Vivir para vivir

Mientras el genocidio en Gaza sigue imparable pese a las protestas ciudadanas y las inútiles políticas internacionales y monárquicas; mientras Trump escupe su veneno en la ONU y este organismo se debilita cada vez más, y eso que lleva décadas demostrando su ineficacia; mientras el discurso contra la inmigración sigue convenciendo y no convence ninguna posibilidad de que evite que la gente tenga que moverse ilegalmente por el mundo; mientras la corrupción debilita a las democracias y los regímenes autoritarios pueden someter a sus naciones sin problemas; mientras la naturaleza sigue siendo un bien infinito que se puede destrozar; mientras todo el mundo sigue ignorando el infierno en el que viven las mujeres afganas; mientras los drones y la IA sobrevuelan nuestras cabezas para hacerlos explotar; mientras la belleza y empatía apenas tienen espacio en las noticias del día; mientras se nos acumulan los problemas sobre la mesa y desaparecen las soluciones, la ciencia estudia cómo vivir más.

Acabamos de saber que la mujer más longeva del mundo, la catalana Maria Branyas, que murió a los 117 años, tenía una edad biológica 23 años inferior a la edad cronológica y que gracias a su genética y sus hábitos pudo vivir tantos años y en condiciones. A partir de un estudio genético exhaustivo pueden llegar a sacarse conclusiones muy importantes para entender el envejecimiento del cuerpo, pero mientras se investiga la posibilidad de alargar la vida humana, nuestra realidad, por ejemplo, es una falta de vivienda para los jóvenes y un aumento de residencias para las personas mayores; unas contradicciones tan sólidas que hacen pensar de nuevo que empezaremos la casa por el tejado. Pero se quiere vivir más, ¿de qué modo? ¿Somos capaces de crear una sociedad occidental que incorpore las edades de una forma más orgánica y dé el cuidado necesario tanto a los niños como a las personas mayores sin que todo ello suponga una losa? ¿Queremos vivir todas las edades en la máxima plenitud, o simplemente queremos respirar más tiempo? Sin desmerecer el trabajo científico, que yo tomo paracetamol, es interesante reflexionar en profundidad sobre cómo influyen los factores socioeconómicos, climáticos y de personalidad, y por qué tenemos ese afán de vivir más, aunque se mantiene la certeza del final.

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Hace pocos días eran Vladimir Putin y Xi Jinping quienes hablaban de la posibilidad de que la vida se alargue considerablemente. Una posibilidad que, si llegan a tener todos los seres humanos, algo muy improbable, querría decir que prolongaría tanto la vida de los dictadores, violadores, psicópatas, narcisistas o depredadores como la de los honestos, empáticos, altruistas o virtuosos. Porque no conozco ningún estudio científico, lo que no quiere decir que no exista, que diga que la mayoría de personas que llegan a envejecer mejoran sus conductas o que, si vivieran más años, serían más altruistas, compasivas y solidarias. Lo que sí creo que nos queda claro es que con más años celebrando los cumpleaños las pastelerías son un negocio de futuro, que si se habla mucho de los tres yogures al día que se comía Maria Branyas seguro que aumenta el consumo de yogur, y que más años no evitarán que se lean adjetivos ridículos como “superavia” o que se añade récord Guinness, porque la vida todavía se cuenta según el sitio que ocupamos en un ranking. Que el ser humano pueda llegar a vivir más parece bastante probable, pero que deje de competir consigo mismo para seguir alimentándose como un vampiro es lo que nos falta por ver.