Querer y votar
1. Golpismo. “¿Qué hará el rey a partir de ahora? ¿Firmará estos indultos?”, estas palabras de la presidenta Díaz Ayuso durante la concentración de Colón son una incitación al golpe de estado. Da igual si fue una expresión espontánea de quien busca siempre más protagonismo que nadie o si iba en el guion preparado por su asesor de comunicación. Díaz Ayuso invitaba al rey a cometer un acto que solo sería aceptable si fuera acompañado de la abdicación. La casa real ha tenido que salir inmediatamente a cortar cualquier especulación. De tanto acusar a los adversarios de golpistas, parece que la presidenta se ha contaminado.
El fracaso de la concentración contra los indultos ha hecho que veinticuatro horas después todo el mundo los dé ya por seguros. Si a esto sumamos las señales de distensión que vienen del independentismo, ¿cómo tenemos que interpretar el que está pasando? Poco a poco se va extendiendo la necesidad de entrar en una fase de sosiego. Y quizás esto es lo que querría evitar la presidenta de Madrid con su provocación. Ha pasado suficiente tiempo desde octubre de 2017 para que solo quien no lo quiere ver niegue lo que es evidente: la demanda social gira hacia buscar puntos de entendimiento y pacificación.
En la conciencia de los límites está la posibilidad de crear puntos de encuentro. Poco a poco, el independentismo va asumiendo lo que es obvio: que la independencia por la vía de la ruptura es, ahora mismo, inviable. En estos tres años y medio, el independentismo ha desmentido a aquellos que creían que solo era un espejismo, consolidando su mayoría parlamentaria, pero, más allá de esto, el balance se reduce a algunas pequeñas victorias en el campo judicial en Europa, sin ninguna repercusión en el comportamiento de los gobiernos europeos, que ponen, eso sí, en evidencia la politización de la justicia española. En España parece que algunos ya empiezan a darse cuenta que la derrota y liquidación del independentismo es un sueño y que, a pesar de todo (en este "todo" se sitúa el activismo judicial), se tienen que encontrar vías para llegar a acuerdos.
2. Límites. ¿Qué hace falta para que la vía política sea viable como forma de reencuentro? Principalmente, dos cosas: querer y votar. Primero, que una amplia mayoría de las dos partes acepte que no hay otra vía que esta. Ahora mismo esto parece más fácil en Catalunya que en España, sobre todo mientras la derecha española vea lo que está pasando como una oportunidad de tumbar a Sánchez. La disposición de los diferentes actores para llegar a grandes acuerdos es central y muy difícil después de un conflicto que ha dado vía libre al odio y a la represión. Pero es que, además, hay una segunda condición: para legitimar las etapas que se vayan superando será imprescindible la figura del referéndum. No hay otra solución, si se piensa en términos democráticos. Naturalmente, todo cambia si se cree que la defensa de la patria da derecho a todo: es decir, si se pierde la noción de los límites y unos y otros se columpian en el terreno de las creencias o de las verdades trascendentales (esas que le hinchan el pecho a algunos cuando hablan de patria), que son transferencias de lo que es teológico a lo que es político difícilmente compatibles con la cultura democrática, donde la última palabra la tienen los ciudadanos –y no esta entelequia llamada patria–. Es un camino que nos condena a la lógica represión-insurrección, es decir, que no tiene otra salida que la autoritaria.
Ahora mismo parece lejos poder pasar del enfrentamiento a la palabra. Los límites de la anunciada mesa de diálogo son evidentes. Pero por algún punto se tiene que empezar. Solo si las sociedades toman conciencia de que en el enfrentamiento perderíamos todos, se puede avanzar. Y si en Catalunya esta percepción se está generalizando, a una gran parte de la sociedad española, parapetada detrás el Estado, no ha llegado. Y las élites políticas y económicas están lejos de tenerlo asumido. El grave problema de perder la conciencia de los límites es que siempre se acaba por la vía autoritaria. Y si fuéramos por este camino, Catalunya perdería mucho, pero España también, aunque no se lo crean.
Josep Ramoneda es filósofo