MadridPablo Casado (Palencia, 1981) llegó a la presidencia del PP por dos motivos, uno coyuntural y otro estructural. El coyuntural es que se aprovechó de la animadversión entre Soraya Sáenz de Santamaría y María Dolores de Cospedal, que si hubieran unido fuerzas habrían ganado sin problema al cónclave post-Rajoy. El segundo es que en ese momento, 2016, el modelo a seguir era Albert Rivera, que había encabezado las encuestas hasta la moción de censura, y Casado aparecía como el clon ideal para frenar la fuga de votos hacia Ciudadanos.
El gran choque entre los dos líderes siameses tuvo lugar en las elecciones del 28 de abril de 2019. Casado se impuso por un estrecho margen de 200.000 votos y 9 escaños, suficiente para salvar un match point que habría acabado con su carrera antes de tiempo. La impericia de Rivera, que se hundiría en la repetición de las elecciones del 10 de noviembre, acabó apuntalando a Casado como líder del bloque de la derecha, aunque con el aliento de Santiago Abascal en la nuca.
¿Pero quién era Casado? Más aún: ¿qué piensa Casado? La primera pregunta es más fácil de responder. Casado es el típico producto de partido, alguien que compagina sus estudios de derecho con la militancia en el PP, que comienza en 2004, y que solo un año más tarde, en 2005, ya era líder de las Nuevas Generaciones de Madrid. Allí, por cierto, tuvo como lugarteniente a Ángel Carromero, uno de los personajes del Ayusogate. Su escalada interna fue imparable y encadenó un cargo tras otro. De 2007 a 2009 fue diputado en la Asamblea de Madrid, una época en la que aprovechó para acabar la carrera (con 27 años) y sacarse el polémico máster en derecho autonómico por la Universidad Rey Juan Carlos sin haber asistido a ninguna clase ni haber realizado ningún examen. Privilegios de ser uno de los cachorros mimados del partido en el poder.
En 2009, después de un breve período como jefe de gabinete de Manuel Pizarro, llega el momento clave de su carrera, cuando es nombrado jefe de gabinete del expresidente José María Aznar, lo que le permite estar en contacto con los think tanks conservadores de todo el mundo y empezar a despuntar como un valor de futuro. El 2011 ya será diputado de la mayoría absoluta de Mariano Rajoy, que acabará fijándose en él pese a su distanciamiento con Aznar. Con un gobierno formado por pesos pesados y con experiencia, Rajoy busca caras nuevas para el partido y convierte a Casado en portavoz de campaña de las elecciones municipales y autonómicas de 2015. Quedará tan satisfecho que un mes después, aprovechando una renovación interna del partido, le nombrará vicesecretario general de comunicación. Es en calidad de este cargo que el 9 de octubre de 2017 pronunció estas palabras sobre Companys y Puigdemont: "Ya vimos que el pasado día 6 pasó sin pena ni gloria el 83 aniversario de la declaración de independencia de Companys. Creo que la historia no debe repetirse, esperemos que mañana no se declare nada. Quizás el que la declare termine como quien la declaró hace 83 años".
El resto de la historia ya se conoce. Casado tenía un perfil muy similar al de Rivera: joven, con una oratoria fluida y convincente, y desprendía ganas de comerse el mundo en contraposición a una Soraya Sáenz de Santamaría que buena parte del partido identificaba demasiado con Rajoy y su nefasta gestión del conflicto catalán. En el discurso para presentar su precandidatura, Casado hizo un discurso de resonancias aznaristas, apelando a las esencias del PP y desmarcándose del pragmatismo y la falta de batalla ideológica (hoy llamaríamos cultural) que había caracterizado el mandato de Rajoy. Su discurso inoculó autoestima en una militancia acomplejada en ese momento por la pujanza de los de Rivera.
Sin embargo, en las primarias la exvicepresidenta todavía quedó en primer lugar con el 36,95% de los votos frente a un 34,37% de Casado. La balanza la decantó María Dolores de Cospedal, quien antes de aliarse con su archienemiga prefirió dar sus votos al semidesconocido Casado. El despecho, pues, está en la base de su acceso al poder.
Ahora habría que responder a la pregunta de lo que piensa Casado. Y esto es mucho más difícil. No cabe duda de que en su discurso de precandidato y después en lo que hace cuando es nombrado líder del PP hay un claro giro a la derecha. Así al menos lo entiende Cayetana Álvarez de Toledo, que había abandonado el PP por sus discrepancias con Rajoy y que volverá al partido para ser candidata por Barcelona ilusionada con el discurso de Casado. Del mismo perfil ideológico que Álvarez de Toledo es una amiga íntima de Casado, Isabel Díaz Ayuso, a la que promoverá como candidata a la Comunidad de Madrid en las elecciones de 2019 ante la sorpresa de todos.
En un primer momento, Casado apuesta por perfiles ideológicos fuertes contra la izquierda en general y contra la figura de Pedro Sánchez en particular. En sus discursos no faltan las alusiones a ETA y al terrorismo, al chavismo y al independentismo catalán. La bancada popular le aplaude con ganas después de sus intervenciones, pero con los resultados desastrosos del 28 de abril viene el primer volantazo. Casado, presionado por varones como Núñez Feijóo, protagoniza el primer giro al centro de muchos que vendrán después, hasta el punto de que los analistas nunca sabrán con qué Casado se encontrarán. ¿El que tacha de apartheid la inmersión lingüística en Catalunya o el que, delante de los micros de RAC1, se desmarca de la intervención policial del 1-O? Golpes de volante que acaban por desesperar a personas de su confianza como Cayetana Álvarez de Toledo, a quien destituirá como portavoz en el Congreso y que hoy es una de sus principales enemigas.
Pulso a Ayuso
En paralelo, Casado pondrá todo el poder orgánico del partido en manos de una persona, Teodoro García Egea, cuya misión es pacificar la formación para colocar peones afines en todos los territorios pero que acaba provocando aún más incendios, el principal en la Comunidad de Madrid. Y es que si hay algo con lo que seguro que no contaba Casado es que su amiga Ayuso se convertiría, de la mano de Miguel Ángel Rodríguez, en una especie de estrella pop del peperismo madrileño hasta hacerle sombra, mucha sombra. Mal asesorado por García Egea, Casado plantea un pulso a la presidenta madrileña, que reclama para ella el control del partido en la comunidad, y es eso lo que finalmente le acabará haciendo descarrilar.
Casado se va sin que nadie sepa lo que piensa, pero después de haber demostrado tener poco olfato para elegir a colaboradores y una nula capacidad estratégica para detectar cuál es la correlación de fuerzas en cada momento.