Barcelona

"En la Rambla podría haber vendido un elefante": una cata de la historia de los antiguos pajareros

José y Javier Cuenca, padre e hijo, recuerdan el pasado de los icónicos puestos del centro de Barcelona

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Jose Cuenca y Xavier Cuenca, padre e hijo, antiguos pajareros de la Rambla.

BarcelonaLa historia de la rambla de los Estudios no se entendería sin los antiguos pajareros. Aunque nunca ha sido una denominación oficial, este tramo al inicio de la Rambla de Barcelona se conoce popularmente como la rambla de los Pájaros en honor a la tradicional venta de animales que transformó el paseo hasta convertirlo en un imán de amantes de las aves y curiosos.

José Cuenca bajaba por la Rambla cada mañana cargando una carretilla de madera llena de jaulas, pienso y todos los utensilios necesarios para pasar un día vendiendo animales en el centro de Barcelona. Tenía 14 años, es el mayor de tres hermanos y no pudo ir a la universidad, así que enseguida empezó a ayudar a su padre con la parada de pájaros que regentaba. Su padre, que también se llamaba José, adquirió una parada de los antiguos pajareros de la Rambla a mediados de los años 50. Una vez llegó, no se marchó hasta su muerte. "Se dedicó con cuerpo y alma, hasta el último día", explica su nieto, Xavier Cuenca, bajando por el paseo y recordando la vida de su abuelo.

Xavier Cuenca, antiguo pajarero de la Rambla.

Los antiguos pajareros de la Rambla se establecieron en el paseo en 1855. Antes trabajaban dentro del Mercado de la Boquería –del que hoy en día todavía forman parte–, pero un decreto aprobó que los animales vivos debían disponer de un espacio propio alejado de los animales muertos por motivos de higiene y evitar la transmisión de enfermedades. Por aquel entonces el concepto “animal de compañía” se entendía más bien como “ganado” y los vendedores ambulantes empezaron a llenar el paseo con ovejas, cerdos, cabras, gallinas y todo tipo de animales. No fue hasta los años setenta cuando se construyeron las paradas de los pajareros.

El padre de Xavier todavía va cada tarde. Tiene 71 años y hace más de 55 que fielmente recorre la parte alta del paseo, ahora entre las 5 paradas propiedad de la familia. "Ha crecido en la Rambla, ha trabajado, se enamoró y casó, y ahora está enfermo y sigue aquí", dice emocionado. Entre los recuerdos que mantiene de aquella época destaca la vocación incansable de José por la parada de pájaros: “Mi padre descansaba un día de cada 14, y cuando estaba en casa lo notabas inquieto y con ganas de volver al trabajo” . “En este sentido, la Rambla engancha, yo ahora entiendo en cierto modo esta necesidad de pisarla y vivirla prácticamente todos los días”, añade.

Ahora la continuidad de los antiguos pajareros está en duda desde que el Ayuntamiento ha anunciado que deben entregar las llaves de las paradas. Sin embargo, los afectados han presentado más de una decena de recursos judiciales para mantener las tiendas y permanecen a la espera de la resolución.

Animales exóticos

Los antiguos pajareros vendían todo tipo de animales. A lo largo de los años llegaron a tener especies exóticas como chimpancés, monos, escorpiones o serpientes. José a veces se llevaba a casa a los animales que necesitaban algún cuidado especial. “Cuando era pequeño había llegado a jugar con un tucán oa llevar un mono sentado en el hombro”, recuerda Xavier. Los paradistas se adaptaban a lo que los clientes les pedían. En los años 90 se pusieron de moda los reptiles o los lémures y la gente chillaba para ver la variedad de serpientes y escorpiones que tenían en la tienda. Cada día vendían tres o cuatro ejemplares.

“Cuando había animales la gente disfrutaba de bajar a la Rambla, los niños se reían y jugaban, los adultos se paraban a mirarles porque les parecían curiosos, a todo el mundo le gustaban. Ahora las cosas han cambiado mucho”, dice con nostalgia José. No quiere jubilarse y exclama con cierta ironía que si lo hace, espera “morir al día siguiente”. El padre de Xavier no puede evitar sentir añoranza por aquella Rambla llena de animales de todo tipo y paradas regentadas por payasos –como se refiere a los pajareros–. "Antes, podríamos haber vendido un elefante si hubiéramos querido, no había ningún límite y eso tampoco estaba bien", reconoce. Poco a poco, dejaron de vender este tipo de animales y al final sólo tenían canarios, pericos y pájaros de compañía.

En 2009, el Ayuntamiento decidió que ya no se podrían vender animales de compañía. Esta decisión desquició a José: “Sentí que se acababa el mundo, yo no sabía hacer otra cosa”. Es entonces cuando Xavier empieza a colaborar con su padre para replantear el negocio y adaptarse a la situación. La propuesta de cambiar los animales por helados o souvenirs no convencía a José. “A mi padre le ofrecieron seguir vendiendo mascotas con un puesto cerrado, pero eso no habría aguantado ni diez días. Hoy es más fácil vender un souvenir que un animal”, defiende Xavier.

Finalmente, se entendieron y empezaron a trabajar juntos oficialmente hasta el día de hoy. De hecho, siguen reclamando su puesto en la Rambla en un litigio abierto contra el Ayuntamiento, que quiere retirarles los puestos. “Una solución sería poder hablar con gente que quiera arreglar la situación, encontrar un producto quizás más artesano y hacer paradas más pequeñas. Creemos que todavía hay muchas cosas que pueden hacerse”, reivindican padre e hijo juntos.

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