La conferencia de disidentes y el sadismo
MadridSe acerca el fin de año y nada permite augurar cambios importantes en una dinámica política que se caracteriza por la distancia insalvable que separa a los dos grandes partidos estatales, los que han protagonizado la gobernación de España a lo largo de las últimas décadas. El sistema está envarado, rígido, sin margen de maniobra por operaciones de Estado que puedan generar confianza entre los ciudadanos, bastante hartos de oír hablar de corrupción y de informativos en los que los personajes que se llevan las primeras imágenes y titulares son los implicados en investigaciones judiciales compareciendo ante los jueces.
En este contexto, la Conferencia de Presidentes de las comunidades autónomas ha servido de poco. Tenemos una fotografía de estas que se toman en una escala más o menos elegante para dejar constancia de la reunión y nutrir el archivo de los medios de comunicación. Pero, de acuerdos, ninguna. Y perspectivas de salir del círculo vicioso por el que caminamos, tampoco. Esta es una legislatura en la que el país parece instalado en una cinta continua, en la que lo más positivo es el crecimiento económico y las expectativas de que no se detenga.
Pero falta pulso político. No se plantean iniciativas bien definidas para afrontar los problemas de la vivienda, la inmigración, la financiación autonómica o los déficits de la sanidad. Más que una oportunidad para debatir ideas y buscar aproximaciones, la cumbre autonómica de Santander ha sido una conferencia de disidentes. En general, se respetaron las formas y se procuró sonreír un poco, pero del Palacio de la Magdalena trascendieron los prejuicios de siempre expuestos en diez minutos dentro de la reunión, y repetidos en ruedas de prensa para dar titulares.
En realidad, en España hace tiempo que falta un auténtico debate territorial. La Conferencia de Presidentes sigue sin encontrar su espacio; es una orquesta mal avenida y sin partitura. Se entiende perfectamente que el presidente del gobierno español, Pedro Sánchez, haya tardado tanto en convocarla porque no es un instrumento muy útil. Sirve, eso sí, para posibles intercambios personales entre los presidentes, para facilitar eventuales canales de comunicación y alianzas futuras, y en definitiva para compartir un rato, después del cual todo sigue más o menos igual.
El problema, seguramente, es que para el PSOE este tipo de citas son un estorbo, una convocatoria de la que no puede sacar provecho, teniendo en cuenta su escaso poder territorial, mientras el PP, en cambio, se empeña en utilizar el resultado de las últimas elecciones municipales y autonómicas como palanca para intentar conseguir objetivos políticos más altos. La lógica que se ha impuesto en la cumbre de Santander ha sido netamente partidista y de confrontación ideológica o propagandística, sin posibilidades de alianzas al margen de ese factor.
Entre los presidentes autonómicos del PP hay personalidades y caracteres bien distintos. El presidente andaluz, Juan Manuel Moreno, nunca sonará igual que la presidenta madrileña, Isabel Díaz Ayuso. Moreno normalmente evita el tono agrio y las exageraciones. Tuvo un enganche fuerte con la exvicepresidenta Teresa Ribera a propósito de la ley autonómica sobre Doñana, y supo reconducir el conflicto en relativamente poco tiempo. Ayuso aún estaría, y habría acusado a Pedro Sánchez de llevar a la ruina a los agricultores de la zona. Pero lo cierto es que el PP utiliza su poder territorial como instrumento de oposición, y busca que sus presidentes autonómicos formen un bloque de confrontación con el gobierno.
Catalunya sí estuvo, esta vez, con un Isla esforzándose en hablar de solidaridad y en criticar las prácticas fiscales de Ayuso. Y, ya que debe hacerse, está bien llevar la próxima cumbre a Barcelona. Lástima que en paralelo no se pueda trabajar con la Comunidad Valenciana y con las Islas Baleares, por ejemplo. Se trata de territorios con muchas características comunes, que tendrían reivindicaciones, como las relativas a la financiación autonómica, más fáciles de defender de forma conjunta. Tampoco sería imposible coincidir con otras comunidades más o menos alejadas del ámbito mediterráneo que ahora se ven obligadas a marcar muchas distancias y encontrar discrepancias porque el interés predominante, si no exclusivo, es el servicio al partido, con el objetivo de intentar facilitar la llegada de su líder, Alberto Núñez Feijóo, en el palacio de la Moncloa.
Esto hace que se busque definir un común denominador consistente en la crítica al gobierno en general ya Sánchez en particular, con una estrategia previamente definida para decir que en la cumbre de Santander no se ha querido proponer ningún acuerdo para que los socialistas no quieren pactar nada. Y para cerrar el círculo del razonamiento se añade que la causa de esa renuncia está en los pactos con los socios del ejecutivo, los independentistas, responsables de casi todos los males del país.
El poder de Juntos
Curiosamente, fue la presidenta de Cantabria, María José Sáenz de Buruaga (PP), anfitriona de la reunión, quien expuso con detalle esta tesis. Ciertamente, el gobierno se resiente de este tipo de análisis, que encuentra confirmación documental con algunas iniciativas y visual con algunas imágenes. Juntos siempre ha sido consciente de que la petición de que Sánchez se sometiera a una moción de confianza no tenía posibilidad alguna de prosperar.
Y la reunión en Suiza ha servido para poco más que para demostrar que Puigdemont tiene la capacidad de convocatoria que se deriva de sus siete votos parlamentarios en el Congreso. A ver si el Constitucional se apresura con la sentencia sobre la ley de amnistía y abre la posibilidad de que estas reuniones no deban producirse en forma de peregrinación política. Y vuelvo al principio.
Si el PP cree sinceramente que España se está deshaciendo como un azucarillo en manos de los socialistas, ¿por qué no aplica la cláusula del interés de Estado para buscar acuerdos con el PSOE? Del desgaste se ocupan ya algunos sumarios, especialmente los implicados en el caso Koldo-Ábalos, aunque el líder socialista ya puede dar gracias a que el exministro de Fomento no haya seguido la estrategia del empresario Aldama de salpicar a alguien más arriba con sus acusaciones. Por ese camino, algún día descubriremos que Sánchez no era un hombre anclado al poder por pura ambición y satisfacción, sino por alguna extraña irregularidad de conducta que le hacía adicto a las prácticas del sadismo.