La muerte de la canción del verano
El verano de 2022 será el primero sin Georgie Dann, pero hace tiempo que el término va a menos
Los nuevos hábitos de consumo han acelerado la desaparición de algunas tradiciones que hace nada parecía que serían eternas. Una de ellas es la canción del verano, la sintonía que cada año nos acompañaba con los meses de calor y que todo el mundo sabía qué era. La que sonaba absolutamente por todas partes, más que cualquier otra. En el chiringuito de la playa, de hilo musical en el supermercado, y en la discoteca, cuando llegaba el momento álgido de la noche. Y si en la radio era la número 1, en la televisión aparecía en todos los programas y el intérprete era el personaje del momento que se te podía colar hasta la sopa. Como ha pasado habitualmente en la industria musical, donde las cosas casi nunca suceden porque sí y que se cura en salud para controlar nuestros gustos a golpe de talonario, las canciones del verano no se han decidido por azar o iniciativa popular: salvo de algún milagro inesperado, las discográficas han invertido toneladas de dinero en promoción para que la suya fuera la escogida.
Hoy en día el título de la canción del verano ha perdido importancia, pero hace apenas un lustro todavía tenía una trascendencia capital. Este 2022 de discos casi no se venden, la música en la televisión prácticamente ha desaparecido y la radio se mantiene como única fuente tradicional de influencia, ahora acompañada por los algoritmos de las plataformas de streaming y la presencia en las redes sociales. El nuevo paradigma dicta que es mucho más relevante una buena posición en Spotify y YouTube o que se haga viral en TikTok o Reels que no que la pinche un DJ de una radiofórmula. Esta diversificación posiblemente sea la responsable de que hoy en día no haya una única canción repitiéndose en todas partes de manera categórica. Esto, y también el aumento incontrolable de la competencia –hay más gente que nunca publicando canciones en la red–, ha descafeinado la competición.
¿Habéis pensado cuál ha sido la última canción indiscutible del verano? Casi seguro que todo el mundo identificaría unánimemente Despacito, de Luis Fonsi, del año 2017. Desde entonces el impacto en los medios y en internet, que es lo que hoy realmente mide si existe o no una canción vencedora, ha ido decayendo. Evidentemente que estos últimos veranos, a pesar de que la pandemia no ha dejado mucho espacio para el hedonismo, ha habido canciones que podrían ser consideradas canción del verano (Callaíta, de Bad Bunny, el 2019 o Todo de ti, de Rauw Alejandro, el año pasado, fueron las más escuchadas en Spotify en España durante los meses de julio y agosto), pero ha menguado el interés por saber cuál es la ganadora única, sino que ahora hay varias.
Amor y corazones rotos
Fijar cuándo empieza a hacerse popular la canción del verano como concepto moderno es relativamente sencillo, puesto que aparece en Italia en los sesenta. Yendo más atrás, es desde que la industria musical se expande alrededor de la música popular que el verano ha sido época de grandes lanzamientos. Elvis Presley, Frank Sinatra, Ricky Nelson, Cliff Richard, Doris Day. Todos ellos publicaban sus apuestas específicas cada temporada. En los años cincuenta, en plena consolidación de la cultura adolescente, vehiculada entre otros elementos a través del pop, las discográficas entendieron que los meses de junio, julio y agosto eran una temporada propicia para apostar por cierto tipo de canciones. Ya entonces versaban de amores estacionales y corazones rotos y te hacían mover las caderas, como el irresistible Don’t be cruel, de Elvis, aparecida el 13 de julio del 1956.
En la década siguiente el concepto canción del verano se hace cada vez más popular, una concepción cada vez más cercana a la que hemos tenido hasta hace cuatro días. Los grupos más populares del momento continuaron publicando regularmente cañonazos en verano. Había los de Tamla Motown (The Supremes publicaron Where did our love go en junio del 1964), de la british invasion (All you need is love, de los Beatles, en junio del 1967), y otros clásicos como los Beach Boys (Wouldn’t it be nice, en julio del 1966). Si concretamos al máximo todo lo que supone la canción del verano, el origen más cercano aparecería en un concurso televisivo italiano del 1964. La industria musical transalpina buscaba a un sustituto veraniego al Festival de Sanremo, de aquí la creación de Un disco per l'estate (Un disco para el verano), concurso que emitía la televisión pública que tuvo un éxito descomunal en su país. En las ondas hercianas españolas hacía años que se habían apuntado a buscar una canción para el verano, pero la adopción de este tipo de galas fue lo que consolidó y dió forma a la tradición. En 2019, el Laboratorio de Innovación de RTVE hizo una lista con todas las canciones del verano en el Estado desde 1939, y la de aquel año era La morena de mi copla, de Estrella Castro. Apenas se había acabado la Guerra Civil y no la contamos como de demasiada celebración, como tampoco lo hacemos con los duros años posteriores. Para encontrar una canción del verano más en consonancia con un ambiente festivo hace falta revisitar los sesenta, con Black is black, de Los Bravos (1966); Tres cosas (salud, dinero y amor), de Cristina y Los Stop (1967), o Un rayo de sol, de Los Diablos (1970).
