Congreso  de los Diputados
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MadridEstamos en un momento tan delicado de lo que puede ser una nueva legislatura, que a las puertas del Congreso tendrán que poner un cartel similar al de los edificios sanitarios. "Silencio, hospital", suele decir uno de estos rótulos. Y tengo un amigo que dice hacer lo mismo a las puertas del Congreso para colgar un aviso de enunciado contradictorio, donde se pueda leer: "Silencio, Parlamento". La paradoja deriva, por supuesto, en que en las instituciones parlamentarias todo debería ser transparente, el reino de la palabra. Pero ahora todo el mundo está de acuerdo en que el éxito de las negociaciones para conseguir un pacto de investidura depende de que se hable con la máxima discreción. A los partidos les gusta jugar a la piedra, papel, tijera a oscuras.

Este juego, sin embargo, tiene fecha de caducidad y, por tanto, en los próximos días veremos los primeros resultados de los contactos entre las fuerzas políticas. Me refiero a cómo quede la composición de la mesa del Congreso. Es la primera etapa del tiempo de reparto del poder que estamos viviendo, un episodio absolutamente clave, que a veces no está suficientemente valorado por los propios partidos. No es cuestión simplemente de tener grupo parlamentario o quedar disuelto en el grupo mixto, sino de ocupar un puesto en el puente de mando de la institución que debe dar su confianza al nuevo gobierno y que, a lo largo de la legislatura, se debe de ocupar de controlarlo, aparte de elaborar las leyes correspondientes.

Por tanto, un pacto correctamente negociado y concebido debería empezar por ahí. Para Junts y sobre todo para ERC, que gobierna la Generalitat, es muy conveniente tener cuantas más antenas posible en los órganos de poder en Madrid. No se trata sólo de ocupar espacio y ejercer influencia, sino también de tener información. Lo curioso es que el PP, que no tiene suficientes aliados con quien jugar la partida, haya querido acercarse a los independentistas para sondearles, cuando lo que está diciendo cada día es que hay que impedir el acceso de Pedro Sánchez a un nuevo mandato porque deberá hacerlo de la mano de los partidos que quieren destruir a España.

Si la pretensión del PP de llegar al gobierno ya era difícil la noche del 23-J, lo que ha sucedido después aún se lo ha complicado más. Al portavoz del PNV cuando Feijóo hizo las primeras llamadas le ha seguido ahora la crisis de Vox, por la salida de su ya exportavoz parlamentario, Iván Espinosa de los Monteros, y otros exponentes del sector ultraliberal del partido. Si Feijóo logra convencer al rey Felipe VI de que le deje hacer la primera tirada e intentar obtener la confianza de la cámara, se presentará ante el atril del Congreso con un bagaje escaso y un discurso difícil de defender. Pedro Sánchez debería estar interesado en que Feijóo no haga como Rajoy o Arrimadas en situaciones similares, y que a diferencia de ellos presente su cuadratura del círculo sin tener asegurados los votos para garantizar su elección. Para el PP sería como pasar de la actual fase en la que los partidos negocian siguiendo el antiguo código de la piedra, papel, tijera al juego políticamente más arriesgado de la ruleta rusa.

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