Frontera Sud

El cierre político y sanitario de la frontera asfixia la economía de Ceuta

El enclave depende del comercio y el tránsito de trabajadores con Marruecos, cortado desde hace meses

Parada de la fruiteria Afri al mercado central ceutí

Enviats especiales en CeutaCeuta es la comunidad autónoma española que sufre más paro (un 28,5%, según el EPA) y la política de Marruecos, sumada al impacto económico de la pandemia, la han llevado al límite. El enclave español había pasado de puntillas por las crisis de 2008 y 2012 gracias a su simbiosis con Marruecos: hasta 40.000 marroquíes cruzaban cada día la frontera como mano de obra barata o por el llamado comercio atípico, un eufemismo del contrabando. Desde octubre de 2018 Marruecos cerró unilateralmente la frontera para el comercio y con el covid también al paso de personas. El impacto en los dos lados ha sido devastador.

“La crisis se nota en los bolsillos: quien venía a comprar dos veces a la semana ahora viene una y si se llevaba un kilo de lo que sea, ahora coge medio”, explica Afri, que tiene un puesto de fruta en el mercado del centro de la ciudad autónoma. Con el cierre de la frontera la fruta ya no llega directamente desde Marruecos, sino que cruza dos veces el estrecho de Gibraltar: se exporta por Tánger, pasa por Málaga y de ahí vuelve a Ceuta. Kiko muestra en su puesto de pescado unas enormes cabras de mar a 12 euros la pieza: “Ahora ya no nos llega género de Marruecos y el precio ha subido –antes las cabras estaban a 8 euros– pero también es de mejor calidad porque cuando la frontera estaba abierta nos quedábamos lo que no querían en la Península", asegura.

Una economía basada en el comercio y en el Estado

Hace años que no hay industria y la economía ceutí se basa en el comercio y en el Estado (la mitad de los asalariados ceutís pertenecen al sector público). Por el hecho de estar fuera de la Península, Ceuta y Melilla tienen un régimen fiscal particular: en lugar de IVA pagan el impuesto sobre la producción los servicio y la importación (IPSI), que va entre el 1% que se aplica en los bares hasta el 10% en el caso de las transacciones inmobiliarias. Las exportaciones desde las ciudades autónomas quedan libres de impuestos y son el principal motor económico. Pero Rabat decidió cerrar repentinamente esta frontera en 2018. El gobierno marroquí esgrimió motivos económicos: el Estado deja de ingresar centenares de millones de euros en aranceles cada año y los productos que entraban por la frontera española (de todo tipo, desde textil importado de Turquía hasta menaje del hogar, electrodomésticos o alimentos) representaban una competencia desleal que cortaba el desarrollo de un tejido productivo propio. “Pero detrás de estos argumentos económicos se esconden otros políticos”, escribe el periodista Ignacio Cembrero: el objetivo marroquí es asfixiar Ceuta y Melilla, quizás con la esperanza remota que se conviertan en una rémora para el estado español y que acabe entregándolas, a pesar de que la gran mayoría de sus habitantes no lo quieren”. Nadie sabe cómo se mantendrá ahora la economía de Ceuta y Melilla.

El otro gran pilar de la economía ceutí –si no contamos el narcotráfico– son los servicios, fuertemente golpeados por las restricciones de la pandemia. Después de haber encabezado el índice de contagios en España, apenas ahora la vida empezaba a retomar el pulso, con el final del estado de alarma y la reapertura del puerto. “El cierre de la frontera se ha notado, sobre todo porque la gente adinerada de Marruecos no ha podido volver, pero a nosotros nos iba bastante bien con la gente ceutí”, explica María Jesús Anta, que trabaja en una joyería. “Pero lo cierto es que antes de la pandemia Marruecos ya había empezado a collar a la frontera, poniendo muchas trabas a las trabajadoras domésticas o a los obreros de la construcción”.

Trabajadores domésticas marroquíes en una clase de alfabetización en la sede de CCOO ceutí

Atrapados en Ceuta por la pandemia

Son decisiones políticas que dejan auténticos dramas humanos. Izzia, trabajadora del hogar de 34 años, no puede evitar las lágrimas cuando explica que hace un año y medio que no ha podido ver a sus padres en Tetuán. Estaba acostumbrada a levantarse cada día a las dos de la madrugada para hacer horas de cola en la frontera para entrar en Ceuta y trabajar ocho horas en una casa donde cuidaba a una mujer mayor enferma de Alzheimer por 300 euros al mes, un sueldo del que vivía toda la familia. Cuando cerraron la frontera se tuvo que quedar en la ciudad autónoma: “He sufrido mucho por mi madre, que sufre del corazón, pero no tenía alternativa”. El impacto del cierre de la frontera para las ciudades norteñas de Marruecos también ha sido catastrófico y ha motivado auténticas revueltas que el régimen ha intentado apaciguar con promesas de industrialización que han quedado en nada. El hecho de que su rey los haya utilizado como carne de cañón para sus conflictos diplomáticos con España todavía ha alejado más la población de las regiones rifeñas, tradicionalmente combativas contra una monarquía que intenta borrar su identidad y les ha marginado del desarrollo que ha vivido Marruecos durante los últimos años. Y ha ensanchado todavía más la distancia con un régimen cada día más deslegitimado a los ojos de su pueblo.

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