Los últimos manteros de Barcelona: “Siempre hay policía, por eso somos muchos menos”

Solo quedan una veintena de vendedores, según la Guardia Urbana: una buena parte se han marchado de la ciudad y los que continúan se quejan de pocas ventas

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Uno de los vendedores ambulantes al puente del Maremagnum de Barcelona.

BarcelonaRompe el hielo con un “Hola” que cambia a “Hello” o “Bonjour” si ve que captará mejor la atención de los que pasean delante de él. En el suelo, sobre una sábana blanca, tiene extendidas un centenar de gafas de sol de todos los colores y formas. Una pareja holandesa se para y las mira. “¿Estas?”, pregunta el vendedor. “No, las negras”, responde el comprador. Después de una negociación rápida sin regatear con un inglés monosílabo, el turista pide si puede pagar con un billete de 50 euros. Para tener cambio y poderse embolsar los 10 euros que ganará con estas gafas, el vendedor recurre a sus tres compañeros de espacio y trabajo, que hace rato que solo ven pasar potenciales clientes y no atraen a ninguno.

Mientras la pareja se aleja con las gafas de sol, Ibrahim se espabila: abre la mochila que tiene en la espalda y llena el vacío que le acaba de quedar en la sábana. La secuencia se repetirá hasta que aparezca la policía. Entonces “tocará irse”. Él es uno de los pocos vendedores del top manta que continúa en Barcelona. Según la Guardia Urbana, ahora no son muchos más de una veintena. Antes de la pandemia, en verano de 2019, habían contado 777. “No queremos aquella Barcelona de tantos manteros y tanto desorden en el espacio público que hemos conseguido limitar a la mínima expresión”, avisó hace dos semanas el teniente de alcaldía de Seguridad, Albert Batlle, en la presentación del dispositivo policial de este verano.

Es mediodía de un día laborable e Ibrahim y sus compañeros se hacen un hueco en una esquina del paseo Joan de Borbó, cerca del Museo de Historia. Son solo cuatro mantas. Contrastan con las imágenes de los veranos anteriores al covid, cuando una bandada de vendedores ambulantes cubría el mismo paseo de una punta a la otra. “Somos pocos y la gente no se para. La venta es mala”, asegura Ibrahim, que piensa que los turistas han perdido el hábito de comprar en la calle durante los dos años de pandemia, cuando los top manta también estaban en horas bajas. ¿Y qué hacen el resto de los manteros? “Van a Castelldefels o al Maresme”. Desde Barcelona son los destinos playeros que, con pocas paradas de tren, quedan más cerca.

Se les acercan dos vigilantes de seguridad privada. Los cuatro manteros pliegan las sábanas en forma de fardo porque saben que los intentarán echar o avisarán a la policía. “No nos podemos quedar aquí todo el día. Ya estamos acostumbrados a que nos persigan”, explica Ibrahim mientras recoge. Un kilómetro más allá, delante del puente del Maremagnum, otros manteros también recogen porque acaban de detectar un coche patrulla de la policía portuaria. Los cinco vendedores se cargan el material a la espalda y atraviesan el puente que lleva al centro comercial. Se paran a la mitad porque la patrulla ha pasado de largo. “Siempre hay policía, por eso somos muchos menos –dice uno de los manteros, Mamadou–. Y a veces tenemos que salir corriendo”.

Vuelven a desplegarse en un lateral del puente, donde ya había instalados cinco vendedores ambulantes más. Esta decena de sábanas en pocos metros, con bolsas, cinturones, monederos y gafas de sol, es la máxima concentración del top manta que se puede ver un mediodía de junio en Barcelona después de recorrer todo el centro de la ciudad. Se estarán hasta la hora de comer, cuando volverán a casa, y se pondrán de nuevo cuando acabe la tarde y empiece el anochecer, aprovechando el rato de ir a cenar de los turistas. También cambian de lugar porque del litoral saltan a la Rambla o a la plaza Catalunya a través de las líneas verde y roja del metro. Pero los clientes no remontan: “Después del covid ya no vendemos tanto”, coincide Mamadou.

“Siempre será la última opción”

Los manteros que resisten en Barcelona son originarios del Senegal o Guinea. La mayoría no tienen papeles para trabajar y alguno está sin trabajo, y mientras no pueden regularizar su situación o encuentran otra salida laboral intentan ganarse la vida con el top manta porque tienen que comer, pagar el alquiler y contribuir a la economía familiar. Lo sabe bien Lamine Sarr, del Sindicato de Manteros de la ciudad: “Estuve 10 años vendiendo en la calle”. Ahora, desde la cooperativa Top Manta, ya dan trabajo a una treintena de personas, después de que este año hayan podido incorporar una quincena de manteros y chatarreros. “La venta ambulante siempre será la última opción. No todo el mundo puede aguantar tener que correr delante de la policía”, asegura Sarr.

Lamine Sarr mostrando una de las camisetas que venden en la tienda de la cooperativa del Top Manta.

Lamenta que la mesa que anunció el Ayuntamiento de Barcelona para ayudar a los manteros el verano de 2019, cuando el gobierno municipal endureció la presión policial contra esta “actividad ilegal”, según Batlle, haya quedado en nada al cabo de tres años. Sarr siente “vergüenza” por las palabras de Batlle en las que saca pecho de haber hecho “desaparecer” el top manta, critica la represión y explica que muchos vendedores ambulantes “se han marchado porque no había recursos ni soluciones”. Por eso reprocha al consistorio: “Se tendrían que preguntar de qué han vivido los manteros, que se han buscado la vida como han podido”.

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