PROSPECTIVA 2021

Una agenda para empezar a desconfinar el futuro

Por más que queramos negarlo, la condición humana siempre vive en la cuerda floja

Josep Ramoneda
4 min
Una agenda per començar a desconfinar el futur  2021, el que ens espera

Después de nueve meses con la sensación de vivir una vida recortada, de golpe las vacunas aportan algo de moral para afrontar el año nuevo. De la impotencia a la potencia: desconcertados por una amenaza inesperada, a los gobiernos no se les ocurrió nada mejor que hacer lo que habían hecho toda la vida: encerrar la gente en casa. El mito de la capacidad científica y tecnológica de las sociedades avanzadas tambaleaba. Y el miedo y el desconcierto se apoderaban del personal. Y de golpe, los investigadores nos demuestran que sí, que la ciencia está aquí, y contra todo pronóstico nos traen las vacunas en tiempo récord. La especie tiene recursos para avanzar, pero por más que lo queramos negar la condición humana vive siempre en el alambre. La vacuna comienza a esclarecer el horizonte y alivia el estado de ánimo para afrontar el futuro inmediato. Es hora de preguntarnos qué deberíamos hacer para que esta crisis se convierta en una oportunidad.

Pierre Rosanvallon constata "una distancia considerable entre la conciencia abstracta que tienen nuestras sociedades de la urgencia de responder a determinadas cuestiones y la debilidad de las respuestas concretas que se aportan". La pandemia ha caído en un momento de cambio en el que el modelo de globalización neoliberal parece agotado tras la crisis de 2008, sin que se termine de configurar el nuevo ciclo. El virus nos ha hecho tomar conciencia de que hay problemas que afectan a la humanidad entera y que solo se pueden resolver en esta clave. Y al mismo tiempo hemos confirmado lo que ya sabíamos: que la humanidad no está constituida como tal.

Está muy extendida la creencia de que el cambio climático y la cuestión de las desigualdades, en unas sociedades que tienden a los extremos y un mundo en el que cada día menos tienen más, son dos cuestiones centrales para desconfinar el futuro. Solo sectores negacionistas, generalmente encerrados en la extrema derecha y los autoritarismos, niegan la necesidad de cambiar la relación de los humanos con la naturaleza de la que formamos parte. Y desde hace ya cierto tiempo la cuestión de las desigualdades ya no es un tópico socialdemócrata o de izquierdas, sino que está presente en las cabeceras más representativas del capitalismo liberal, que dicen, como hacía una famosa editorial del Financial Times del abril de 2020, que "los gobernantes deben aceptar un papel más activo en la economía" y que "la redistribución volverá de nuevo a la agenda". El calendario del 2021 tiene citas suficientes para exigir el paso de la conciencia abstracta (es decir, de las retóricas exhibiciones de buena conciencia) al acto.

La derrota de Trump no es garantía de nada. La política de la confrontación y la mentira sistemática tiene adeptos en todo. Sin embargo, se abre el retorno al multilateralismo, la vía para configurar espacios compartidos. Pero si no nos liberamos del ahogo de la pandemia, si se normaliza la lógica de estado de excepción en el que estamos instalados, el autoritarismo puede seguir ganando puntos y China se puede consolidar como el estadio superior del capitalismo. Que la pandemia no nos haga perder el mundo de vista. Si la política tiene que recuperar la iniciativa, hay que poner en el centro de la escena los grandes temas: la cuestión ecológica, las desigualdades, el capitalismo de vigilancia, los límites a los gigantes digitales (instalados en el atributo divino de la ubicuidad que les permite escapar el control soberano ya la imposición fiscal), la inmigración y la destrucción de los sistemas de libertades.

En este punto, la actitud de los ciudadanos será determinante. Sin prisa, pero sin miedo, hay que ir reconstruyendo los lazos sociales perdidos por la pandemia para que la ciudadanía recupere la confianza. Es necesario también que los gobernantes demuestren que además de prohibir son capaces de hacer eficiente la reconstrucción tras la catástrofe. Y hay una mutación en la actitud de los políticos del paternalismo y el autoritarismo de la impotencia a la atención, el cuidado y el reconocimiento de las personas. La política debe recuperar la iniciativa -por tanto, la autoridad y el reconocimiento-, pero es necesario que abandone la parte más ofensiva de toda la gestión de la crisis: la confrontación y la pelea permanente. En este terreno, España y Catalunya se han puesto al nivel de los peores países. Y lo volveremos a ver ahora en las elecciones catalanas de febrero -si se celebran-, la incapacidad de hacer propuestas políticas consistentes dará lugar a una vomitiva guerra de descalificaciones, sin otro objetivo que salvar los muebles de cada casa. Debería ser, y me temo que no será, el año en que el independentismo baje de las nubes, deje expresión libre en su diversidad y dé consistencia a sus proyectos.

Sí será, en cambio, el año que se irá Angela Merkel, que, con todos sus claroscuros, ha transmitido la autoridad moral y la dignidad que tanto cuesta encontrar. Y esto en un momento que Europa necesita liderazgos políticos por encima de las inercias tecnocráticas. En fin, habrá este año también un aterrizaje en Marte en busca de vida microbiana. Cuando el mundo se atasca, siempre existe la tentación de mirar al cielo.

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