El 24 de mayo hará 110 años que Barcelona inauguró el Saturno Park, un parque de atracciones en el Parc de la Ciutadella –a las puertas del que ahora es el Parlament – que presumió durante un tiempo de tener Los Urales, la montaña rusa más grande de Europa. También el 24 de mayo, Catalunya puede estar a las puertas de la repetición electoral si el independentismo no cambia las desconfianzas que ha hecho evidentes la última semana. El Saturno Park ya no está –cerró en 1926, con la ciudad preparándose para la Exposición Universal–, pero la montaña rusa de hace 110 años ha acabado convirtiéndose en una imagen alegórica de lo que tenía que ser la política catalana y de lo que, al parecer, continuará siendo.
Nadie quiere repetir los comicios pero todo el mundo cree que el otro esconde intereses ocultos. Junts piensa que Esquerra no quiere acuerdo, los republicanos opinan lo mismo de los de Carles Puigdemont, y en la CUP hacen pedagogía del pragmatismo mientras miran el duelo sorprendidos. A pesar de que las reuniones continúan, a 48 horas del segundo debate de investidura el acuerdo parece improbable y si hay alguna certeza es que las relaciones entre Esquerra y JxCat están muy lejos de mejorar y que en los cuarteles generales de los unos y los otros ya se hacen cálculos de quiénes saldrían más perjudicados de una repetición electoral. Si sería ERC, que se jugaría una presidencia que ha tardado 80 años en recuperar, o Junts, que podría pagar un alto coste si es percibido como un elemento de bloqueo.
La vehemencia con la que Albert Batet defendió viernes la abstención de su grupo –con críticas abiertas a cómo había planteado la negociación ERC, una enmienda amplia al preacuerdo pactado con la CUP y una invitación a Pere Aragonès a retirar temporalmente su candidatura para evitar un segundo pleno fallido– generó tanta estupefacción entre las filas de republicanos y cupaires como aplausos en las de Junts, necesitados de un golpe sobre la mesa después de ver cómo hace una semana Esquerra y los anticapitalistas anunciaban un pacto sin esperarles. Un mensaje público de que el acuerdo final no será fácil y que, como ellos desde 2015, ahora ERC también tendrá que desear la investidura.
La negociación sigue encallada en el rol del Consell per la República (CxR), que Junts querría al frente de la estrategia independentista y que ERC ve con recelos porque interpreta que lo que quiere JxCat es dejarle el timón del Govern pero no el del Procés. En los próximos días Puigdemont, que preside el CxR y siente que los republicanos le intentan dejar de lado, tendría que tomar la palabra. De momento, la investidura tendrá que esperar, y los recelos entre JxCat y ERC –que paradójicamente mientras negocian cómo formar ejecutivo están compartiendo Govern– continuarán creciendo. La voluntad de no repetir los errores de la legislatura pasada y evitar los rifirrafes constantes es difícil de cumplir. El Govern quizás no será “un Vietnam”, pero apunta ser otra montaña rusa.
- Meritxell Budó afronta los últimos días en el cargo a la espera de que llegue el acuerdo para un nuevo Govern. Para despedirse del Palau de la Generalitat -su segunda casa durante los últimos tres años- y aprovechando que este año la entidad que habitualmente recoge las naranjas del Pati dels Tarongers no ha ido, la 'consellera' de la Presidencia recogió algunas ella misma e hizo mermelada de naranja amarga para su equipo.
- El debate de investidura evidenció las desavenencias entre ERC y JxCat. Entre bambalinas, sin embargo, el clima era más distendido e incluso hubo tiempo para que el diputado de Junts Jordi Munell ofreciera a Pere Aragonès una de las mascarillas amarillas que lucía el grupo de Carles Puigdemont. La oferta no fue suficientemente tentadora para el candidato de ERC, que a lo que aspira es a recibir los votos de los 32 diputados de Junts.