Euskadi: lecciones de una década sin ETA

La normalidad de tener que resolver un conflicto político solo por vías pacíficas

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Frame del vídeo en que miembros de la organización ETA anuncian su disolución

El 20 de octubre de 2011, un miembro de ETA encapuchado (David Pla), acompañado de otros dos miembros de la organización, también encapuchados, leía el comunicado en el que ETA ponía fin a más de cuatro décadas de lucha armada. Un día que, sin duda, tenía que haber llegado antes, pero que no dejaba de ser un día feliz. Histórico. Todos de acuerdo. A partir de aquí, la catalogación de lo que ha pasado en esta década ya no tiene el mismo consenso y está sujeto a interpretación.

Quizás porque la decisión de ETA de abandonar la violencia, a la cual después sucederían de forma escalonada la entrega de las armas y la disolución, fue una decisión unilateral y no negociada; o quizás porque ninguno de los actores estaba preparado para el día siguiente, bien es verdad que este proceso de no-violencia de ETA –que no proceso de paz–, y de convivencia se ha hecho sin hoja de ruta. A pesar de que en el País Vasco se había teorizado hasta el aburrimiento sobre cómo sería el día siguiente, llegó el día siguiente y llegó sin manual de instrucciones. Pura improvisación. Puro interés. Puro voluntarismo.

En este tiempo sí que ha habido una cosa positiva: el comportamiento de la sociedad vasca. La población vasca ha caminado hacia la reconciliación sin permiso de los partidos. Un paso, o dos, por delante. Una sociedad que ha propiciado espacios de diálogo entre víctimas de todas las violencias.

En el lado negativo, la carencia de diálogo entre las fuerzas políticas vascas que prepararon en el Palacio de Aiete el llamado "aterrizaje" de ETA. En esta década tendrían que haber cerrado ya acuerdos alrededor de las consecuencias del conflicto (víctimas, presos) y estar ultimando los pactos alrededor de las causas, pero continúan encallados en las procelosas aguas de los primeros y sin entrever todavía el inicio de los segundos. Porque en Euskal Herria sigue habiendo un conflicto político: de ensambladura (o no ensambladura) de una nación sin estado en un estado nación, que es España. Hablamos de soberanía y de derecho a decidir. Como en Catalunya.

¿Se ha avanzado en el tema de los presos y en la humanización de las prisiones? Por supuesto. ¿Lo suficiente? No. Se ha ido acabando, con cuentagotas, con el alejamiento, una medida que suponía, sobre todo, una condena añadida para los familiares. Sin embargo, no se ha derrocado el andamio de excepcionalidad creada para luchar contra ETA. ETA ya no existe, pero la excepcionalidad hacia los presos, sí. La reciente transferencia de la gestión de las prisiones y, sobre todo, una nueva política penitenciaria tendrán que cambiar esta situación tan irregular como injusta.

Más de un tipo de víctimas

La cuestión de la violencia en Euskadi ya no está en la agenda política. Esto es bueno. Pero también es malo, porque por el camino se olvida que aquí ha habido más de una violencia; ha existido más de una tipología de víctimas y, por lo tanto, más de una tipología de victimarios. A una sociedad que sale de décadas de violencia le hace peor la memoria selectiva que la desmemoria. Porque crea víctimas de primera y víctimas de segunda.

El presidente del PSE, Jesús Eguiguren, que en estas cuestiones ha sido monaguillo y cura, destacaba la semana pasada en Gara que "no habrá un único relato, y si lo hubiera sería falso". Bien es verdad que los múltiples relatos se han quedado en un gran relato y otros menores. La aplaudida Patria de Fernando Aramburu no es más que un relato de una de las partes, aunque en España sea el mayoritario. Más cercanas a la realidad son, por ejemplo, las películas Maixabel o Lasa y Zabala, aunque se circunscriban a casos concretos.

Durante esta década las reclamaciones a la izquierda abertzale y, por extensión, a EH Bildu para que condene algunos incidentes que se han producido, han sido reiteradas. Y siguen haciéndole daño. Un puñetazo a un militante de PP, una pintada amenazante... Los restos de violencia incorporadas en el debate político como arma arrojadiza y el verbo condenar en la aguja de la balanza que separa a un partido, EH Bildu, de todo el resto.

En este campo de discusión viciada nada es suficiente para cumplir con el Pacto de Ajuria Enea de finales de los ochenta, rebautizado como "tierra ético". Porque el PP, el PSE y el PNB se han puesto de acuerdo al exigir a la izquierda abertzale que condene, entendiendo este condenar como renegar de su pasado. Sortu, y no EH Bildu, será quien tendrá que hacer la reflexión de cómo el pasado interfiere en su futuro; y lo tendrá que hacer, otra vez, desde la unilateralidad porque los demás no harán nunca una lectura autocrítica de su pasado. La declaración del lunes va por esta vía.

En este periodo post-ETA, el PNB ha recuperado el poder y ha asentado su modelo basado en la gestión y la moderación. En la discusión sobre el relato, los jeltzales se han situado en la equidistancia, a pesar de que la visten de centralidad.

La competición PNB-Bildu

La polarización política en Euskadi ya no es entre nacionalistas y unionistas, sino entre el PNB y EH Bildu. Dos modelos de entender el autogobierno y la soberanía. Dos modelos sociales, uno conservador y el otro progresista. La confrontación les da votos a los dos, pero deja, a estas alturas, muy lejos la capacidad de EH Bildu de ganar.

¿Y dónde quedan los partidos como el PSE y el PP? Ambos tocando fondo electoral. Cuando ETA abandonó la lucha armada Patxi López era lehendakari con el apoyo del PP. Mayoría absoluta en el Parlamento. Hoy suman 16 parlamentarios de 75. EH Bildu, por ejemplo, tiene 21.

Diez años después, algunos se empeñan en seguir defendiendo que el problema vasco era exclusivamente un problema de violencia, y de violencia de ETA, aunque, objetivamente, lo que se produjo el 20 de octubre de 2011 fue que el conflicto político abandonaba el carril de la violencia y circulaba exclusivamente por vías pacíficas. Por eso fue un día histórico.

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