El primo pregunta: “¿Qué le han pasado los reyes?”, que no quiere decir que los reyes, como los de tarjeta T-Drogues, te “pasen” los juguetes (los que sean). “Pasar”, en este caso, viene del verbo que utilizamos para decir que vienen. Como los Reyes "pasan" por nuestra casa nos han pasado regalos. La misma situación verbal se produce con el tió, el tronco entrañable que maltratamos a golpes de garrote, con el noble propósito de que caiga regalos. La tía, cuando quiere saber la hora, pongamos por el caso, de la ceremonia defecante, no nos pregunta, cómo sería lógico: “¿A qué hora hizo cagar el tió?”. o “¿A qué hora cagará el tió?” o “¿Qué le ha cagado el tió?”. La tía, con toda naturalidad, pregunta: “¿Cuándo cae el tió?”.
Cuando dice “caga” queda claro que no somos nosotros los que defecamos sobre el pobre tronco indefenso. “Cae el tió” significa que bastone dicho tronco con el noble propósito de que sea él quien caga. Todo el mundo lo entiende. “Ahora cagamos el tió” no sé cómo podríamos traducirlo. Sin embargo, las sonrisas a la hora de hablar de esta tradición nuestra no vendrían de aquí.
Este sistema verbal también se produce en el caso de otra tradición navideña. Los pastorcillos. Suelen hacerse en pueblos –al mío se ha hecho con gran éxito– con actores aficionados y un director, también aficionado. Y bueno, cuando te pregunta la tía quien es el director, de la obra, no lo pregunta así. No dice: "¿Quién es el director?". Lo que dice es: “¿Quién te ensaya?”. Quiere decir “quien les hace ensayar”, pero convierte el verbo en otra cosa. Nosotros somos ensayados. Y me parece una de las cosas más divertidas de la Navidad.