La Barceloneta: así se vive en el barrio más gentrificado del Estado
El barrio pescador de Barcelona se afana por mantener su esencia en medio de la presión turística e inmobiliaria
BarcelonaEs jueves por la mañana. El barrio de la Barceloneta despierta poco a poco entre persianas que se levantan, estibadores uniformados que hacen el café en un bar, el mercado que ya funciona y las cajas de pescado que se agolpan en el palco. El repartidor de butano, que ha aparcado en la entrada de la calle Pescadors, hace de despertador haciendo sonar las bombonas a martillazos, por si alguien lo tiene que reponer. Esta semana, estas calles han ocupado los titulares de todos los medios para que la Barceloneta ya es el barrio más gentrificado de todo el Estado, según el último estudio del Centro de Estudios Demográficos de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB). Cuando se les pregunta por esta cuestión, la mayoría de los vecinos no reaccionan extrañados: "Hace tiempo que lo de la gentrificación aquí está descontrolado", coinciden resignados. El ARA ha visitado el barrio para hablar con los vecinos –los nuevos y los de toda la vida– y comprobar de primera mano cómo seguir viviendo en un barrio donde la maquinaria del sistema tiende a expulsarte.
Un primer vistazo rápido ya evidencia esta tendencia. El barrio pescador está situado entre la playa, el Hotel W, y el Palau de Mar, ahora reconvertido en un hub tecnológico internacional. En las dos arterias principales del barrio, el paseo Joan de Borbó y la calle Pepe Rubianes, los pocos comercios de toda la vida quedan bien escondidos, entre restaurantes de comida rápida y tiendas de souvenirs, móviles y productos y semillas de cannabis. También hay persianas bajadas. En el estanco, dos de las tenderas conversan en la puerta porque alguien ha entrado y se ha llevado un producto sin pagar. "Habrías tenido que salir corriendo detrás de él", le reprocha una a la otra.
En la Barceloneta viven casi 15.000 personas y la renta per cápita media de los ciudadanos ronda los 14.100 euros anuales, según el Idescat. Es decir, ingresan la mitad que los vecinos de otros barrios, como Sarrià o Sant Gervasi. Una de las vecinas de toda la vida es Núria González. Como otros muchos, ella vive en uno de los famosos "cuarto de piso", los apartamentos de 28 metros cuadrados que son muy comunes en este barrio. "Nosotros, los que hemos vivido aquí toda la vida, estamos acostumbrados. Ahora vivo sola, pero antes vivía con mis dos hijos; ¡y antes con mis padres!", explica entre orgullosa y divertida.
Núria ha vivido en primera persona, y su familia, el impacto que la gentrificación tiene en la vivienda. En los últimos años muchos pisos se han vendido y se han puesto de alquiler de temporada "a precios altísimos", dice. "Hacen pagar hasta 1.300 euros al mes por un piso como el mío". En su edificio tiene varios. "Son vecinos que están de paso; cambian constantemente y no hacen ningún esfuerzo por conocer el resto. A veces son estudiantes que se juntan y alboroto. Llegará el día que ya no conoceré a nadie y no tendré red ni tampoco sabré a quién pedir ayuda si me pasa algo", reflexiona.
Núria explica que sus hijos ya se han ido del barrio por la presión de los precios. Cuando se les acabó el alquiler "no encontraron nada y se fueron a vivir fuera de Barcelona". Los jóvenes se están marchando, porque los pisos son pequeños o inasumibles de precio y, además, muchos también tienen miedo o expresan que no quieren criar a los hijos en este entorno ya. Da mucha pena", lamenta Núria.
Cuando dice "este entorno" se refiere a la calle. Y en los comercios impersonales que han copado el barrio. "En la Barceloneta la vida siempre se ha hecho en la calle, y ahora no tenemos ni tintorerías, ni droguerías, ni muchos comercios básicos que no eran sólo tiendas, sino que también eran un espacio de convivencia y socialización –reivindica–. ¿Quieres ver qué implica perder las tiendas de barrio? Pues ve a Montse, a la tienda Les Ocasions".
Le hacemos caso. De camino hacia allí, sin embargo, al girar por la calle Miquel Pedrola y Alegre –que los vecinos de toda la vida todavía llaman la calle Churruca, por su nomenclatura antigua–, nos topamos con Maribel, que llama de lejos a Pilar. "¿Cómo tienes el pie?", le pregunta. "Pues esta tarde tengo que volver para que me lo curen", le responde la otra. Maribel tiene 75 años y también se define como una vecina "de toda la vida". Le acompañamos un pedazo de su recorrido, ha quedado con su marido para pasear "y tomar el solito". "Este barrio ha cambiado mucho, en todos los sentidos –explica–. Antes era un barrio muy familiar, pero ahora hay muchísima gente, en su mayoría extranjeros, y muchos turistas". Dice que vivir en la Barceloneta es muy "bonito" pero también hay "muchos problemas". Ella destaca el ruido que hacen los turistas de noche y la inseguridad. "A mi marido le intentaron tirar de una cadena del cuello y cayó al suelo. Se dio un buen golpe en la cabeza", dice.
