Pescadoras

La resistencia de cuatro mujeres de la Barceloneta: "Reconocemos los 'expats' por la forma en que tienden la ropa en los balcones"

Entrevistamos a cuatro vecinas, algunas relacionadas con oficios del mar, que nos explican cómo luchan contra el monocultivo turístico, que ha desvirtuado el barrio de pescadores

Marina Monsonís, Esther Jorquera, Montse Catalán y Alba Aguilera, con los peces que Montse había comprado en el palco de la Barceloneta
04/07/2025
7 min

BarcelonetaLa Barceloneta es un suquet de brótola o unas anchoas en vinagre. La Barceloneta está en cuartos de piso, es decir, una casa de dos plantas dividida en pisos de veintiocho metros cuadrados. La Barceloneta es la vida en la calle, con comidas en la puerta de casa. La Barceloneta es donde trabajan o donde viven Alba Aguilera (Barcelona, 2001), Montse Catalán (Barcelona, 1975), Esther Jorquera (Barcelona, 1987) y Marina Monsonís (Barcelona, 1979), que nos explican cómo luchan contra las paellas y las doradas congeladas que se venden en el paseo Joan de Borbó (nombre que no les gusta), contra las tiendas de té macha y de pollo teriyaki y sobre todo contra el monocultivo turístico. La Barceloneta es allí donde las cuatro mujeres han hecho amistad, atadas con muchas cuerdas de una única red que bordan con fuerza: quieren mantener la esencia de un barrio pescador.

Quedamos un viernes en el muelle de Pescadors de la Barceloneta, donde se encuentra la Torre del Reloj, con cuatro esferas que parece que no indiquen exactamente la misma hora: una marca las cuatro de la tarde y las otras, las cuatro y algunos minutos. La primera que llega es Marina Monsonís, y detrás de ella, Esther Jorquera. Se conocen desde pequeñas y se nota la confianza que se tienen. Tanta, que Marina Monsonís, en el libro multipremiado Madre Mar (Ahora Llibres) que ha escrito, la cita a menudo. Esther, su hermana Suzanne y el padre de ambas, Pedro, son de los personajes que más se hacen querer durante la lectura. "Concretamente, nos hicimos amigas en el desaparecido Club Natació Barceloneta, que estaba situado junto al Hospital del Mar", dicen. Ahora ya no existe, lo derribaron, y el actual Club Atlético Barceloneta es la fusión de los dos clubs que había.

Montse, Marina, Alba y Esther en el palco de pescado de Barcelona.

"Cuando éramos pequeñas había sensación de barrio, porque nos veíamos constantemente; se hacía vida en la calle", dice Esther. El abuelo de Marina había sido entrenador de natación de Suzanne y su padre se había llegado a clasificar dos veces como nadador para los Juegos Olímpicos. Los clubs de natación eran espacios sociales, como también lo eran las calles y las azoteas. La crianza era colectiva; las familias se conocían bien entre sí y miraban por el bien de los pequeños. "Hoy los que salimos a la calle a comer y a jugar somos muy pocos", explica Esther, que recuerda con Marina cómo lo hacían las familias numerosas para vivir en un cuarto de piso: en el mismo espacio donde comían es donde dormían, así que según la hora del día se transformaba en comedor o en dormitorio. Y pese a la pequeñez del espacio, siempre había sitio para alguien que llegaba de fuera, para un familiar que había llegado del pueblo (cuando la migración era interior, de los pueblos de cultivo como Lleida hasta los pueblos de pesca, como Barcelona, o venía del sur de España, especialmente de Andalucía).

La playa como naturaleza

De pequeñas también tenían más contacto con la naturaleza, con el mar. "Mira, aquí mismo, donde estamos sentadas, en el Moll de Pescadors, han puesto unos bancos de hormigón que parecen del Macba, y han cerrado el espacio con unos barrotes de hierro para que nadie pueda pasar al palco", dice Marina. Y Esther, que ya ha visto cómo un cambio ha traído a muchos otros que han desfigurado el barrio, ya imagina qué pasará en el futuro: "Primero cierran el espacio con hierros para que nadie pase, pero es que luego acabará desapareciendo porque ya nadie lo echará de menos; como ocurrió con la lonja de pescadores antigua, que también la echaron." Más cambios que ellas han visto, y que no les gusta: el Hotel Vela. "Un buñuelo que ha comido espacio en la playa, un espacio que era virgen, guapísimo, y que, mira por dónde, ha podido saltarse la ley de costas", señala Marina. Antes la playa era el espacio de recreo, y también el lugar donde los pescadores secaban peces, como sardinas, para pulverizar para potenciar gustos de los platos.

Caminamos por el muelle de Pescadors, y tiene un olor que Esther dice que la hace viajar a su infancia (olor a pescado, sal y un punto de dulzura, como de bizcocho) y llegan Alba, la armadora más joven de Cataluña, y Montse, la pescadera, que ya ha comprado todo el pescado al llot. Tienen mucha energía ambas y eso que han trabajado toda la mañana: una en la barca; la otra, en la parada, que dice que se conoce como La Montse o La Platgeta. Al día siguiente, otra vez a la parada, sin embargo, contenta. "Marina, mira las brótolas que tanto te gustan; me he quedado una caja", dice. Le gusta el oficio de pescadera, y eso que antes era carnicera, en otro barrio y en otro mercado. "Incluso quisiera tener la parada abierta por las tardes, pero durante mucho tiempo estuve yo sola, en el mercado, y hubo un día que pasé miedo, porque me hubieran podido robar y nadie se habría enterado; por eso solo estoy por las mañanas".

