Las tribulaciones de Sánchez y Feijóo

BarcelonaCon la aprobación de la ley de amnistía en el Congreso acaba una etapa de la legislatura, pero comienza otra de igual o mayor intensidad. La sesión que ha puesto punto y final al debate parlamentario de la ley reflejó y sintetizó con qué ánimo han llevado las fuerzas políticas la discusión de esta medida, que viene dictada por la necesidad, y al mismo tiempo por la apuesta a favor de la normalización política en Catalunya. Desde la ausencia del presidente del gobierno, Pedro Sánchez, mientras se sucedían las intervenciones en la tribuna de oradores, hasta los gritos y gesticulaciones de los diputados de Vox, pasando por los aplausos y felicitaciones de los grupos independentistas, todo respondió al previo guion, para bien o para mal. Pero ahora comienza el recorrido de la ley en manos de quienes tendrán que aplicarla, jueces y tribunales, con intervención de los fiscales. Y no en todas partes y en todos los casos se actuará con rapidez y automatismo. Los fiscales que intervinieron durante la causa penal del 1-O han dejado ya claro su criterio de que al delito de malversación no es aplicable la ley de amnistía. Y habrá que ver si el Supremo levanta de forma más o menos inmediata el orden interior de detención de Puigdemont, dada a todos los cuerpos y fuerzas de seguridad de España.

El PSOE y el gobierno van diciendo estos días que consideran que la ley ya ha sido asumida por la opinión pública, y que, por lo tanto, las protestas y gesticulaciones del PP no serán determinantes en las elecciones europeas del día 9. Ahora bien, el hecho es que Pedro Sánchez evitó intervenir en la sesión que ha puesto punto y final a la discusión parlamentaria de esta iniciativa legislativa. Es muy significativo. Sánchez dio la cara ante el comité federal de los socialistas, cuando dijo eso de que el impulso dado a esta ley respondía a que tenía que hacerse de la necesidad virtud. Pero en el Congreso, en cambio, no quiso atar su liderazgo al último tramo del debate.

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Personalmente, siempre he creído que quien está al mando de un gobierno que hace apuestas arriesgadas debe llevarlas de forma directa públicamente. Imagino que uno de los factores que lo hicieron alejarse de la tribuna de oradores fue el deseo de no aparecer como derrotado o arrastrado por las fuerzas independentistas. La insistencia de algunos dirigentes de estos partidos en presentar la ley de amnistía como una decisión impuesta a un PSOE claudicante era innecesaria. De la misma forma que siempre me ha parecido prescindible en este caso el requisito del arrepentimiento explícito y público de los beneficiados por la amnistía, también he creído que los acuerdos –sobre todo si son difíciles de digerir para el electorado de quien cede– no deben pasarse por la cara de los gestores del pacto. Y menos en este caso, cuando las elecciones catalanas ya se han celebrado, y determinadas expresiones de satisfacción quizás están de más, vistas las complicaciones que tendrá la nueva legislatura, empezando por la composición de la mesa del Parlament y sobre todo, claro, el debate de investidura de un nuevo president de la Generalitat.

Estoy convencido de que el ex president Puigdemont complica su futuro inmediato cada vez que sale para hacer declaraciones en las que destaca cómo ha sabido imponer decisiones que los socialistas no habrían querido tomar. De entrada, debilita a sus aliados, que ahora lo son, aunque sea de forma obviamente interesada y circunstancial. Pero, además, este tipo de manifestaciones estimulan el deseo de responder a toda la derecha sociológica, incluida la del mundo jurídico. Cuando escucho a los más motivados en todo tipo de tribunas públicas me da la impresión de que se creen obligados a parar lo que el gobierno ha concedido a los independentistas. Ahora bien, este sector debe de ser una élite política y profesional. Lo digo porque la concentración convocada por el PP el 26 de mayo no fue un gran éxito. El fenómeno del cansancio, cuando se persiguen objetivos que en una fase histórica concreta no se pueden alcanzar, afecta a todos, no solo a los defensores del derecho a la autodeterminación.

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Reto electoral

La cuestión es si esa supuesta falta de motivación para volver a acudir a una manifestación contra las concesiones a Junts y ERC tendrá o no traducción electoral. Esta vez el Centro de Investigaciones Sociológicas –y su director, José Félix Tezanos– ha ido más lejos que nunca: ha pronosticado una victoria socialista por cinco puntos. Ni qué decir tiene que Pedro Sánchez lo firmaría encantado, con lo que le gusta clavar agujas y muñecos a los adversarios, sobre todo desde la tribuna del Congreso –para eso sí que iría– y sobre todo a la espalda de Feijóo, desde que le achacó ser víctima de un berrinche por no haber conseguido la investidura a pesar de haber tenido el primer turno para intentarlo, tras ser designado como candidato por el rey Felipe VI.

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Parece que hace mucho de eso, pero fue al inicio del curso, el 29 de septiembre –día de la segunda votación–, y desde entonces estamos gastando el tiempo en luchas políticas de escasa rentabilidad electoral. Para el PP, cada campaña es un quebradero de cabeza. No acaba de encontrar el punto. Aprieta por el lado de los casos que afectan al PSOE y están abiertos en los tribunales, pero no logra entrar. Y en el PP no todo el mundo está convencido de que sea un acierto el foco puesto en Begoña Gómez por su relación con empresas que obtuvieron subvenciones públicas. En todo caso, a los populares no les ha ido mal en Catalunya, teniendo en cuenta de dónde venían y que, desaparecido Ciudadanos, tenían terreno para crecer. Por su parte, el líder popular catalán, Alejandro Fernández, ha sabido adaptarse al terreno y a las circunstancias. Como consecuencia, el congreso de los populares catalanes tardará en celebrarse. La dirección del PP tiene pendientes asuntos más acuciantes, como la campaña en curso para las europeas. Feijóo necesita sacar un buen resultado, ganar aunque no sea por mucho. Para el PSOE un empate técnico sería ya un éxito. Más que el reconocimiento del estado de Palestina, lo que puede beneficiar a la estrategia socialista es la fotografía del líder de Vox, Santiago Abascal, junto al presidente israelí, Benjamin Netanyahu, porque permite al PSOE volver a especular sobre cómo sería la política española, en este caso en la rama de exteriores, si la centroderecha ganara unas elecciones generales.