“Una familia me invitó a champán y a hablar de la vida del paciente”
Adrián Conesa, un médico badalonés que ha aplicado la eutanasia en Bélgica, la describe como un acto de amor
MadridEn griego eutanasia significa muerte buena (thanatos significa muerte y eu bueno), se encarga de recordar Adrián Conesa, que sabe de lo que habla. Nacido y crecido hasta los siete años en Badalona, en 1961 se fue a Bélgica, donde vivía su padre, hijo de exiliados republicanos. Ahí este médico ya jubilado ha aplicado la eutanasia una veintena de veces y ahora forma parte de un colectivo que asesora a especialistas jóvenes que han cogido su testigo. "En España se tendrá que poner en marcha una tarea de información y formación de ciudadanos y médicos. Aquí hace 18 años que la ley existe, pero muchos pacientes la ignoran y muchos médicos no saben cómo proceder", explica Conesa en una conversación telefónica con el ARA.
En Bélgica, tal como pasará en el Estado, un médico se puede negar por objeción de conciencia a aplicar la eutanasia, del mismo modo que un farmacéutico puede rechazar por sus convicciones vender los medicamentos letales, pero no es su caso. "Es un acto de amor", afirma Conesa, que rememora algunas de sus intervenciones. "Yo tenía la costumbre de retirarme a la esquina de la habitación mientras los familiares se hablaban y se abrazaban hasta que el paciente moría. Son momentos de mucha emoción. Claramente hay tristeza, pero a la vez una sensación de cariño, de serenidad, de descanso. Es una muerte muy dulce y tranquila, muy humana", relata. Concretamente, recuerda el caso de un hombre que tenía cáncer de páncreas y una metástasis incontrolable. La familia y el paciente estuvieron una hora charlando, cantando canciones populares belgas y bebiendo champán, hasta que él decidió que estaba preparado. "Después nos invitaron a tomar una copa y hablar de la vida del paciente", rememora.
Habiendo pasado por urgencias, geriatría, medicina interna y neumología, Conesa se adentró en las curas paliativas y se interesó por los problemas éticos relacionados con el final de la vida, de forma que decidió abrir una consulta. "Los contrarios a la eutanasia defendían que si se despenalizaba disminuirían las curas paliativas, pero es completamente falso. No se ha observado de ninguna forma. Son complementarios, no antagonistas", asegura. Por su experiencia, ha podido observar que los que eligen la eutanasia son personas con una personalidad independiente, que quieren controlar la propia muerte igual que lo han hecho con su vida.
La ley belga
En Bélgica el año pasado hubo más de 2.600 solicitudes de eutanasia, una cifra que representa el 1% aproximadamente de las muertes totales en el país centroeuropeo. La gran mayoría son personas de entre 60 y 90 años que tienen enfermedades físicas. A diferencia de la ley que se aplicará en España, en Bélgica una persona con un diagnóstico terminal que morirá en menos de un año puede tener una defunción asistida en cuestión de días. Solo hay que escribir en un papel la solicitud, la fecha y la firma. Entonces lo tiene que validar otro médico de la especialidad vinculada a la enfermedad que sufra el paciente y entonces ya se puede hacer cuando se quiera.
Se administra por vía intravenosa un somnífero muy potente que duerme profundamente. Al cabo de dos o tres minutos se aplican los productos que pararán la respiración y el corazón y en diez o quince minutos la persona "se va de manera muy serena", explica Conesa. "Sin dolor, ni agresividad, ni violencia", añade.
La normativa belga, de 2002, también prevé otros supuestos para aplicar la eutanasia, como, por ejemplo, para personas que sufren enfermedades neurológicas como la esclerosis múltiple. Como no se trata de un peligro de muerte sobrevenida, hacen falta tres opiniones clínicas y esperar como mínimo un mes para el acto. Por último, una persona puede solicitar por escrito la eutanasia aunque no tenga ninguna enfermedad, con previsión de que si un día no lo puede hacer conscientemente, un familiar pueda decidirlo. Conesa celebra que su país de origen avance en un derecho que conoce como la palma de su mano.