Macrobotellón para empezar la Mercè: "A la mayoría no nos da miedo contagiarnos"
Miles de jóvenes llenan la Plaça Espanya de Barcelona convocados a través de las redes sociales
BarcelonaMiles de jóvenes en Plaça Espanya. Un macrobotellón con todas las de la ley que deja en una broma el de hace unas semanas en el Parc de l'Espanya Industrial. Una convocatoria multitudinaria como traca inicial de las fiestas de la Mercè. De nada han servido las recomendaciones del Ayuntamiento y de los servicios sanitarios de no hacer botellón, de no reunirse grandes grupos de personas, de racionalizar la interacción social. La respuesta de los jóvenes barceloneses es clara: tienen ganas de fiesta y esto puede más que todas las recomendaciones del mundo. La imagen es impactante. No cabe ni una aguja al pie de las Torres Venecianes, al inicio de la Avinguda Maria Cristina y en todo el alrededor de los primeros pabellones de la Fira. Todo el perímetro de la plaza, también la zona central ajardinada, está colonizado. La sensación es que toda la Barcelona (y cinturón) de entre quince y veinticinco años está aquí. Los conciertos de la Mercè en el Estadi Olímpico y el Teatre Grec han hecho efecto llamada y la convocatoria a través de las redes sociales (sobre todo Instagram) ha hecho el trabajo.
Impresiona testimoniar la sensación de liberación, de necesidad orgánica de beber, de salir, de hacerlo por todo lo alto. Con el relajamiento de las medidas y exigencias anticovid, coincidiendo con la apertura del ocio nocturno y la vacunación extendida, aunque no uniformemente, por todas las capas de la población, la manga ancha se vuelve norma. "Mis padres no saben que he venido", "He dicho que salía y ya está", "A la mayoría de los que estamos aquí no nos da miedo contagiarnos". Los testimonios son variados y para todos los gustos. Carla, Daisy, Marta y todas las amigas del grupo saben que se recomienda no hacer botellón pero no saben cómo frenar las ganas de salir: "Preferimos hacer esto que entrar en una discoteca, nos lo pasamos mejor". No para de llegar gente, con el Nit Bus, en metro y en taxi. La plaza es ya un hormiguero, una macrodiscoteca (post)estival al aire libre.
En medio, casi a modo de oxímoron, está la comisaría de los Mossos d'Esquadra. Ningún movimiento, solo un goteo de coches del cuerpo entrando en el parking. También unidades sanitarias y de la Guardia Urbana aparcadas por la plaza y calles adyacentes. "¿Cómo desalojaréis esto?", le pregunta un grupo de desinhibidos a una pareja de la Urbana. "No lo sabemos, será complicado". De hecho, salta a la vista que es indesalojable, se requerirían docenas de dotaciones y centenares de agentes para proceder. Material muy y muy sensible, cualquier chispazo podría encender un polvorín.
El Front Marítim recupera el ocio nocturno
Incontables altavoces, músicas que se solapan, puñados de potenciales intoxicaciones alcohólicas y los inevitables lateros que empiezan a hacer acto de presencia. Vienen desde el Front Marítim, donde ya hace un rato que campan a su aire. La concurrida zona de discotecas al aire libre, entre la Barceloneta y la Villa Olímpica, es el centro neurálgico del gradual resurgimiento del ocio nocturno en la ciudad. Es fascinante la pequeña ciudad del ocio que late debajo del Hotel Arts y del Peix de Frank Ghery y junto al Casino de Barcelona. Los hierros que bajan del cielo extienden los tentáculos en un entramado de escaleras que suben y bajan, de pasillos y de cemento, de terrazas y de almas inflamadas por el fulgor de la noche. Hay mucha vigilancia y domina el dejar hacer, la permisividad controlada, el decomiso para que no sea dicho, la vista gorda. Tanto con los vendedores ambulantes que infestan la zona, como con los que beben en la calle, como con la decena de prostitutas que se buscan la vida sin disimular ante las terrazas del Shocko, el Opium, el Pacha y tantas otras que laten ante la arena de la vieja playa del Somorrostro.
Al final de la zona de terrazas, una pequeña fiesta sobre la arena, casi una licencia hippy. Carlos, Faina, Jaime y sus amigos, un par de montañas de ropa, cerveza a pedir de boca y un altavoz potentísimo. "No tenemos nada que hacer, nosotros, dentro de una de estas discotecas. Queremos aire libre, aire de mar". Motos de la Urbana patrullan sobre la arena, un agente de paisano –inconfundible con su bolsa de lona colgada a las espaldas- apoyado e infinidad de pequeñas trifulcas verbales a la entrada de las discos. Todo tipo de personal: los buscabroncas, los chulitos, los tímidos, los veteranos, las vestidas para matar, los de la pólvora mojada, las liberadas, los musculosos... Todos tenían la noche, el baile y las feromonas listos. Tres, dos, uno, fiesta.