Tres de cada cuatro médicos han tenido que hacer frente a dilemas éticos durante la pandemia
La presión por el covid empeora la salud emocional de los facultativos, que son los sanitarios que menos ayuda psicológica piden
BarcelonaTres de cada cuatro médicos españoles han tenido que hacer frente a un dilema ético o deontológico en el ejercicio de la profesión durante el año de la pandemia. Los han sufrido sobre todo las profesionales jóvenes y mujeres, con contrato temporal y trabajadoras del sistema público, según concluye la encuesta que la Fundación Galatea ha elaborado para saber el estado de salud emocional de un colectivo que ya antes del estallido del coronavirus sufría estrés y alargaba el horario laboral más allá de las 40 horas. “Se han vivido semanas horribles”, ha dicho Tomás Cobo, presidente de la Organización Médica Colegial (OMC), para ilustrar la frustración, el miedo y el cansancio de los facultativos, que con los hospitales y las UCI desbordados tuvieron que “decidir literalmente a quién salvar”.
A pesar de que la situación ha mejorado en relación con la primera y la segunda oleadas y el proceso de vacunación ha traído aire, todavía ahora los indicadores de la salud de los profesionales se resienten si se comparan con los registrados antes de la pandemia. Seis de cada diez manifiestan estar agotados y estresados, el doble que antes de la aparición del covid, según la encuesta hecha a unos 5.000 médicos de toda España, que también constata cómo se han triplicado los profesionales que dicen que están al límite de las capacidades. Tener que hacer frente a una enfermedad desconocida, sin material de protección adecuado ni tratamiento, con una acumulación de pacientes y una tasa de mortalidad inédita, ha llevado a un 20% de los médicos mayores a pensar que ha llegado la hora de avanzar la jubilación, y un tercio se han planteado en algún momento dejar la profesión, a pesar de que solo un 4% sigue decidido a hacerlo.
No es médico pero Núria (pide no ser identificada) encaja en buena parte de este retrato de la fatiga profesional. Enfermera de una residencia de gente mayor, se notó sobrepasada durante la primera oleada viendo cómo iban enfermando los residentes, de los que conocía la vida, los gustos, las virtudes y los defectos e incluso los nombres de los hijos. “No podía dejarlos morir solos y aunque fuera con cinco guantes encima, les cogía las manos”, dice todavía emocionada. Recuerda la tristeza y la impotencia de tener que informar de la muerte de un residente, de decir a un grupo de hermanos que solo uno podía entrar para despedirse y de cómo se morían solos.
“Me pasaba las noches sin dormir, durmiendo cero –afirma–. Siempre pendiente de quién tenía fiebre, de la tos de uno y del otro”. Una amiga médico la alertó de que no podía seguir así y la dirigió al servicio de teleasistencia que la Fundación Galatea acababa de poner en marcha para ayudar psicológicamente a los profesionales sanitarios. Por este servicio han pasado unos 1.400 y la mayoría son mujeres como Núria: primero, porque son el grueso de la profesión, pero también porque, a pesar de todas las reservas de que se las asocie con trastornos emocionales, son más favorables a buscar apoyo. El 38% de los atendidos durante este año son médicos y un 43% son enfermeras y auxiliares de enfermería que, por regla general, prefieren buscar esta ayuda de manera anónima y fuera de su ámbito territorial.
Terapia de relajamiento
Núria hizo siete sesiones de terapia con la psicóloga y admite que le fue “súper bien” porque le hizo darse cuenta de que realmente tenía un problema y le aportó técnicas para aprender a relajarse. “En esa hora de consulta era el momento en el que podía desahogarme, vomitar todo lo que tenía dentro y no me había atrevido a explicar a nadie conocido”, admite, y añade que a la presión de la residencia se juntó el miedo de qué le podía pasar a su familia y la incertidumbre del futuro.
El mismo miedo que pasó Eva Córdoba, una auxiliar de enfermería de un hospital comarcal, que subraya que nunca se habría imaginado vivir “el infierno” de una pandemia. Las auxiliares son el colectivo que más cerca de los pacientes están, porque se encargan de la higiene personal, de la comida y del cambio de posición del paciente. “Al principio lloraba cuando tenía que entrar con las bolsas de plástico”, explica con la voz rota. “Lloraba por todos, por mí, por los pacientes, por mis hijos, por ver a las compañeras llorando”, continúa. Se planteó pedir ayuda psicológica, pero dice que recuperó fuerzas en los quince días que estuvo de cuarentena obligatoria porque le sirvieron, a pesar de todo, para descansar. "La situación ha mejorado, pero es difícil olvidar todo lo que sufrimos", afirma.
Las dos coinciden en decir que las familias de los pacientes se comportaron "de 10", puntúa Córdoba, a pesar de todas las circunstancias adversas impuestas por las restricciones, la falta de información de los familiares ingresados y de la soledad en todo el proceso. Según la encuesta de la fundación, la mayoría de médicos también dicen haberse sentido acompañados por sus compañeros y equipos, así como de los pacientes, pero en el caso de un tercio de los encuestados señalan que han notado que la dirección y la gerencia de los centros sanitarios no han estado a la altura.