¿La UE apostará de verdad por las renovables?

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Parque eólico en la Terra Alta, cerca de Batea

El conflicto de Ucrania es una guerra –no solamente, pero también– por los recursos. Del tipo de conflictos que los expertos hacía años que alertaban que se multiplicarían con la crisis climática. Y ha sido disruptivo precisamente para el ciclo de circulación de recursos clave como los cereales, los fertilizantes agrícolas, el gas y el petróleo. Rusia ha jugado desde el principio la carta de la presión energética, y lo continúa haciendo. El domingo el mismo el subjefe del Consejo de Seguridad de Rusia y expresidente del país, Dmitri Medvédev, vaticinaba una revisión del precio del gas ruso para el final del año que implica un aumento del 43% respecto al actual. Lo dijo en su canal de Telegram, donde remató el mensaje –más bien una amenaza– con un irónico: "Con los mejores deseos".

Ante esta situación, Europa solo tiene una solución válida a largo plazo para avanzar hacia la soberanía energética: apostar decidida y con fuerza por las renovables. Y hacerlo de manera coordinada, o sea, aumentando las interconexiones eléctricas entre los estados miembros de la Unión. Antes de la guerra este era el camino claro (otra cosa es la velocidad con que se recorría). Y este lunes, la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, después de admitir que el precio de la electricidad se ha hecho "desorbitado" y que hace falta "una intervención de emergencia y una reforma estructural del mercado eléctrico", ha asegurado que hay que eliminar la dependencia europea del gas ruso y avanzar en las energías renovables.

"Cada kilovatio de electricidad que Europa genera de energía solar, eólica, hidráulica, biomasa, geotérmica o de hidrógeno verde nos hace menos dependientes del gas ruso", ha dicho Von der Leyen. Y tiene todo el sentido. Pero, de momento, la realidad es que, debido a la guerra, Alemania ha vuelto a las centrales de carbón, aumenta la presión para renovar la apuesta por la energía nuclear y el gas natural de EE.UU., extraído a través del fracking, se ha hecho imprescindible para diferentes estados europeos. Para acabarlo de rematar, la sequía, que ha obligado a frenar e incluso a parar centrales hidroeléctricas, todavía ha hecho crecer más el consumo de gas para generar electricidad.

El tópico de la autoayuda dice que las crisis son oportunidades. La realidad, por desgracia, hace que demasiado a menudo esta frase suene naif, pero, aun así, a veces lo pueden ser. Y ahora la Unión Europea tiene dos caminos frente a sus ojos. Uno pasa por una transición energética, decidida y coordinada, que no será fácil y seguro que implicará contradicciones y disputas. Necesitará mucho diálogo. El otro tira hacia el sálvese quien pueda digno de un club de estados que no se creen la necesidad de actuar con unidad, por el cortoplacismo de buscar alternativas fósiles al combustible ruso. Entremedias también hay senderos más o menos oscuros, como el que implicaría ceder de una manera u otra al chantaje ruso.

En todo caso, ahora estamos en un momento clave para el futuro de Europa: la hora de decidir si, más allá de las buenas palabras, la Unión opta de verdad por desplegar todo el potencial de las energías renovables.  

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