Jacques Delors en una imagen de 1998. Delors presidió la Comisión Europea entre 1985 y 1994.
15/01/2024
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La reciente muerte de Jacques Delors ha sido la causa que ha hecho que estas últimas semanas yo haya leído, y en muchos casos releído o recordado, muchos escritos míos, o de otras personas, relacionados con las actividades de los seis años largos de mi estancia de trabajo en Bruselas, en el seno de Comisión de la UE. Estuve cuatro años en un cargo con un nombre muy curioso (conseiller hors class), nombrado directamente por la Comisión y no por el país de origen, y dos años más en encargos externos contratados por los comisarios o por la misma presidencia. Estas vivencias de ahora han tenido una agradable dimensión emocional, pero al mismo tiempo han alimentado y han hecho crecer la preocupación que desde hace unos años tengo por el futuro de la actual Unión Europea. Fue una gran suerte coincidir con Delors al frente de la Comisión, y poder colaborar un poco desde mi puesto en todo lo que significó ese período de crecimiento, de integración, de consolidación y de visión de futuro hacia una plena unidad económica y una nueva construcción social y política (espacio Schengen, Tratado de Maastricht, Erasmus, Libro Blanco de Delors...). No os extrañe, pues, que quiera expresar la ilusión de lo que para mí significó aquella etapa, pero también explicar cómo más tarde fue creciendo mi desilusión, y hasta qué punto ha aumentado ahora mi preocupación por el futuro de la UE.

1. Las dos décadas siguientes. Creo que la dinámica, que hasta los años 90 fue muy estimulante y positiva, cambió a partir de la no aprobación de la propuesta de Constitución, y con la ampliación de hasta 27 miembros que han tenido que convivir, y siguen haciéndolo, en un espacio regulado solo por un tratado y no por un mecanismo constitucional. Esto supone una gran dificultad para adoptar decisiones y continuar con una dinámica de integración económica y sobre todo sociopolítica. Un elemento importante de esta dificultad fue la exigencia de la unanimidad en las decisiones, lo que supuso el derecho de veto de cada uno de los miembros, lo que, teniendo en cuenta la diversidad de deseos y objetivos de los viejos y de los nuevos, han hecho mucho más difíciles y lentos los procesos y negociaciones.

En uno de los libros que publiqué a principios de este siglo decía textualmente: "[...] mientras las cosas van evolucionando de forma acelerada, Europa lleva 15 años prácticamente parada, irritantemente parada. No es que no se mueva, es que no se mueve ni en la dirección adecuada ni con la velocidad necesaria... tenemos que intentar coger el tren que ya se está perdiendo". He explicado repetidamente que la actividad de la UE ha mejorado y se ha activado bastante en los últimos años con la presidencia de Ursula von der Leyen, haciéndonos recordar viejos tiempos. Ha contribuido en gran parte la necesidad de tener que reaccionar ante crisis como la ecológica, o como la pandemia o las guerras de Ucrania y Gaza. Pero parece que ya se está empezando a querer volver a una cierta normalidad anterior, que significa de nuevo no querer, o poder, avanzar en muchos aspectos urgentes, tanto económicos como sociales y sobre todo políticos.

2. Un nuevo reto urgente. Mi preocupación viene de que veo que a los diferentes retos que tenemos delante y de los que hablamos continuamente se le añade otro de tipo más general: decidir cuál debe ser en los próximos años el papel de Europa y de las sus naciones dentro de la geopolítica mundial. He dicho que se añade, pero la realidad es que hace tiempo que lo tenemos, pero no lo hemos sabido aceptar ni, por tanto, hacerle frente.

No hace falta decir hast qué punto la geopolítica global ha estado cambiando durante las últimas décadas y cómo esto hace que el reparto de papeles, y por tanto de poder, entre los diferentes actores (EEUU, China, la UE, Rusia, India, Japón, Brasil...) se esté configurando de nuevas formas. En este reparto, Europa, que tiene unas cifras de población y de PIB más altas que casi todos ellos, está saliendo muy perjudicada por no tener una unidad política, ni ningún estado que tenga una dimensión lo suficientemente grande como para entrar en el reparto. Si esto se mantiene así algunos años más, la falta de una unidad política hará imposible que la UE pueda jugar en el juego de fuerzas del conjunto del mundo, y la falta de dimensiones de los actuales estados europeos impedirá que sean tenidos en cuenta y, por tanto, su papel será absolutamente residual en el contexto mundial. Esto ya lo han experimentado otros, como Rusia o Japón, y más recientemente Reino Unido con su Brexit. Rusia ya ha reaccionado, y ya veremos cómo termina el post-Brexit.

Son urgentes iniciativas más claras hacia la consolidación de una Europa con unidad política –seguramente de tipo federal–, con mayor presencia del papel de los ciudadanos en la elección de los órganos gestores de la UE y con la eliminación de la exigencia de unanimidad en sus decisiones. Sé que esto puede significar que alguno de los actuales miembros prefiera salir; será un error por su parte, pero no puede estar impidiendo que se consolide una amplia mayoría para avanzar en esa dirección. Puedo equivocarme, pero creo que esto sería muy próximo a lo que Jacques Delors pensaría en estos momentos, teniendo en cuenta el bien de Europa y lo que una Europa potente podría hacer para el bien de otros.

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