Cristóbal López: “Somos los que somos y la Iglesia es a la vez santa y prostituta”

Cardenal arzobispo de Rabat

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Cristóbal López Romero es el cardenal arzobispo de Rabat

Cristóbal López Romero (Vélez Rubio, Almería, 1952) llegó a Badalona de pequeño, con sus padres. Estudió en los Salesianos y con 21 años estableció una nueva comunidad con cuatro salesianos más en el barrio de la Verneda, en Barcelona. Después, la vocación misionera lo llevó a Paraguay y a Marruecos. En 2017 el papa Francisco lo nombró arzobispo de Rabat y dos años más tarde lo elevó al cardenalato, lo que confirmó las preferencias de Bergoglio por las periferias del mundo. El cardenal López habla catalán a pesar de que los años de juventud ya quedan lejos y a veces se le enmohece o se le cruza el francés. Invitado en Barcelona por la Tribuna Joan Carrera (iniciativa del Grupo Sant Jordi de Defensa y Promoción de los Derechos Humanos y el diario El Punt Avui), López habla sin rodeos y con entusiasmo, y cuando puede se ayuda de chistes. A la hora de bendecir la mesa se acordó del andaluz emigrado en Catalunya que explicaba aquello de "Hemos hecho un arró con cunii que hasta er humo era bueno".

Joan Carrera siempre tuvo una mentalidad muy abierta.

— Él fue a hablar con los rectores de la Verneda para que aceptaran que un grupo de jóvenes abrieran un centro de catequesis que no fuera de ninguna parroquia. Así que lo tuvimos siempre de compañero, de padre, de amigo, de impulsor. En las reuniones, Carrera siempre fue un pacificador, de una visión de largas miras y altura, sencillo pero profundo. Para mí fue un modelo, porque yo era un joven que todavía no era sacerdote; me ordené a los 27 años, bastante después. Carrera tenía las raíces profundas en Catalunya y también era muy católico; es decir, muy universal. Para mí era una personalidad venerable.

Ahora hay pocos chicos que vayan a hacer catequesis y todavía menos que se ordenen. ¿Cómo lo vive?

— Es un signo del tiempo que interpreto positivamente, incluso. Yo soy del parecer que la Iglesia en España funcionará mejor cuando haya diez mil sacerdotes menos, sí, porque mientras haya tantos sacerdotes los cristianos laicos no tomarán la responsabilidad que les corresponde.

No lo sé, un rector de Barcelona me decía que el problema no es que no haya curas, sino que no hay feligreses.

— No es un problema ser pocos. El problema sería que nos convirtiéramos en sal que ha perdido el gusto o luz que ya no ilumina a nadie, que no fuéramos auténticos. Ojalá hubiera más sacerdotes, pero los laicos tienen que tomar conciencia de que no son clientes de la Iglesia, que son otros Cristos para el bautismo y vivir esto con alegría. En Europa, y especialmente en Catalunya, falta esta alegría.

¿Alegría?

— Sí, en América y África es otra cosa, quizá porque en América no se ha vivido el nacionalcatolicismo de aquí y no ha llegado la ola de secularización que aquí no ha sido una ola, ha sido un tsunami, un terremoto. Creo que en Europa, en España y más todavía en Catalunya, a los cristianos les falta vivir la fe con alegría, la alegría del Evangelio, con aquella palabra técnica que se llama que la usa Sant Pau, que quiere decir la libertad, la audacia, el desparpajo, el descaro, porque, si a los pocos cristianos que hay, encima se les ve con cara de avinagrados, mal.

¿Fuera de Europa se ha entendido mejor el sentido de la Iglesia?

— Pues, mire, gracias a Marruecos he descubierto que la Iglesia está al servicio del reino de Dios, que nuestro objetivo no es la Iglesia, la Iglesia es el medio, el objetivo es el reino. Jesús no vino a fundar una Iglesia, vino a anunciar el reino de Dios y a ponerlo en marcha, y creó la Iglesia, con los apóstoles, al servicio de este reino. La Iglesia tiene que dar ejemplo, por decirlo así. Claro, somos los que somos y la Iglesia es santa y es pecadora, es santa y es prostituta, yo mismo lo soy y tengo que recordarme que yo no trabajo para la Iglesia, yo trabajo en la Iglesia al servicio del reino de Dios, que significa paz, justicia, libertad, vida, verdad y amor.

¿Habla mucho con el papa?

— De vez en cuando, no mucho. La vez que hablé más es cuando vino a Marruecos, porque yo era el anfitrión y fui en el coche con él a hacer una visita privada a una obra social y tuvimos 25 minutos de coche al ir y 30 minutos al volver. El chófer, un policía, él y yo, hablando en nuestra lengua, el castellano, contándonos chistes. Y fue muy agradable, creo que allí me conoció y se le ocurrió la locura de nombrarme cardenal.

¿Qué ha retenido de aquella conversación?

— Hablé yo casi todo el rato, porque le quería explicar cómo era la vida de un cristiano en un país musulmán, pero recuerdo que salió el tema de los emigrantes y él me dijo: “Vivimos en una sociedad de adjetivos y tenemos que pasar a una humanidad de nombres, de sustantivos”. Claros, hablamos de migrante, que es un adjetivo, y el migrante es una persona que tiene un nombre, es sustantiva, y por eso, me decía Francisco, olvidamos que aquella migrante es una madre de familia o es un hijo.

¿Tiene algún encargo concreto del papa Francisco?

— Me nombró miembro del consejo pontificio y me dijo: “Ahora los paraguayos estarán contentos”. De Paraguay nunca había habido un cardenal y yo soy nacionalizado paraguayo. Pasé allí 18 años y es mi segunda segunda patria, por no decir la primera.

