Barcelona 2000-2025: el boom global
El análisis de datos evidencia cómo ha cambiado la capital catalana en el primer cuarto del siglo XXI
BarcelonaPocos sitios retratan tan bien el cambio que ha vivido Barcelona en los últimos veinticinco años como la playa de la Barceloneta. Sentado en su arena es posible observar la mutación física más reciente de la ciudad –con el hotel Vela, los rascacielos de Diagonal Mar o la placa solar del Fòrum en el horizonte redefiniendo elskyline–, pero también aquella transformación menos evidente a simple vista, la que permite constatar cómo durante el primer cuarto del siglo XXI el impacto de la globalización ha cambiado decisivamente la capital catalana.
Hoy en la playa de la Barceloneta, el ir y venir de riders transportando hamburguesas y furgonetas cargadas de paquetes comprados online son síntomas de un mundo diferente en el que no es necesario afinar demasiado el oído para escuchar a una decena de idiomas hablados por turistas, pero también por vecinos que han llegado de todo el mundo. Una consulta en el móvil –ahora omnipresente y entonces anecdótico y sin internet– nos permitirá poner datos a esta transformación. Éste es el objetivo de este artículo, que a las puertas de la Mercè 2025 y de la mano de la amplísima base delOficina Municipal de Datos, quiere analizar cómo ha cambiado Barcelona en un cuarto de siglo.
Porque es cierto que estas últimas dos décadas y media en la capital catalana han tenido poco que ver con los últimos veinticinco años del siglo XX. Entonces la recuperación de la democracia primero y la euforia olímpica después pusieron patas en el aire a la ciudad, que vivió obras faraónicas como la creación de las rondas. Ahora también ha habido operaciones urbanísticas de peso como la llegada de la avenida Diagonal al mar o la remodelación de Glòries, pero el gran cambio no se explica por la piel de la urbe, sino por el día a día de quien la habita.
Una ciudad más diversa
Según los últimos datos del padrón, hoy en Barcelona viven 1.733.130 personas, la mayor cifra en los últimos cuarenta años. Con la natalidad en los registros más bajos de los últimos cien años –solo 11.091 nacimientos en el 2024–, el auge se explica por la ola migratoria. Si en el 2000 había 74.169 empadronados en la capital catalana que habían nacido en el extranjero, ahora ya son 611.988 de 182 nacionalidades distintas. De representar a un 5% de la población, han pasado a ser ya un 35%. Unos recién llegados que, en un rasgo diferencial de la época, llegan también provenientes de países más ricos para estudiar o trabajar en la ciudad. Sólo en la Universidad de Barcelona (UB), en el curso 2024-2025 estaban matriculados 11.627 estudiantes extranjeros; en 2000 eran 2.672.
Población y turismo
La explosión del turismo es otra de las claves sin la que no puede entenderse la Barcelona de los últimos veinticinco años. Hacia 2004, mientras la ciudad seguía con la apuesta de los grandes acontecimientos y acogía el Foro de las Culturas, el metro se llenó de anuncios en los que unas nubes te guiñaban un ojo mientras te animaban a viajar a Roma por poco más de lo que costaba el bus de línea hasta Almacelles. Eran los inicios de las aerolíneas de bajo coste. Carteles similares debieron de aparecer en otras ciudades del mundo, porque de un día para otro la capital catalana también se llenó de visitantes.
En este campo los datos son rotundos. Hoy la ciudad ya recibe a más turistas sólo a través de los cruceros (3,6 millones en el 2024) de los que recibía en total en el 2000. La capital catalana cerró ese ejercicio con 3,1 millones de visitantes. Ahora recibe 15,6. Un auge que ha tenido derivadas en el sector hotelero –442 hoteles hoy por los 170 que había a principios de siglo– y que, de la mano también de la explosión de las plataformas, ha creado fenómenos como los pisos turísticos –más de 10.000 actualmente– que el Ayuntamiento aspira a cerrar el 2028.
La presión turística es uno de los factores (pero no el único) que explica otro de los elementos que definirán este primer cuarto de siglo: la crisis de la vivienda. Hoy un piso de alquiler en Barcelona cuesta encontrar, y su precio medio ronda los 1.147 euros. Casi el triple de lo que costaba en el 2000.
La llegada del turismo masivo ha trastocado también la fisonomía de las calles de la ciudad, donde comercios destinados principalmente al visitante como los supermercados 24 horas, las tiendas de souvenirs, o las tiendas cannábicas han ido ganando toda la ganancia. También ha sido la época del estallido de las grandes marcas globales, que hoy coleccionan tiendas en las principales calles y avenidas de todo el mundo, también de la capital catalana.
