“2021 es el año del volcán, pero 2022 tiene que ser el nuestro”

Los vecinos evacuados por el volcán de La Palma celebran la Nochevieja alojados en caravanas

Maria Xinxó Morera

Los Llanos de Aridane (La Palma)La televisión está puesta y dos presentadores cargados de lentejuelas y brillantina explican el funcionamiento de las campanadas . En el centro de la mesa, cinco vasos preparados con las 12 uvas. Hay botellas vacías y otras que esperan pacientes en la nevera para ser destapadas justo a medianoche. Solo con estos detalles podría ser la cena de Nochevieja de cualquier familia, pero cuando amplías la mirada enseguida ves que no lo es. La mesa es de camping, las sillas también. Nadie va arreglado, al contrario. "¿Qué quiere decir que no piensas celebrar Nochevieja? Estamos vivas, ¡esto es lo más importante!". Olga lo tiene clarísimo y ha acabado convenciendo a su amiga, Ana, para celebrarla todos juntos. "Somos amigos desde hace más de 15 años, nos conocemos de hacer viajes con la caravana por La Palma y las otras islas canarias". Este vehículo vacacional, símbolo de alegría y de buenos ratos hasta ahora, les hace de casa desde hace tres meses. Y lo que les queda, esto no lo sabe nadie.

El 19 de septiembre, el día que estalló el volcán Cumbre Vieja, Olga y Berto, su marido, tenían a punto una pequeña maleta con dos mudas. Los habían avisado que el cráter podía aparecer por su zona. Con previsión, habían llevado sus dos yorkshires a casa de Ana y Elías, "porque alí no había peligro". Pero las cosas no fueron como estaban previstas: "Mi casa se ha convertido en una montaña de lava de 80 metros", dice Ana, cabizbaja y con los ojos cansados. Tuvieron que huir deprisa y corriendo, sin coger nada y sin mirar atrás. "Siempre que me iba de vacaciones escondía las joyas por si entraban ladrones y, al final, fíjate quién se las ha acabado llevando". La lava se llevó las joyas, los recuerdos y la casa a traición: "No ha tenido escrúpulos con nada ni nadie".

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"Yo no soy maleducada, pero al volcán le he dicho de todo". Olga lo confiesa mientras se lo mira, en la oscuridad. Desde la calle Galileo Galilei de Los Llanos de Aridane, donde tienen aparcadas las caravanas, hay una vista privilegiada del volcán. Aquella por la cual tantas personas habrían pagado una morterada para ver el espectáculo cuando estaba encendido. Ya hace días que no escupe fuego, pero todavía humea. Es como una pequeña colina en medio de una montaña; si no supiéramos lo que ha provocado nos parecería del todo inofensivo.

No son las únicas familias desalojadas que han acabado aquí: hay una veintena de caravanas a ambos lados de la calle. "¿Hoy es el último día del año? No lo sabía. Pues al 2022 le pido una casa para vivir con mi familia y poder tener más animales". Quien habla es Elián, un niño de siete años, que solo vernos simula dispararnos con su escopeta de juguete, pero que después de los primeros segundos de su supuesta hostilidad se convierte en nuestro mejor guía. "Pasad, pasad", nos dice señalando lo que es ahora su casa: una caravana con avancé y una pequeña carpa que les ha cedido el Ayuntamiento. Aquí viven él, sus padres, su hermana pequeña de dos años —que duerme profundamente mientras las moscas la van sobrevolando—, una serpiente, dos chinchillas, dos dragones barbudos —"comen escarabajos", puntualiza Elián—, dos tortugas e incontables pájaros. Y dice que todavía quiere más animales.

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Su madre tiene ataques de ansiedad desde que tuvieron que marcharse de casa, pero disimula ante los niños: como cada año, han montado el árbol de Nadal, han puesto lucecitas por todas partes y en la puerta de la caravana un Papá Noel da la bienvenida a todo el mundo con un "Feliz Navidad" encima de la cabeza. Elián se pasea descalzo por todas partes, tiene los pies negros de la ceniza omnipresente en toda la isla.

De palmeros a turistas

Marta y Jorge son dos hermanos y quedamos con ellos en uno de los hoteles más famosos de La Palma, en Los Cancajos. En el vestíbulo se mezclan turistas y damnificados por el volcán. "En los últimos tres meses he vivido en seis lugares diferentes, entre ellos un antiguo cuartel donde todo eran literas y con el lavabo compartido. Mis padres son dependientes, tienen 85 y 86 años, y allí no podían estar. Desde el martes por la tarde nos han instalado en este hotel", relata resignada Marta. Su casa se ha salvado de la lava, pero no puede volver por los gases tóxicos. Su hermano no ha tenido tanta suerte. Me enseña su finca en fotografías y vídeos del móvil: es el único que le queda. "Era una casa de ensueño, hacía dos semanas que la había pintado de nuevo".

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Jorge va vestido de pies a cabeza con ropa que le han dado. Lo ha perdido todo, pero es un hombre afortunado y lo sabe: "Una familia de aquí de toda la vida nos ha dejado su casa, no nos conocíamos de nada, pero el cura les habló de nosotros. No nos cobran ni un céntimo, ni siquiera el agua y la luz, no sé como se lo podré agradecer". Lo explica todo con serenidad menos cuando piensa un deseo para el año nuevo: "Al 2022 solo le pido que mis padres puedan llegar a ver que tengo casa nueva y he salido de esta". Llora él y llora la hermana.

"Nos tratan como a delincuentes"

El volcán ha arrasado con todo lo que ha encontrado por su camino: casas, iglesias, escuelas, comercios y cultivos. Víctor hace más de veinte años que se dedica a la plantación de plátanos; hace todo el proceso, desde plantar la semilla hasta el embolsado, tal como nos llegan al supermercado con la etiqueta "Plátano de Canarias". Ahora ha visto cómo ocho de sus fincas han quedado inutilizadas por la lava o por la ceniza. Habla enfadado, pero en la mirada no le ves rabia, sino tristeza: "Las autoridades nos tratan como a delincuentes, a los agricultores. No nos dejan acceder a nuestras tierras; habríamos podido salvar muchos plataneros si nos hubieran dejado trabajar. Si esto hubiera pasado en cualquier otro lugar de España habríamos salido a quemarlo todo. En cambio, aquí los palmeros no sabemos de esto; debe de ser que estamos aplatanados".

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Se nota que Víctor es un hombre que trabaja en el campo, al aire libre. Tiene la piel castigada por el sol. Lleva unas botas de montaña, unos pantalones azul marino y un polo de propaganda lleno de manchas y agujeros. Las manos sucias de tocar la tierra y la ceniza. De golpe, se oye My heart will go on, el tema principal de la banda sonora de Titanic . "¿Es tu móvil?". "Sí, me gusta esta canción, a veces no cojo el teléfono solo para dejarla sonar". Y deja que suene. "I know that my heart will go on", canta Céline Dion. El corazón de Céline no lo sé, pero el de los palmeros saldrá adelante. "2021 es el año del volcán, pero 2022 tiene que ser el nuestro".