Francisco tiene oposición dentro de la propia Iglesia.

— Sí, pero lo afronta con valentía, también en el frente exterior. Fíjese que el primer viaje lo hizo a Lampedusa. Fue a África Central en plena guerra. Irá a Sudán del Sur después de haber invitado a los dirigentes a hacer un retiro en el Vaticano para establecer la paz. Vino a Marruecos, fue a Albania, a Turquía... Tiene gestos que ratifican lo que dice con las palabras y en los documentos; es valiente. Ni siquiera se permite ir a Argentina.

¿Cómo es ser católico en Marruecos?

— Somos 30.000 católicos en medio de 37 millones de musulmanes. Tenemos completa libertad de culto. La ley permite que un marroquí se haga cristiano, porque Marruecos ha firmado la declaración de los derechos humanos que habla de la libertad religiosa. Pero la sociedad no está preparada, porque, si un marroquí se hace cristiano, puede ser que la familia lo rechace, que lo despidan del trabajo o que los amigos lo persigan.

Como cardenal de Rabat debe de haber hablado con el rey Mohamed VI.

— Sí, una vez en una audiencia de media hora. Me dijo: “Pídeme lo que haga falta, yo estoy a disposición, estamos contentos de que ustedes estén aquí”. Llevo la cruz por la calle y lo peor que me han dicho fue un adolescente que pasaba por mí lado: “Aquí somos todos musulmanes”. Pero he recibido muchas sonrisas de amistad. No todos los países son como Marruecos, en otros los cristianos lo pasan peor. Tenemos una libertad por la que damos gracias a Dios y también al rey.

Desde este lado del estrecho de Gibraltar, Marruecos es la tierra de donde salen o por donde pasan jóvenes que quieren venir a Europa.

— Es bastante así, porque hay un factor psicológico. El joven marroquí, ¿dónde puede ir? En el este está Argelia, frontera cerrada, relaciones diplomáticas rotas. En el sur está el desierto, en el oeste está el océano Atlántico y en el norte Europa, cerrada con cerradura y cerrojo. ¿Qué quiere decir esto? Pues que un joven marroquí está encarcelado en su propio país. Aquí, cuando éramos jóvenes y no éramos un país de la UE, queríamos ir a Perpiñán para ver una película, para comprar un libro que aquí no se encontraba, para respirar y decir “estoy en Europa”. Ellos igual, pero no pueden hacer como mis sobrinos de aquí que se van de fin de semana a Austria con un vuelo de Ryanair muy barato. Encima, por la televisión ven todo lo que pasa en Europa y, claro, quieren venir.

No deben de ver futuro en Marruecos.

— Y esa es la cosa: tienen futuro económico, Marruecos tiene muchos menos parados y más crecimiento económico que España, pero incluso los jóvenes que tienen posibilidades profesionales quieren marcharse, porque está el factor psicológico. Una parte de Marruecos vive todavía en la pobreza e incluso a los que están bien económicamente les falta esperanza, sobre todo cuando se comparan con Europa.

¿Ustedes trabajan con los subsaharianos cuando quieren llegar a Europa atravesando Marruecos hasta el Estrecho?

— En Cáritas continuamente. Es un drama porque hay muertos y heridos, físicos y psicológicos. Cada vez nos encontramos con más casos psiquiátricos de adolescentes que han perdido la cabeza, que tienen tendencias suicidas por todas las malas experiencias que han vivido en este recorrido. Están obsesionados. Mira que les hacemos ver que las cosas en Europa no son fáciles, ¡y dicen que no les importa! Quieren llegar, es su aventura, la familia lo ha gastado todo para enviar a este hijo. Y, como Europa acepta a los menores de 18 años y a las mujeres embarazadas, la familia de la Costa de Marfil o de Guinea que tiene ocho hijos no envía al de 25, sino que envía al de 14 porque saben que se quedará en Europa.

¿Le escandaliza que haya una valla en Ceuta y Melilla?

— Sí. Yo estoy para construir puentes y no rejas. Tiene que haber una regulación, pero no puede ser el candado que hay ahora. La actitud de Europa de cerrarse en sí misma y protegerse no es ni humana ni cristiana.

¿El acuerdo entre España y Marruecos por la autonomía de los saharianos cómo lo ve?

— La cuestión del Sáhara es espinosa y la realpolitik está llevando a todo Europa a reconocer la marroquinidad del Sáhara y esto no tiene marcha atrás.

Hablando de realpolitik, al papa no se lo ha escuchado condenar específicamente a Vladímir Putin...

— Hay que estar a favor de la paz y en contra de la guerra, este es mi principio. Intento comprender que si el papa no se refiere a Putin es porque las consecuencias serían peores. Es como cuando Pío XII no atacó a Hitler, atacó al nazismo. Creo que el papa calcula que es lo que más puede ayudar a mejorar la situación: atacar a la persona directamente no solucionaría nada, lo empeoraría.

¿Usted puede ser papa?

— Tengo más probabilidades que mi abuela por tres razones: porque para ser papa actualmente se tiene que ser hombre, porque se tiene que ser cura y sobre todo porque ella está muerta y yo vivo. Pero, escúcheme, yo soy mucho más que papa. Cuando me felicitaban por mi ascenso, yo decía “¿Qué ascenso? Si yo ya estoy en el punto más alto, si soy hijo de Dios". Una persona me dijo: “Si te escogen Papa, no cambies de nombre porque Cristóbal está muy bien”. De hecho, dicen que ni tan solo existió San Cristóbal, así que imagínese.

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