Incendios

Martí Boada: "Si no se puede cortar ningún árbol, tendremos un país polvorín"

Martí Boada (1949, Sant Celoni) es doctor en ciencias ambientales, geógrafo y naturalista.

¿Qué piensa cuando ve la virulencia del fuego de El Pont de Vilomara?

— Estos incendios provocan una gran consternación, tanto socialmente como personalmente. Estamos hablando de más de 1.600 hectáreas de un gran interés ecológico y social, porque afecta urbanizaciones. Estos fuegos de bosque ya no solo son un problema estrictamente forestal y seguramente son el impacto social más notorio que tenemos en el país.

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¿Cómo es el Parque Natural de Sant Llorenç del Munt y el Obac?

— Es muy mediterráneo y su naturaleza geológica es de un gran interés. Tiene una singularidad notoria, con endemismos y con formas locales que solo se encuentran en Sant Llorenç. Además, está muy dotado porque ya estaba protegido antes de la llegada de la democracia. Es un parque con mucha tradición que ha creado escuela en el modelo de gestión. Por eso, también es de un gran interés socioambiental y socioecológico.

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¿Qué reflexiones hace con la multitud de incendios y las altas temperaturas?

— Por fortuna, tenemos unos cuerpos de bomberos –y esto se tiene que remarcar– preparadísimos, con una capacidad técnica y teórica muy notoria, de las mejores del país. No es un falso patriotismo, es verdad, se nos escucha en todo Europa y en todo el mundo. Ahora bien, esto apenas acaba de empezar: el contexto no tiene precedentes históricos y la situación es muy seria porque los humanos no la controlamos. Solo nos queda tomarnos en serio el objetivo de reducir las emisiones, pero hay un problema de convencimiento ciudadano. Los humanos somos un poco "si no lo veo, no me lo creo", y estos gases no se ven ni huelen mal, no son tan impactantes como, por ejemplo, la apertura de una cantera.

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Los bosques están muy secos, y no es por este invierno.

— La sequía va aumentando. Si entráramos en dentro de un árbol, veríamos que lo están pasando muy mal. Están secuestrando agua, pobrecitos, porque están transpirando; es la única manera de neutralizar la situación. También se desnudan y liberan hojas para evitar la evapotranspiración. Por otro lado, en Catalunya la densidad de árboles de los bosques ha aumentado mucho. Algunos lugares han pasado de tener unos 2.000 por hectárea a tener más de 20.000. Hay gente que dice que no se puede tocar un árbol, lo hemos convertido en una religión, pero es un problema desde el punto de vista de la demanda del agua, y podemos acabar teniendo un país polvorín. Además, Catalunya en los 60 tenía un 40% de superficie forestal y ahora es casi un 70%. No es cierto que cuanto más bosque, más biodiversidad. Cada vez que un agricultor cierra la barraca, el bosque se expande.

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¿Es el momento de avanzar hacia las energías renovables?

— Por supuesto, y seriamente. Nuestro maestro, Ramon Margalef, decía que cuando en una sociedad se produce esta binariedad, los que defienden que no se puede tocar un árbol y los que solo ven metros cúbicos, ya estamos perdidos, porque hay un enrocamiento que hace que la inteligencia desaparezca.

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¿Los próximos veranos serán peor?

— Yo soy mucho pesimista y no me gusta serlo, pero realmente las predicciones son de un pesimismo objetivo espectacular. Además, como especie tenemos que ser más modestos. Nosotros podemos hacer planes de prevención, urbanísticos y de gestión forestal, pero nuestra capacidad de intervención en, por ejemplo, la energía lumínica o la disponibilidad hídrica es muy limitada.