Dale, que es moro

En Vic, en los años noventa, ya había algunos grupos de neonazis. Yo los miraba de lejos y me acuerdo de que me provocaban un miedo casi instintivo, visceral. Mirados con perspectiva histórica, es raro que tanto ellos como Vox hayan focalizado su odio en el moro, dadas sus simpatías con el franquismo. El dictador es conocido de sobra por su morofilia. El alzamiento contra la República, de hecho, no habría podido producirse sin las numerosas tropas reclutadas en el Rif. Pero si algo caracteriza a estos fascistas posmodernos es su capacidad de defender valores contradictorios. Ahora ya no se declaran antisemitas, pero si no existiera el fenómeno de la inmigración, ¿hacia dónde dirigirían su odio estos nostálgicos que ya cuando se paseaban con bombers y pantalones ajustados se presentaban como unos rebeldes antisistema de carácter reaccionario? Lo que en este sentido nos dicen las encuestas sobre el giro hacia la extrema derecha de la juventud es una continuación de esas bandas de skinheads, solo que de alcance masivo gracias a la potencia irradiadora de los medios digitales. Animar a salir a "cazar al moro" no es ninguna novedad y basta con repasar la hemeroteca para descubrir casos como El Ejido y Ca n'Anglada y otros episodios de violencia racista dirigida al "otro" por antonomasia.

Haría falta, en este caso, no caer en el endulzamiento de los mensajes de los grupos de ultraderecha afirmando que son contrarios a la inmigración o a los sinpapeles o llamándolos xenófobos. Ni siquiera la palabra racismo les queda bien porque, de hecho, en España (y en Catalunya) de lo que hablamos es de un odio atávico y profundo a partir de una construcción muy sólida en el imaginario colectivo que viene de lejos. Si bien es cierto que Franco logró una extraña hibridación organizando una cruzada ejecutada por un número importante de soldados musulmanes contra el enemigo supuestamente común –el rojo y ateo– (aunque debemos recordar que muchos de los moros que llevó el dictador lo acompañaban porque sus familias se morían literalmente de hambre), si vamos atrás en el tiempo encontramos la raíz de la morofobia hispánica exactamente en la guerra colonial que comenzó en 1909 y terminó en 1925 en el llamado "Desembarco de Alhucemas" (y que se ve que algunos militares aún querían conmemorar este septiembre) y la instauración de un protectorado. Es en la conquista colonial donde se forja, mediante la propaganda mediática, una imagen del moro como salvaje primitivo y astuto, que aún supura por las rendijas por las que emerge nuestro subconsciente colectivo. Eloy Martín Corrales en su día hizo un repaso de esa vertebración del norteafricano como enemigo perpetuo en su libro La imagen del magrebí en España. Debo decir que ver las ilustraciones del volumen, muchas publicadas en periódicos y revistas de la época de la penetración, me resulta tan vomitivo que nunca he podido mirarlas todas.

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Los hechos de Torre Pacheco de estos días no van de xenofobia ni de rechazo al inmigrante, y no parten del desconocimiento del sujeto odiado, sino de lo contrario: del odio al "otro" con el que se ha tenido más contacto y más conflictos. También es un reflejo de cómo la construcción de la identidad nacional es, por definición, una separación radical respecto a este elemento considerado radicalmente opuesto y que encarna todos los males que no quieren verse en la propia sociedad. Es por eso que este racismo específico, la morofobia, es perfecto para una formación populista como Vox, que crece cuando es capaz de atizar el odio contra una figura reconocible y articulada mediante diferentes capas de desecho y estereotipos. Da igual que, en este caso, los racistas puedan pasar perfectamente por magrebíes, porque es la imagen del enemigo exterior que ha penetrado de manera ilícita y a traición en territorio español lo que excita las pulsiones sádicas de los linchadores; es la necesidad de limpiar de elementos impuros una sociedad cuya corrupción es atribuida a estos extranjeros.