La Palma, el largo viaje desde el centro de la Tierra
La Palma es una isla joven y dinámica en continua formación y con erupciones volcánicas cada 53 años de media
BarcelonaEl día a día del volcán de Cumbre Vieja, en la isla de La Palma, aparenta ser muy dinámico e intenso. Y efectivamente lo es, como lo demuestra la actual fase explosiva, la llegada de la colada de lava al océano o la apertura de nuevas bocas eruptivas. Sin embargo, es más que previsible que toda esta actividad decaiga dentro de pocas semanas. Los expertos calculan una duración entre 24 y 84 días. Cuando se apague la actual erupción, la isla habrá cambiado de morfología y habrá crecido una dimensión todavía por determinar. Y dentro de unos años, quizás 50 o tal vez cien, volverá a pasar lo mismo. Esta y no ninguna otra es la historia de La Palma y otras islas canarias, el crecimiento desde el fondo del mar hasta emerger y permitir la vida en superficie.
De hecho, podríamos decir que la isla es el verdadero volcán, tal como defienden un buen número de expertos. Originariamente habría sido un volcán submarino que habría empezado a aflorar hace millones de años a unos 3.000 metros de profundidad. De hecho, los expertos estiman que el vulcanismo canario tiene al menos 50 millones de años y que globalmente se extiende sobre una enorme burbuja magmática de unos 150.000 km cúbicos. Cada vez que la presión interior del magma y los gases que lleva disueltos empujan con suficiente fuerza, la corteza corre el riesgo de romperse por algún punto. Si tenemos en cuenta que la corteza de debajo de La Palma tiene unos 8 km de grueso, mientras que en Fuerteventura y Lanzarote es de unos 18 km, se entiende que las islas más orientales, en particular La Palma y El Hierro, las más jóvenes, sean las más activas. Técnicamente, se considera que las dos están todavía en fase constructiva.
“La isla de la Palma es activa y sigue creciendo”, explica el geólogo de la Universidad Complutense de Madrid Eumenio Ancochea. Bien mirado, cada una las islas canarias se habría formado gracias a “miles de erupciones”. “Si una erupción genera un grueso de 10 metros y pasa cada 50 años, harían falta miles para hacer emerger una isla”, continúa. La Palma surge de un fondo marino de 3.000 metros de profundidad y su punto más alto está a 2.500 metros de altura. “Hacen falta muchas erupciones”, exclama. El experto señala que en la isla hay una erupción cada 53 años, a pesar de que otros especialistas consideran que la media está por encima de los 70.
La actual erupción, señala Juan Carlos Carracedo, vulcanólogo del CSIC que ha trabajado en Canarias y en Hawái, se empezó a detectar hace aproximadamente cuatro años, cuando la actividad sísmica experimentó un incremento repentino pero de muy baja intensidad, por debajo del 2,5 en la escalera de Richter. En ningún caso se preveía que fuera inminente, pero sí que algo estaba pasando. Movimientos por debajo de 10 km y muy probablemente, de intrusión: el magma empezaba a ocupar espacios cada vez más superficiales. Hasta que se instaló a unos 6.000 metros y ahí quedó confinada una cámara en forma de punta de lanza –los expertos calculan que con un volumen de 20.000 km cúbicos–. La punta de la lanza, o de la pluma, presumiblemente empujada desde la base, habría encontrado el camino de salida en tan solo 8 días.
Dos semanas más tarde, según el satélite Copernicus, ha expulsado unos 80 millones de metros cúbicos de lava, además de gases y vapor de agua. Mucho más que la erupción del Teneguía en 1971 en tres semanas y parecido a la del volcán San Juan en 1949. Los tres, sin embargo, tienen un comportamiento muy similar, con múltiples bocas y coladas de lava que acaban en el mar. “Así crecen las islas”, puntualiza. Dado el volumen de la cámara magmática, es previsible que el nuevo cono volcánico de Cumbre Vieja siga expulsando lava, gases y material piroclástico bastantes semanas más.
"La vida volverá a surgir"
Cada boca habría dejado un pequeño cono, lo que vulgarmente denominamos volcán, formado por un cráter y unas paredes sobre las cuales se ha depositado una buena parte del material expulsado. Una parte nada despreciable es la que forma las coladas de lava que se mueven a una velocidad variable de acuerdo con la densidad del material incandescente. Su curso no es equiparable al de un río sino que va llenando baches y otros accidentes orográficos que se encuentra por el camino destruyendo todo aquello que no soporta ni el peso ni la temperatura de la roca fundida, de entre 1.000 y 1.200 grados. La lava, en contacto con el ambiente, se enfría y deja una especie de costra de roca solidificada que mantiene caliente la parte interior, que todavía puede ser líquida. Por ahora, la erupción de Cumbre Vieja ya ha afectado cerca de 500 hectáreas y otro millar de edificaciones. La ceniza expulsada ha cubierto 3.500 ha y los frentes de lava han llegado a los 50 metros en algún punto.
Y, finalmente, la lava ha llegado al mar y ha pasado lo que preveían los científicos. Choque térmico entre el agua fría y la lava caliente, liberación de gases tóxicos, principalmente ácidos sulfhídrico y clorhídrico, y enfriamiento repentino de la roca volcánica. El delta volcánico, de unos 500 metros de anchura y 400 de longitud, sigue creciendo. El riesgo de emisión tóxica de gases se ha desvanecido, también el de tsunami y el de desprendimiento de rocas ha quedado limitado a nivel local.
Mientras pasa todo esto, la destrucción de vida e infraestructuras es total. Pero, como recuerda Eugenio Fraile, experto a bordo del barco Ramon Margalef e investigador del Instituto Oceanográfico, en poco tiempo en la escala geológica –más tiempo en la humana– “la vida volverá a surgir”. Las cenizas son ricas en compuestos de sílice, aluminio, hierro, magnesio y calcio. “Las cenizas tendrán efecto fertilizante tanto en el fondo marino como la superficie terrestre”, afirma. Además, la lava que entra en el mar provoca un redireccionamiento de la columna de agua que hace ascender gran cantidad de nutrientes. “La regeneración del entorno marino y el terrestre está asegurado”, dice. El verde volverá a La Palma antes de lo que pensamos.