El correfoc de Botarell y el de Madrid

MadridEstos días hay un relativo silencio en el ámbito político, pero no nos engañemos. La lucha continúa, esto de ahora ni siquiera es una tregua. Cuando llegue septiembre se terminarán los días plácidos y el mar plano, y habrá vientos fuertes de poniente y de mistral. Por todas partes, incluida la costa catalana –de la bahía de Roses, donde fue secuestrado a Miguel de Cervantes cuando volvía herido de la batalla de Lepanto, en el delta del Ebro– volverán a sonar las tuberías. La polémica sobre la desaparición de Carles Puigdemont y el papel de los Mossos no ha sido nada en comparación con lo que vendrá en otoño, cuando el gobierno de Pedro Sánchez tenga que ajustar cuentas con todo el mundo para preparar el debate de los presupuestos del Estado de 2025. Los dirigentes del PSOE y sus grupos parlamentarios volverán a saber qué es sufrir de verdad en un Congreso fragmentado y un Senado en manos del PP. También empezará un nuevo capítulo de las tensiones entre el mundo político y el judicial, en relación con la aplicación de la ley de amnistía. El abogado de Puigdemont, Gonzalo Boye, no tardará en recibir la respuesta del Supremo a sus recursos contra la resolución que excluyó del perdón al delito de malversación. El letrado, en definitiva, tendrá que volver a cambiar por una toga la gorra que llevaba en el Arc del Triomf el día de la fugaz vuelta del líder de Junts, y ponerse a redactar una petición de amparo al Constitucional. La gloria es a veces pasajera, especialmente si el acto de exaltación ha sido forzosamente breve. Dicho de otro modo, la batalla ahora ya no está en las calles de Barcelona, está en los tribunales con sede en Madrid. Las expectativas, en definitiva, ofrecen un fuerte contraste con lo que han sido en los últimos días.

Lo digo, sobre todo, porque este verano los socialistas han tenido la suerte –y el mérito, no debe ponerse en duda– de poder dedicarse a ir de fiesta mayor. Salvador Illa presidente, un sueño para el PSC y una apuesta para el PSOE. Pero en España en general y en Catalunya en particular nunca hay un minuto de paz. Se discute de todo y con intensidad proverbial. Tomemos como ejemplo las fiestas de Gràcia de este año, que han dado pie a una fuerte pelea, cuyo resultado ha supuesto que no haya correfoc. Los defensores de la cultura popular se han manifestado con modestas pancartas de papel y cartón, pero muy enojados. No conozco con detalle el trasfondo del conflicto, pero comprendo la protesta. Sobre todo después de haber seguido entusiasmado el correfoc organizado en Botarell (Baix Camp) el pasado jueves, día 15, fiesta dedicada a la Asunción de Nuestra Señora, y también de profundas raíces culturales. La juventud y los niños de Botarell se lucieron, con un espectáculo participativo de tambores, baile y carreras como pocos, que dio paso a una traca final y unos fuegos artificiales visibles desde toda la comarca.

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La trifulca política

Ahora bien, los tambores, bailes y carreras que se oirán y se verán en Madrid el próximo mes tendrán un carácter muy diferente, y nada festivo. De entrada, lo que se puede prever es que un Alberto Núñez Feijóo recuperado del desprendimiento de retina que sufrió en julio intente reactivar con fuerza su labor de oposición. El líder del PP tendrá muchos frentes para elegir, sea contando o prescindiendo de las investigaciones del juez Juan Carlos Peinado –que según dicen no ha hecho vacaciones este verano– sobre las actividades y el supuesto tráfico de influencias de Begoña Gómez, la mujer de Pedro Sánchez. Preguntas y solicitudes de comparecencia puede haber para todos los miembros del gobierno. Una de las más interpeladas será la vicepresidenta y ministra de Hacienda, María Jesús Montero, que apareció vestida de amarillo el día de la toma de posesión de Illa en el Palau de la Generalitat. Ignoro si fue algo casual o si buscaba tener alguna significación, una vez que los lazos amarillos ya han quedado tan atrás en el tiempo.

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El PP le pedirá a Montero muchas explicaciones sobre los pactos con ERC y la "financiación singular" para Catalunya, en especial en referencia a los mecanismos para asegurar su dimensión solidaria con las comunidades del resto del Estado. Hay que tener en cuenta que la titular de Hacienda no fue tan receptiva cuando, meses atrás, fue el ahora expresidente de la Generalitat Pere Aragonès quien reclamó un pacto de esa naturaleza. La vicepresidenta dijo entonces que la negociación sobre el futuro modelo de financiación autonómica debería ser multilateral, y no centrada en la búsqueda de un sistema como el planteado desde el gobierno de Catalunya. En fin, tampoco hace falta calentarse demasiado la cabeza. Lo que le ha ocurrido al PSOE en materia de financiación no es muy diferente a lo que le ha sucedido en relación con la amnistía. La aritmética parlamentaria y las necesidades políticas hacen milagros. Lo que un día es inaceptable por inconstitucional poco después resulta perfectamente asumible mediante una sencilla operación de ingeniería jurídica. Quien también seguirá dando mucho juego será el ministro de Transportes, Óscar Puente, que al regresar de vacaciones recordó al Supremo su obligación de aplicar las leyes, y consideró que el Constitucional pondrá las cosas en su sitio.

En Catalunya también hay mucho que reordenar. El acto de Illa con los Mossos sirvió para enviar mensajes importantes, pero genéricos. Es evidente que conviene realizar cambios. Y resulta curioso comprobar con qué facilidad el ministerio del Interior se ha quitado las pulgas de encima sobre la desaparición de Puigdemont. Viva la coordinación policial. Habrá ocasión para explicaros con cuántas reservas aceptó el PP el acuerdo de Aznar con CiU para desarrollar la policía autonómica catalana. Y ahora su existencia permite al gobierno del PSOE y Sumar lavarse las manos por la forma en que un expresidente de la Generalitat ha podido esquivar una orden de detención del Supremo. Ya comprendo la cara de circunstancias del mayor Josep Lluís Trapero en el mencionado acto con el presidente Illa. Durante los tiempos más difíciles del Procés vi al mayor alguna vez en Sitges, donde veraneaba. Le recuerdo preocupado, pero aún sonriendo. Luego se salvó de una condena por sedición de la mano de su magnífica abogada, Olga Tubau. Este hombre no ha sufrido poco. Su apariencia mientras escuchaba el otro día Illa no era la de quien ansía recuperar un cargo. El suyo era un gesto consciente y dolorido.