Obituario

Madariaga, principio y final de ETA

Contribuyó decisivamente a fundar ETA, en pleno franquismo, y fue el primero que empezó a desmontarla

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Antoni Batista
3 min
Julen Madariaga, uno de los fundadores de ETA en 1959

BarcelonaJulen de Madariaga Agirre ha sido uno de los hombres más importantes de la historia reciente de Euskal Herria. Contribuyó decisivamente a fundar ETA, en pleno franquismo, y fue el primero que empezó a desmotarla, a primeros de los noventa del siglo XX, justo cuando salía de su último tramo de prisión. Cumplir 60 años en el penal de Fresnes, en la banlieue de París, daba la medida de una vida en laque nunca se rindió. No surrender, en la puridad idiomática de quien tenía un inglés impoluto pasado por un doctorado en derecho en Cambridge.

Paseando por los campus universitarios con un ilustre exiliado catalán, Josep Maria Batista i Roca, charlas profundas que dirigen a una reformulación del nacionalismo del PNV desde las miradas de los movimientos de liberación nacionales de izquierdas y la lucha armada teorizada como defensa propia colectiva contra la dictadura. A Madariaga el franquismo le voló una casa apenas estrenada en Bakio, le ametralló un Peugeot pensándose que iba él dentro y lo encerró en Carabanchel después de pasar “por las manos y los pies” –así lo decía él– del temible comisario Melitón Manzanas. La pistola que lo mató –la primera víctima de la organización, en agosto de 1968— la compró Madariaga en el mercado negro de Bélgica y el comunicado explicando la “ejecución” lo redactó él mismo.

Madariaga era un teórico y un hombre de acción, y su influencia en los primeros años de ETA fue decisiva, junto a Federico Krutwig y Álvarez Enparantza, Txillardegi. Venía de una familia intrínsecamente del PNV, su padre era pariente del lehendakari Aguirre y uno de sus spin doctors más próximos, que diríamos ahora. En su vieja mesa del bufete de abogados, se redactó el primer borrador del Estatuto de Lizarra de la República, y en la misma mesa su hijo Julen escribió los primeros textos doctrinales de ETA. Aquella mesa que lo ha acompañado hasta el final, en la cual redactó sus memorias, En honor a la verdad, publicadas ahora en castellano por Pol·len Edicions, que presentamos el pasado 16 de febrero sus hijas Igoa, Ainize y Leiane, Jon Iñarritu y yo mismo, como autor del prólogo que redondeaba la biografía que había escrito en 2007 y que titulé Madariaga. De las armas a la palabra, el resumen de esta historia que él podía escribir en primera persona sin salir de sí mismo.

El atentado de Hipercor, punto de inflexión

La edición a cargo de un editor catalán, Jordi Panyella Carbonell, ha sido el último episodio de una fructífera relación de Madariaga con Catalunya. Empieza donde empieza este artículo, en Cambridge con Batista i Roca. Gracias a su relación con los anarquistas exiliados en Toulouse, especialmente con Frederica Montseny, consigue las primeras armas de ETA, procedentes de las que los antiguos combatientes libertarios en la Resistencia Francesa guardaban por si acaso. Es a partir de esta relación fluida que Madariaga pasa los explosivos destinados al comando anarquista que intentó atentar contra Franco, mientras veraneaba en San Sebastián, en 1962. El atentado de Hipercor, en fin, es un punto de inflexión de su disidencia contra la deriva de ETA al terrorismo, palabra que él detestaba hasta defenderse él mismo en los tribunales franceses con el argumento de que terroristas era el adjetivo que usaban los nazis contra los héroes que los combatían, de Jean Moulin a François Mitterrand, que era el presidente en aquel momento en el cuadro institucional de la sala de vistas.

Madariaga defendió poner fin a la violencia cuando esto en ETA era anatema, y contribuyó a fundar Aralar, el partido que propugnaba la liberación nacional desde posiciones de izquierdas pero desde el diálogo y la democracia. Cuando la izquierda abertzale fue compartiendo estos principios, que eran éticos y políticos, Madariaga culminó su relación con Catalunya: él decía que aprendiendo del nacionalismo de izquierdas catalán a partir de su amistad antigua con Josep Benet y su relación con los marxistas catalanes de los años treinta y, más recientemente, con Josep-Lluís Carod-Rovira y la reconversión de ERC que él no había podido terminar con el PNV. La última vez que estuvo en Catalunya, en casa, comió con Robert Manrique, con quién había coprotagonizado el primer encuentro entre un miembro de ETA y víctimas, y no cualquier miembro de ETA sino uno de los principales, y una víctima como Manrique, que había sufrido en carne propia el terrible dolor de un cuerpo quemado en el Hipercor. Desde entonces, Madariaga se afanaba en la reconciliación de la sociedad vasca y miraba a Catalunya como paradigma para avanzar hacia la independencia desde la democracia. Decía que uno de los actos más bonitos a los que había asistido era la manifestación de la Diada de 2012.

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