Expulsados del paraíso

¿Para vivir o para invertir?

Crónica de cómo intentar comprar una vivienda en Palma y los obstáculos, de idioma y precio, que se pueden encontrar

Palma-Bon dia. He vist l’anunci d’un pis en venda a...

-No le entiendo. ¿Cómo se llama?

-Sebastià.

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-Muy bien, Sebastián. ¿En qué puedo ayudarle?

La primera barrera que se encontrará un catalanoparlante que quiera comprar una vivienda en Palma será, muy probablemente, la idiomática, de forma que los diálogos que leeréis en este reportaje fueron todos en castellano (pero verídicos, eso sí). La gran mayoría de los vendedores y agentes inmobiliarios que operan en Mallorca son extranjeros y, curiosamente, no han sentido la necesidad de aprender catalán. El inmobiliario es un sector que experimenta un auge inaudito en Baleares. Inaudito y permanente, a prueba de pandemias y crisis económicas. La capacidad de captación que tienen estas islas no exactamente de talento de fuera, sino de vividores llegados de todas partes para hacer dinero fácil, es realmente notoria.

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La segunda barrera, y más importante, entre la noble aspiración de procurarse una casa propia (aunque sea una habitación propia, como quería Virginia Woolf) y la realidad, es, obviamente, el precio. El precio y la falta de escrúpulos de los especuladores, naturalmente. Los especuladores no son únicamente los vendedores, sino también los propietarios que ponen sus pisos o casas en manos de un personal que le promete una rentabilidad disparatada. Veamos un ejemplo.

Hemos quedado con Marialuisa (nombre figurado), una mujer argentina que trabaja para la inmobiliaria Pitiflús (nombre figurado), para visitar una vivienda en venta en Santa Catalina, uno de los barrios recientemente gentrificados en Palma, y más de moda entre alemanes, británicos, suecos y otros. En este caso se trata de una de las antiguas casitas que configuraban la fisionomía de la barriada, que antiguamente había sido de pescadores (como la barriada vecina de Es Jonquet, ahora también explotada al máximo) y después fue lugar querido por noctámbulos, artistas y gente más o menos errabunda (después lo llamarían hipsters, denominación que ahora también ya es caduca) en busca de lugares “auténticos”. Está uno de los mercados más populares de Palma, el Mercado de Santa Catalina, que es el epicentro de la zona y que también está experimentando su proceso de homogeneización a los gustos que impone el turismo.

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La casita está situada a unos cien metros del mercado, justamente. Es una planta baja muy modesta, de unos ochenta metros cuadrados (Marialuisa dice que son 88, tanto da) más un patio de una decena más de metros que Marialuisa denomina “terraza”:

-La terraza es un lujo, puedes poner una barbacoa o un jacuzzi.

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El patio (o terraza) está metido entre varias fincas de pisos que dan a él por la parte de atrás. El jacuzzi será útil en caso de que a uno le guste practicar el exhibicionismo. A la casita le han hecho un poco de lavado de cara con laminados, PVC y luces led y le han limpiado las vigas (que son vistas). Consta de dos habitacioncillas pequeñas (la menos reducida, la principal, da a la calle, a una zona de gran actividad del llamado sector del ocio nocturno: es como intentar dormir en medio de la fiesta), un baño minúsculo y una sala grande que hace de cocina, comedor y sala de estar, con cocina de isla y lavadora integrada (empotrada, como los armarios). Esto es todo.

–510.000 euros– informa impávida la Marialuisa.

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–Me parece un precio razonable– le respondo.

–¿Verdad que sí? –sonríe contenta–. Es que en Santa Catalina siempre aseguras la inversión. ¿La querrías para vivir o para invertir?

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Lo pregunta con completa naturalidad. “Para vivir”, le digo.

–En todo caso es una inversión segura –insiste ella–. Santa Catalina nunca baja, al contrario. Mira –me dice en tono de confidencia–, aquí al lado tengo otra casa parecida a esta. La ley no nos deja ofrecerla como alquiler turístico, pero sí que la alquilamos a personas de fuera que se desplazan aquí un par de meses o tres por trabajo. Nos pagan 2.700 euros al mes.

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–Bien hecho– la felicito.

–Los propietarios son de Maria de la Salut y están encantados –afirma orgullosa–. “¿2.700 sacas por la casita de Palma?”, me dicen. “¡Caray con la casita!”

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Exprimir las herencias

Nos despedimos amiguísimos, con reiteradas promesas por parte mía de decirle cosas, como solemos decir en Mallorca. Los propietarios de Maria de la Salut sacan casi tres mil euros al mes por una casota que debieron de heredar, sin pensar que un día un hijo o un nieto suyo tal vez busque lugar donde vivir y no se lo pueda pagar debido a unos precios hinchados hasta el delirio. Exprime aquello que has recibido de los que te han precedido y que se espabilen los que siguen, sería el planteamiento.

En las oficinas de PromoFutura (nombre figurado) nos espera Carla (nombre figurado), una comercial alemana con quien hemos concertado la cita por teléfono.

–¿Para vivir o para invertir?– nos ha preguntado, antes que nada: al contestarle “para vivir” se ha notado a través del teléfono una corriente de simpatía, como queriendo decir: “Qué bien que todavía quedan personas así”.

Nos recibe con una sonrisa todavía ilusionada y nos enseña la maqueta de la promoción, que se llama Llevant 96: quiere decir que serán 96 viviendas en una gran finca que se está construyendo en la barriada del Nou Llevant, la gran apuesta del Ayuntamiento de Palma para esponjar la ciudad y poner vivienda en el mercado. Lástima que el piso más económico salga por 345.000 euros (por la mañana, en la web, eran 337.000, pero por la tarde ya había subido) y todos los otros superen los 400.000, hasta llegar a los 613.000 del más caro (de momento, porque falta poner precio a los áticos). Estarán listos para entrar de aquí a un año, tendrán ascensor, parking subterráneo y piscina comunitaria. Serán pisos estándar, de entre 80 y 90 metros cuadrados, con terracita o sin, tres dormitorios, dos lavabos, cocina, sala de estar-comedor, distribuidor y lavandería. Pisos que en otros tiempos habría adquirido la clase media o incluso la clase trabajadora, cuando todavía existían. Ahora los comprará, si acaso, la clase media alemana.

¿Hay alternativas? Sí, en los barrios más pobres o degradados, que de todas maneras también se están gentrificando: pisos hechos polvo que podéis comprar por precios que no llegan a los cien mil euros y que, una vez puestos en solfa, podréis intentar vender por el doble o el triple de lo que os hayan costado. O podéis comprar, por 199.900 euros, un pisito de 50 metros cuadrados cerca de la plaza de España, que requiere, sin embargo, reforma integral. Una vez os hayáis gastado, en total, el medio millón de rigor, podéis pensar si entráis a vivir o si lo aprovecháis para sumaros a la fiesta de los inversores.