La irrupción de Trump y la política española
MadridLos momentos que vivimos a escala mundial y singularmente en Europa son un reto difícil, pero también podrían suponer una oportunidad para muchas cosas, tanto a nivel internacional como en el interior de España. En el ámbito europeo, se ha empezado a reaccionar aplicando un principio que ha sido muy mencionado aquí durante los últimos dos años. Es lo de "hacer de la necesidad virtud". Pero en relación con la política española no hay signos de cambio. Más bien lo contrario. Se repiten los esquemas más clásicos y los tics y comportamientos más arraigados, con exhibición de lo que podríamos llamar los prejuicios de toda la vida. Lo digo singularmente por las reacciones al acuerdo entre el gobierno y Junts en materia de delegación de competencias sobre la inmigración, que ha tomado el primer puesto de la actividad política interna y ha dejado temporalmente atrás la discusión sobre las propuestas relativas a la financiación autonómica y la deuda de las comunidades. Dicen que España ha vuelto a romperse dramáticamente por culpa de estas iniciativas, en un debate en el que las conclusiones anticipadas sustituyen al análisis del resultado de una larga negociación. Es un desperdicio de energías que dada la realidad circundante se está convirtiendo en una pérdida de tiempo y un mecanismo para vehicular frustraciones y venganzas entre partidos.
Desde que vimos las imágenes de Donald Trump abucheando y amenazando a Volodímir Zelenski en el Despacho Oval de la Casa Blanca hemos ido aceptando que estamos ante una nueva realidad. No sabemos a dónde nos llevará, pero constatamos que todo ha empezado a moverse y que habrá que tomar decisiones hasta hace poco insospechadas. Toda la estrategia europea para hacer frente a la invasión rusa de Ucrania ha saltado por los aires por designio de una élite política y empresarial que ha logrado el poder en Estados Unidos después de haber conquistado –no lo olvidemos– 75 millones de votos en las últimas elecciones estadounidenses. Siguiendo viajes de dos expresidentes españoles a Washington tuve años atrás la ocasión de cubrir comparecencias de los visitantes con el anfitrión de turno en el mismo escenario.
A Felipe González le caía bien Ronald Reagan –el presidente español decía que los americanos son un poco infantiles– y por supuesto que a José María Aznar le vendía salivera junto a George Bush. Cuando la magnífica intérprete de la Moncloa traducía las palabras de unos y otros eran todo elogios y felicitaciones cruzadas. Se podía creer que en el Despacho Oval no se permitía otra cosa, que de haberse incumplido estas reglas de conducta diplomática habrían saltado todo tipo de alarmas de las paredes de aquel histórico despacho. Ver ahora al singular Donald Trump amenazando a un interlocutor europeo, presidente de un país invadido, atribuyéndole la responsabilidad de una posible tercera guerra mundial, ha supuesto un salto frenético y vertiginoso en dirección desconocida. El propio Trump describió el episodio como una escena muy televisiva, con inmediata repercusión para todo el planeta. Y poco después le dijo al Capitolio lo que Dios le había salvado de un atentado para poder cambiar el destino de América. ¡Qué sufrimiento producen siempre los iluminados!
El futuro
Por todo ello os decía que me llama la atención el contraste entre la dimensión de las decisiones que se tendrán que tomar en breve en el conjunto de los países europeos y los debates que aquí seguimos teniendo con esquemas preconcebidos y repetitivos. Es verdad que debe haber espacio para todo, que la crisis de las relaciones transatlánticas, siendo un problema de extraordinaria gravedad, no debe hacernos perder de vista el pulso interno del país. Pero debería abrirse un período diferente y que los partidos fueran capaces de reordenar estilos y prioridades. La convocatoria de Sánchez a todas las fuerzas parlamentarias –con la exclusión de Vox– debería significar un cambio de clima, en especial entre las dos organizaciones que han gobernado en España en las últimas cuatro décadas.
Seguimos lejos de la posibilidad de un gobierno en el que participen PP y PSOE, que la última vez que se unieron por una iniciativa de gran trascendencia fue para aplicar el 155 en Catalunya, tras el referéndum del 1 de octubre, prohibido por el Constitucional. Sin pensar en coaliciones tan ajenas a las tradiciones políticas locales y al natural debate permanente entre derecha e izquierda, lo que la situación aconsejaría es buscar aproximaciones para incidir en la discusión a escala europea con una posición de país. El gobierno va tarde en la explicación a los partidos de su participación en el diálogo entre los principales dirigentes de la UE. Y debería dejarse atrás la dinámica de descalificación constante del adversario.
Sánchez debe dar a Feijóo el trato que corresponde al líder de la oposición y singularizar la relación con él sobre los asuntos de Estado. Y Feijóo debería corresponder huyendo de los tópicos cada vez que el gobierno negocia y obtiene resultados con los socios del pacto de investidura de Sánchez. Ya veremos qué ocurre y cómo acaban la financiación autonómica, la deuda de las comunidades y la delegación de competencias sobre inmigración en Catalunya. Y damos prioridad a la respuesta a preparar para proporcionar seguridad en Europa ante el entendimiento –y éste sí es una coalición temible– entre Trump y Putin.
En lugar de eso lo que hemos visto es un vídeo del PP que presenta Sánchez, Ábalos, su expareja Jessica y otros de su entorno disfrutando de un supuesto "paraíso de las corrupciones". En absoluto digo que la trama liderada o propiciada por el exministro de Transportes no deba investigarse a fondo. Como también debe acabar conociendo la realidad sobre la pareja de Ayuso y sus negocios y presuntos delitos fiscales. Pero PP y PSOE deberían darnos un respiro y hacer hincapié en encontrar una respuesta de país a los retos económicos y de seguridad que ha planteado el regreso de Trump al poder.
La lealtad constitucional no debe pedirse exclusivamente a soberanistas e independentistas. Esta exigencia debe extenderse a todas las fuerzas políticas. Podemos hace tiempo que esperaba una oportunidad para castigar a Sánchez, y ahora la oposición al acuerdo sobre inmigración y al aumento del gasto militar le dan una oportunidad. Pero la ciudadanía quisiera de todos una política menos tacticista y más responsable, que no se redujera a la mera lucha por el poder.