, porque la cadena de servicios es extensa y ha afectado a mucha gente. Pero también ha servido para hacer ver a los proturismo el peligro de poner todos los huevos en la mismo cesta, y han visto como el monocultivo turístico que viven muchas zonas es una bomba de relojería cuando algún elemento externo –ahora una pandemia, pero también puede ser el terrorismo o disturbios sociales– deja un destino fuera del mercado.

Y todo ello en el marco del gran debate del momento, que es la crisis climática y las medidas que hay que tomar ya con urgencia para combatirla. Entre ellos está la necesidad de viajar menos para reducir las emisiones de aviones, barcos y todo tipos de vehículos. La concienciación de la población hará también que con el tiempo se imponga una exigencia más alta de los clientes, que valoran factores como la sostenibilidad y la ecología a la hora de escoger su destino, además de unas normativas más estrictas.

Eso sí, no nos engañemos: el turismo no desaparecerá. Si algo tiene ahora mismo la mayoría de la población de los países desarrollados es ganas de moverse y de hacer turismo. Y los destinos, que en realidad son todo el mundo porque hay pocos lugares donde el turismo no sea una parte importante de la economía, están deseando que vuelva el flujo de viajeros y de dinero.

El turismo todavía tiene futuro, esto está muy claro, pero también lo es que hay que cambiar el modelo y tarde o temprano el mundo tendrá que asumir que es imposible seguir con el ritmo frenético y low cost que teníamos hasta 2019. Intentar combatir la crisis, como ha sido tendencia en muchas zonas de sol y playa, bajando los precios es insostenible. El camino es el contrario, dicen los expertos. Reducir las plazas, diversificar la oferta, mejorar el nivel del servicio y competir por la sostenibilidad. Esto no quiere decir buscar al turista rico, quiere decir ajustar la demanda a la oferta que puede resultar más equilibrada en todos los niveles, tanto el ecológico como el económico, asegurando puestos de trabajo de calidad y una experiencia de vacaciones atractiva. No será fácil, pero tendría que ser una estrategia clara a medio y largo plazo. 

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