Religión

Huir de los Testigos de Jehová: "Mi familia me repudió y no podía sobrevivir en un mundo que no conocía"

Los miembros de esta organización religiosa, que los juzgados ya han considerado una "secta" y que en Baleares tiene veinte salones de reuniones para los fieles, se enfrentan al ostracismo cuando salen

Marcos Torio
6 min
Pepa fue maltratada por un padre alcohólico y sufrió abusos de su abuelo, ambos testigos de Jehová.

PalmaEl día que Pepa (nombre ficticio) entró en la Sala del Reino con su muchacho de la mano sabía que estaba infringiendo las normas de los Testigos de Jehová de la peor manera posible. Había desafiado a los preceptos de la religión y cuando dijo que era su pareja, los ancianos –máximos responsables de la jerarquía– se la llevaron a una sala aparte y la sometieron a un “juicio sumarísimo”. Durante tres horas, el comité judicial la humilló e intentó que se arrepintiera de su acto, pagase la penitencia y volviera al redil, uno en el que no se pueden mantener relaciones prematrimoniales, votar, recibir transfusiones de sangre, celebrar ninguna festividad, brindar, fumar, beber alcohol, ir a una discoteca, tatuarse, ver pornografía, masturbarse, participar en un juego de azar o vestir una minifalda, entre otras prohibiciones.

Pepa, que entonces tenía 21 años, no detuvo de llorar y apenas podía respirar. Sin embargo, se mantuvo firme y les repitió que su amor estaba por encima de todo. Asistió a la siguiente reunión en el salón de su barriada de Palma y, en un momento determinado, el anciano, desde su micrófono, anunció “Pepa ya no es testigo de Jehová. A partir de ese momento, nadie puede dirigirle la palabra”. No podía quedar entre los miembros de la congregación por el peligro de corromperles. Desde ese instante, pasó a ser invisible para quienes formaban su reducido mundo. Y ese “nadie” del anciano, afectaba también a su familia. Sus padres y su hermana mayor.

“Toda esta determinación se esfumó. Mi voluntad se rompió y se transformó en un miedo irracional. Me sentí completamente sola. No tenía apoyo ni recursos para sobrevivir en un mundo que apenas conocía. ¿Cómo lucharía si no sabía nada de la vida? No calculé bien a mis fuerzas”, recuerda quince años después. Tras la expulsión, llegó a su casa y nadie le charlaba. Le requisaron el teléfono móvil y el ordenador y, tomada de la angustia, decidió que debía volver al sitio seguro. “Mi muchacho me escribió y no fui capaz ni de leer el mensaje antes de quedarme sin el teléfono. Me había enamorado y el amor no iba a triunfar. ¿Cómo iba a perder mi familia?”, se pregunta.

El castigo

Volvió al salón y pagó la penitencia. Durante un año entraría la última en ese lugar y saldría la primera de las reuniones, para dar ejemplo con el castigo. Luego, si cumplía, proclamarían con el mismo micrófono su reingreso. “Me repudiaron. Me hicieron sentir como una apestada. No es que nadie me hablara, es que nadie me miraba a los ojos. Caí en una depresión profunda. Sólo lloraba. Algo se había roto en mí respecto a la religión. Estaba enfadadísima y no quería ser testigo de Jehová. Mi único objetivo era recuperar a mi familia”.

El relato de Pepa tiene muchos puntos en común con el de las 200 personas de la Asociación de Víctimas de los Testigos de Jehová (AEVTJ), que denuncia el “ostracismo, las prácticas coercitivas y presión emocional” que sufren los fieles . En diciembre pasado, una magistrada en Madrid reconoció el derecho de los miembros de la Asociación a criticar en público a los testigos de Jehová e incluso a referirse a ellos como una “secta”. La sentencia avalaba los testimonios de abusos sexuales, acusaciones de machismo y control excesivo.

Pepa confirma con su propia experiencia cada uno de los puntos del dictamen. “Mis padres ya eran testigos de Jehová. Yo nací dentro. Ésta fue mi herencia y no sabía que significaba vivir en una cárcel. Te dicen todo lo que tienes que hacer desde que naces hasta que mueres. ¿Por qué pensar si todo está pensado? Tienes que limitarte a sentir, ver, callar y obedecer. Todos somos robots con distintos avatares. Pensamos igual, decimos lo mismo”, confiesa. Tenía que callar también con lo que ocurría en su casa. El alcoholismo y el maltrato de su padre, los abusos por parte de su padrino –le pidieron silencio– y el papel sumiso que debía adoptar como mujer. “Para explicarme cómo debía comportarme sexualmente cuando me casara, una compañera se limitó a decirme que éramos simplemente cubos de esperma del hombre”.