La apuesta por el conocimiento
La globalización ha difuminado fronteras, facilitando también el movimiento de capital internacional. Barcelona ha doblado más su PIB en estos veinticinco años –de los 41.465 millones en el 2000 a los más de 103.000 en el 2023, el último dato disponible–. Unos datos en los que tiene mucho que ver el auge turístico, pero también la apuesta por acoger ferias y congresos, con 734.818 asistentes en el 2023 según los datos del anuario estadístico de la ciudad, prácticamente el triple que en el 2000. Y también tiene un papel suficientemente relevante la economía del conocimiento. Entre los logros del primer cuarto de siglo en la ciudad se encuentra la inauguración del Barcelona Supercomputing Center (BSC) o el Parque de Investigación Biomédica, así como haber puesto la semilla de proyectos que estarán en marcha en breve como el futuro Campus Clínic, la Ciudadela del Conocimiento o el CaixaResearch Institute.
También en estos últimos veinticinco años se ha llevado a cabo una primera ampliación del aeropuerto con la inauguración de la Terminal 1 en 2009. Una infraestructura que ahora se quiere actualizar y que ha empujado a batir récords de las cifras de pasajeros. Hoy pasan por el aeropuerto cada año más de 55 millones de pasajeros; en el año 2000 eran 19,3.
El coche pierde protagonismo
El primer cuarto del siglo XXI ha supuesto también algún cambio de paradigma en la ciudad. El coche es uno de los ejemplos más claros. En 2023 había en Barcelona 471.814 coches, 150.000 menos que en el 2000. En este tiempo la ciudad ha ganado 430 hectáreas de acera y casi 250 de verde urbano. También se han pacificado calles principales del Eixample como Consell de Cent y se ha dado la vuelta al modelo de aparcamiento en superficie. La implantación del área verde que se estrenó en 2005 en el Eixample y Ciutat Vella se ha extendido a toda la ciudad y ha hecho que hoy sólo queden 12.727 de las 151.458 plazas libres que había en 2000.
Ciudad
Por el camino, la capital catalana ha apostado por la bicicleta disparando los kilómetros de carril bici e impulsando un nuevo modelo de movilidad compartida como el Bicing. También ha hecho crecer su red de transporte público ampliando la red de metro –prolongando la línea 3 hasta Trinitat Nova y poniendo en marcha la L10 y parte de la L9– y recuperando el tranvía, que ahora quiere conectarse por la Diagonal.
Más barrios, más cambios
La ampliación del metro y del tramo son una muestra de otra de las prioridades de la ciudad en estos años: difuminar sus límites. La ciudad ha crecido hacia las orillas del Besòs con la operación del Fórum de las Culturas y la urbanización del barrio de Diagonal Mar y el Frente Marítimo de Poblenou y hacia el Llobregat, donde ahora se están levantando miles de viviendas en la Marina del Prat Vermell. Además, ha suavizado autopistas interurbanas con la cobertura de ambos extremos de la Gran Vía o la intervención en la Meridiana.
El impulso del 22@ o la operación –aún inacabada– de la Sagrera son otras operaciones de una ciudad que también ha saldado en este primer cuarto de siglo su deuda pendiente con el Parque de las Glòries, un nuevo pulmón verde de la capital catalana que ha aportado también a un skyline aún dominado por una Sagrada Família incompleta pero cada vez más alta dos edificios icónicos: la Torre Glòries y el Museu del Disseny. Una transformación de la ciudad que también ha dejado su huella administrativa, ya que desde 2006 Barcelona tiene 73 barrios y no 38.
Todo ello, sólo en veinticinco años. Un cuarto de siglo que un Onofre Bouvila de la época retrataría como tiempos marcados por la globalización, el estallido tecnológico o las grandes crisis como la económica o la pandemia. Unos años en los que habría corrido a sacar en el 2002 los primeros euros de unos cajeros automáticos que después desaparecerían progresivamente. Como las cabinas, sacrificadas por la irrupción de los móviles inteligentes. Un mundo donde internet cambiaría nuestra forma de relacionarnos, divertirnos y consumir, complicando la vida en cines (solo quedan 21 de los 47 que había en el 2000) y también en bingos, donde hoy sólo se venden una quinta parte de los cartones que se vendían hace veinticinco años.
Unos tiempos en los que este Bouvila moderno habría visto también la llegada de los Mossos d'Esquadra a la capital; en el que seguro habría paseado por la plaza Catalunya del 15-M o por las grandes manifestaciones del pre- y el post-Proceso, y habría sido testigo de las primeras riadas de turistas y de los primeros problemas para conseguir una vivienda. Habría formado parte, también, de una Barcelona cada vez más diversa. Dividida entre quienes ya no reconocen la ciudad como suya y creen está perdiendo la identidad, y quienes miran el futuro con optimismo.