Poético-pragmáticos

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Alrededores de la plaza de España.

BarcelonaLa plaza Letamendi es una de las plazas desde donde salen las diferentes “columnas” que van a desembocar en la manifestación, que termina en la plaza Espanya. Cogemos el tren, la hija y yo, bajamos a Plaça Catalunya. La ciudad no está llenísima, como en otras ocasiones, y podemos ir a hacer el vermut a Don Vermut, en la calle Viladomat con Provença, que siempre tiene cola.

En la plaza Letamendi, Carme Bonet, Núria Bordas y Eva Gregori, de Sant Cugat (“pero apunta que somos de Manresa, Sabadell y Sabadell”), me dicen que han venido, sin pensar en nada más, como cada año, olvidando malos rollos entre partidos, porque ellas siempre estarán ahí y siempre sabrán qué quieren. En éstas que llega Victoria, su profesora de yoga. "Nunca nos ha dicho ni la edad ni el apellido", explican.

En el bar Teleférico, en la plaza, hay gente que hace gintónics con capas de bandera, como superhéroes a nuestra manera. Ruido de timbales y grajillas. “Si te puedes sentar bien, por favor, por si llega otra gente...”, me pide la camarera, ajetreada. Y a la mujer de mi lado, que parece una alpinista, con piernas preciosas y pelo ceniciento, le dice: “Un problema, no tengo vaso de plástico ahora, rainau”. En los alrededores, personas mayores con bastones. Son las diecisiete y quince. Fuera se llama “In, da, ¡indapandencia!” Pero enseguida los gritos se detienen. Pido una tapa de tortilla triste, en el bar, y siento cómo los camareros chinos recitan las marcas de las ginebras. Bifter, sigra, tankrai... “¿Tienes latas?”, pregunta alguien. “¿Tienes vasos de plástico?”, pregunta otro. En el bar suena Eye of the tiger.

Me voy al Hanoi, que es el bar de al lado. Allí todo el mundo pide gin-tonics de Beefeater en vaso de plástico. Veo una tortilla de color calabaza y una tortilla de color verde. ¿Me atrevería a pedirlas? Todo el mundo, en el bar, va a la mani. Una pareja heterosexual, delante de mí, come helados. La mujer lame un Magnum, de chocolate por fuera, de nata por dentro. "Somos de Igualada, hemos dejado el coche en la Universidad y hemos bajado con el metro", hace ella. Él me da una tarjeta. Dice: “Consejo por la república catalana. Catalán council. Ignasi Vich, delegado exterior, costarica@catalancouncil.com".

Subo hacia arriba, y llego al bar Chez Kessler, de la calle Enric Granados con Valencia. Puedo sentarme en una mesa, recién abandonada. Es uno de los dos bares kosher de Barcelona, diría que el otro está en la Rambla. “Hace poco que tenemos el título de cocina kosher. Hoy con las comidas hemos ido a tope”, me dice el dueño, Oriol. "A las tres se ha tranquilizado, ya partir de las cuatro... una locura". Le pregunto por el menú. “Hacemos gambas rebozadas, unas croquetas de setas, un aguacate rebozado, tablas de quesos veganos, de anacardos… ¿Te llevo quesos de los míos? Te invito yo”.

Quizás la mani ya ha llegado a la plaza España. Hay gente de todo tipo en la calle, la que siempre ha habido, la que siempre estará ahí. Esa gente es la que nos salvará las palabras. Y perdona la pelleringa, pero en un año como éste, tan poco épico, poco más se puede hacer que ser poético-pragmático.

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