Control desde niños

El control al que se refiere la magistrada se establece desde pequeños. “Mi madre fue a la escuela y advirtió que no podía celebrar los cumpleaños de mis compañeros, Navidad o Carnaval. Te implantan en el cerebro que eres diferente y que sólo te relaciones con testigos de Jehová. El acoso escolar es algo casi natural”. Al llegar a su casa, su madre reforzaba el mensaje religioso sin actuar contra los abusos de quienes le habían robado las zapatillas y le habían obligado a devolver descalza: “Me decía que estaba muy orgullosa de mí porque no formaba parte de éste mundo”.

En ese momento, Pepa ya predicaba más de 40 horas y “tocaba timbres” en la calle para intentar incorporar fieles a la organización. Había sido bautizada a 14 años con un rito por el que se metía en una piscina, y en esos momentos había comenzado el instituto. “Estaba en choque, petrificada al ver cómo vestían o cómo se comportaban los chicos, porque hacían cosas que a Dios no le gustaban. «Son satánicos, irán al infierno», pensaba. Y yo, mientras tanto, con quince años, tenía una Biblia en la mochila y me comía el bocadillo escondida en el baño. He vivido aterrorizada por si Dios se enfadaba”.

Su vida se basaba en estudiar las innumerables revistas y libros que la organización iba publicando. Los estudios superiores no eran una opción. “No está bien visto. El conocimiento es poder y la Universidad supone un peligro para el control. Te expones en Satanás”, asegura. Miqueas Henares, mallorquín de 53 años y miembro de la Asociación de Víctimas, confirma que la organización "desalienta el estudio más allá de la religión". “El perfil medio de fieles es pobre, de trabajos precarios”, asegura quien logró abandonar los Testigos de Jehová con 36 años y hoy ejerce como psicólogo. “En general, las víctimas comparten un bloqueo absoluto después de vivir en una burbuja. No existe el futuro porque, según las enseñanzas, el mundo será destruido. Esforzarse en prosperar no tiene sentido. El propósito de la vida es sólo hacer puntos para conseguir el paraíso. De esta forma, tienen un ejército de esclavos felices”, explica.

Como una hipoteca comunitaria

El informe de 2023 de la organización de los Testigos de Jehová asegura tener casi nueve millones de fieles en 118.177 congregaciones de 239 países en todo el mundo. En España, según estas mismas cifras, tiene 122.061 miembros. No hay datos por comunidades autónomas. Un adepto “con un pie dentro y otro fuera” revela alAhora Baleares que en Baleares "comunican que tienen 3.000 adeptos, pero no es cierto". Hay 20 congregaciones en las Islas: quince en Mallorca, tres en Eivissa y dos en Menorca. “Ellos cuentan incluso las cucarachas que entran en los salones, pero lo cierto es que apenas superan el millar de fieles; no tienen que 50 o 60 personas de media en cada local”. Según la misma fuente, los salones son propiedad de "la organización central, aunque los pagan todos con sus mensualidades e intereses del 6%". “Es como una hipoteca, sólo que los que ponen el dinero nunca tendrán nada”, certifica. No existe una cantidad exigida. “Hay quien hace veinte años aportaba 90 euros al mes; otros, 30. Pero piensa que el hecho de que no tengan vida más allá implica que el ocio no existe. Cobran poco, pero pueden dedicar gran parte a la organización”, concluye.

La pandemia supuso, según las fuentes consultadas por elAhora Baleares, “una vez fuerte” para los Testigos de Jehová. La imposibilidad de reunirse ha propiciado "la desafección de muchos fieles, que se conectan por videoconferencia desde su casa mientras hacen la cena". La difusión de las denuncias de la Asociación de Víctimas y el acceso a Internet "está diezmando sus filas a pasos de gigante". De hecho, Pepa, tras su reingreso, recurrió a esa “desafección” para poder abandonar la organización. Montó un negocio propio y se volcó en el trabajo: “Hacía trabajo de sol a sol hasta que pude independizarme. Me llamaban, me controlaban y ponía excusas. Sé que otros muchos lo han conseguido. Y me alegro. He sufrido muchísimo, pero ahora somos feliz. No he tenido que esperar a ningún paraíso que no existe”.

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