Alba Aguilera arriando los sacos para limpiarlos en el muelle.
Montse en su pescadería en el Mercado de la Barceloneta.

Alba se une con nosotros bien vestida, porque es el viernes por la tarde, y ya ha amarrado su barca en el puerto, junto a la de su padre. "Cojo el rap y os cuento cómo se hace para que no se caiga, pero no quería tocar el pescado, que ya me había cambiado de ropa", comenta entre risas y quejas. Mientras lo dice, ha introducido los dedos índice y el de en medio en los ojos del rape, gigante, un dedo en el interior de cada ojo, y entonces lo ha levantado arriba. "Si cogemos el rape por la cola, entonces nos resbalará, pero por los ojos, haciendo pinza nunca lo hará", dice Alba, que, por su edad, veinticuatro años, y por su valentía como armadora se ha hecho un nombre en el barrio. "Trabajaba en la discoteca Opium, y ganaba 2.500 euros al mes. Una pasta, pero me cansé, porque a mí me gusta pescar, el mar, hacer lo que he visto hacer a mi padre siempre", dice la armadora de la Barcelona, que ahora vive en Canet de Mar, donde ha encontrado un piso de precio más asequible. "Voy y vengo cada día de Canet a la Barceloneta, hago muchos kilómetros, arriba y abajo, pero es lo que hay", relata.

Desde la pasarela del muelle de Pescadors, Alba nos señala cuál es su barca. Hace pesca artesanal. Ahora por fin se ha entendido que es la pesca sostenible, la que debe ser preservada, porque con el trasmallo –con el arte de pesca que utiliza Alba– no se daña el fondo marino. "Quiero poner en mi barca el nombre Mi gitana; y si no me aceptan el nombre a capitanía, entonces tengo una alternativa, Tresmallera", explica. Tiene un habla salada, es simpática y hace reír a todas con sus expresiones medio en catalán medio en castellano. Va cambiando de idioma según con quien habla y siempre con mucha gracia.

En el barrio, ahora hay turistas y expats (extranjeros que trabajan desde Barcelona para sus países), y algunos pagan por los cuartos de piso 1.300 euros al mes. "Les reconocemos por cómo tienden la ropa en los balcones, arrugada, sin estirarla bien, y también, claro, porque no hacen vida de barrio", dice Esther, que añade: "No comen suquets de brótola sino brunch; no compran en el Mercado de la Barceloneta, sino en los súpers; no hacen vínculo". En este punto, Marina comenta que "la dinámica capitalista es la que ha permitido esta nueva manera de hacer ciudad", que quiere decir que hay gente que tiene unos privilegios que pasan por encima de otros, que son los jóvenes del barrio que deben irse lejos porque no pueden pagar alquileres tan altos, y también los migrantes, los africanos conocidos como top manta, y que eran pescadores en sus países. Si antes la migración era interna, hace años que la migración es de países africanos, en nuestro país. "Muchos pescadores senegaleses han tenido que marcharse de su país porque no tenían pescado para pescar, porque los europeos hemos ido a destrozar sus costas con sistemas de pesca con bombas; y además les enviamos nuestra basura electrónica", explica Marina, que señala una imagen muy gráfica del barrio: en el mismo paseo Joan de Borbó un top manta vendiendo frente a los grandes yates amarrados.

La armadora conduciendo su barca, que quiere bautizar con el nombre de 'Mi gitana' o bien 'Tresmallera', en referencia al arte de pesca que utiliza, el trasmallo.

Y ahora que ha vuelto a salir el nombre del paseo Joan de Borbó, Esther y Marina dicen que todo el mundo en el barrio le llama paseo Nacional. "¿Por qué debemos tener en la Barceloneta a un Juan de Borbón? Hemos hecho peticiones para que retiren su nombre; de la misma manera que todo el mundo sigue diciendo calle Ample a la calle Pepe Rubianes. Que lo queríamos mucho, al Pepe, pero somos muchos en el barrio que pensamos que si en la calle Ample había que cambiarle el nombre, entonces había que decirle la calle d'Emília Llorca, que era un referente de lucha en la Barceloneta".

Las cuatro mujeres carecen de una visión romántica de la Barceloneta. No creen que antes todo era mejor. La Barceloneta de los años ochenta, afectada por la heroína, fue muy dura, y eran muchos los que creían que el barrio era un lugar inseguro, lleno de manchas. No se trata de romanticismo, sino de recordar que la Barceloneta vivía del mar, comía pez de proximidad y no peces congelados ni salmones ni aguacates; desayunaban bocadillos de anchoas en vinagre o de peces enlucidos; la gente vivía en un piso pequeño para tener una barca de propiedad; y en las calles y en los clubs de natación había vida y alboroto. Y es lo que las cuatro mujeres quieren que perdure, con sus palabras y con sus trabajos. Alba, como pescadora. Montse, como pescadera. Esther, como filóloga. Marina, con sus libros, en la que relata los testigos de todas.

Anchoas en vinagre (receta del padre de Esther Jorquera, Pedro)

Primero hago una salmuera, con un litro de agua (más o menos) y tres puñados de sal, a simple vista. Una vez ya está lista, mezclo en otro cuenco un vaso de vinagre y uno de salmuera, un vaso de vinagre y uno de salmuera y así sucesivamente. Para terminar, preparo una fiambrera con un vaso de la mezcla de la salmuera con vinagre y añado una capa de boquerones bien limpios, sin espina y sin tripa, los coloco boca abajo. Vuelvo a añadir un vaso de mezcla de salmuera y vinagre y añado otra capa de boquerones boca arriba y así haces tantas capas como quieras.

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