Vivir en la Barceloneta es "bonito", "precioso", "es vivir junto a la playa" y "es vivir en comunidad". Éstos son algunos de los adjetivos que ponen los mismos vecinos. Sin embargo, la frase nunca termina aquí. Todos continúan con un pero: "Es imposible", "es un infierno", "es ruido constante", "es malvivir", añaden.
De las barcas de pescadores a los yates
Llegamos a la tienda Les Ocasions, donde está Montse. Es una tienda de ropa y textiles del hogar pero también un punto de encuentro vecinal. Mientras charlamos con ella llega Joaquín. Le trae unas luces de Navidad que le ha arreglado. "Espero que te duren", dice, y se añade a la conversación. Joaquín dice que ya no quedan muchas tiendas como ésta. "Algunos bares, como La Cova Fumada, la Electricidad o Can Ramonet, la relojería Cánovas y poco más", explican haciendo un recuento rápido. Su conversación gira en torno a todos los establecimientos que también tienen previsto cerrar. "Qué pena –dice flojito Joaquín– Total, ¿por qué? En su lugar pondrán una de esas móviles que dentro de dos días cerrará y abrirán otra. Horroroso". En ese momento entra Beatriz en la tienda. Viene a saludar, sólo, y se suma a la conversación. "¿Sabes que en aquella calle tenemos cinco tiendas de cannabis? ¿Cómo puede que les den licencia a tantas, en tan poco espacio?", se pregunta. "Resumiendo, aquí ahora lo que hay es turismo de alcohol y drogas", espeta Montse.
Los tres vecinos se preguntan, con nostalgia, por qué ningún político se preocupa de mantener la esencia del barrio. Núria aventura una respuesta: "Yo creo que están dejando que el barrio se degrade para que así los poderosos, los empresarios, los inversores, se le podrán quedar y hacérselo a medida, con un pisito junto a la playa, donde tendrán amarrados sus yates". Antes de marcharte todavía entra otra vecina en la tienda: "Reina, ¿verdad que me dejas sentar a descansar? Voy camino a casa y ya no me aguantan los pies". Y Joaquín le prepara una silla. "Esto es hacer comunidad y tejido vecinal", concluye Núria.
Los vecinos relatan que el primer cambio fuerte llegó con las obras previas a los Juegos Olímpicos del 92. "Pero eso nos fue bien", concluyen. Ahora, en cambio, aseguran que "en los últimos diez años, el barrio se ha degradado". Suzanne Jorquera es una de las vecinas activistas del barrio. Ella y su hermana Esther, junto con Núria y otras vecinas, han alzado la voz más de una vez a través de las asociaciones como L'Òstia para reivindicar la esencia de su barrio y hacer frente a proyectos como el de la Copa América o la llegada de fondo buitre. "El mayor problema que tenemos es el relevo de población que hay. Tenemos grandes corporaciones y familias burguesas catalanas que venden los pisos a gente de alto poder adquisitivo del norte global, con contratos de temporada, a personas que solo quieren venir para hacerse una foto en Instagram", espeta.
Para Suzanne, vivir en el barrio se ha vuelto insostenible por demasiados motivos. "Están terminando con la comunidad y el vecindario, con un barrio obrero, pescador, trabajador de toda la vida". "A mí, hay propietarios que me han llegado a decir: «No creas que alquilaremos los pisos en los quinquis de la Barceloneta»", explica esta vecina indignada.
Presión inmobiliaria, presión turística, relieve poblacional y destrucción del tejido comercial. Son los problemas de fondo que aparecen en todos los debates. no quieren hacer declaraciones. "El negocio no es mío" o "Ven cuando vuelva el amo", son algunas de las respuestas que más utilizan para evitar la conversación con periodistas y, solo algunos también admiten ser vecinos del barrio. adinerados que "vienen a vivir la experiencia Barcelona". Y dice que no se relacionan entre ellos. porque están de paso –dice esta vecina–. El equilibrio es muy delicado. Estamos entre la necesidad de que haya negocio en el barrio, que haya vecinos, que haya trabajo y al mismo tiempo que no perdamos la esencia".