En los setenta el término ya estaba plenamente insertado en la agenda mediática y eran muchos las canciones que batallaban para conseguir un título que aseguraba infinitas galas televisivas y múltiples conciertos veraniegos. Poco a poco se fue creando un movimiento entorno a este fenómeno, ya fuera por artistas tan consolidados como Raffaella Carrà, en sus incursiones al castellano –Fiesta, el verano del 77, Hay que venir al Sur, el del 79, o Caliente caliente, el del 1981–, o por un nuevo género de cantantes directamente encarados a facturar la canción veraniega.
El rey del verano
El caso más paradigmático fue, por supuesto, el de Georgie Dann, mito de la canción del verano durante casi cuatro décadas. Si hay una banda sonora del calor, es la suya. Muerto el noviembre pasado, Dann estuvo buscando el título de canción del verano desde mediados de los setenta, centrando todos sus esfuerzos en este tipo de género pop. Y realmente consiguió más que cualquier otro cantante: El bimbó (1975), Carnaval, Carnaval (1983), El africano (1985), El negro no puede... (1987), El chiringuito (1988), La barbacoa (1994). Son muchas, pero se podrían haber multiplicado con una dosis extra de fortuna, puesto que la trayectoria discográfica del francés es una búsqueda indisimulada y constante del himno caluroso. Hay artistas que buscan trascender, que se mueven en la vanguardia, el prestigio y la influencia posterior de su obra. A Dann todo esto no le importaba en absoluto. “Muchos hablaban de mí como el rey del verano con desprecio”, explicaba en una entrevista el 2012. Gustará más o menos, pero nunca engañó a nadie respecto a sus expectativas e intenciones: simplemente se ganó la vida haciendo los veranos algo más felices a la gente. Y esto tiene mucho mérito, sobre todo porque nadie duda que lo consiguió.
Músicos como el francés, sumados a derivaciones quizás más cuestionables estéticamente como King África, acabaron de definir un tipo de canción del verano que tuvo gran éxito entre los ochenta y los inicios de siglo. La canción del verano tenía que ser divertida, con un estribillo infeccioso, banal, picante si podía ser y, sobre todo, rotundamente bailable. Del primero al último acuerdo, allí se pedía bailoteo. Es posible que en una academia del buen gusto no se aceptaran versos con dobles sentidos como “Está el menú del día, conejo a la francesa, pechuga a la española y almejas a la inglesa” (de El chiringuito, de Georgie Dann) o de la profundidad de “Con este ritmo loco no paro de saltar, por eso te digo la marcha sigue igual. Y sigue saltando, saltando sin parar” (de Salta, de King África). Pero, ¿y qué? Durante muchos años la gracia de la canción del verano fue exactamente esta: no pedirle nada más que provocar un buen movimiento de caderas por encima de ninguna otra consideración. Estas canciones podían ser tratadas con desconsideración el resto de año, pero en verano eran las reinas, todo valía.
Los últimos treinta años la canción del verano ha transitado por los géneros que estuvieran de moda. Por aquí ha pasado casi todo el mundo, a pesar de que derivando cada vez más hacia la canción latina, absolutamente hegemónica, que ha dejado el pop anglosajón libre para disputar otras batallas en otras temporadas, como Navidad. Es evidente que la música en inglés suena, y mucho, en verano (algunos ejemplos de los últimos años son Billie Eilish y Dua Lipa), pero las canciones en castellano han sido las históricas reinas de esta época. Y aquí la retahíla es amplísima y va desde auténticas superestrellas del estilo de Shakira y Ricky Martin, hasta artistas que aparecieron –y desaparecieron– como una seta, caso de Las Ketchup, que el 2002 tuvieron un éxito descomunal no solo en el Estado, sino en todo Europa, gracias a Aserejé. Y hace falta también recordar las diversas generaciones de cantantes surgidos en los talent show de turno (de Bisbal y Chenoa a Lola Índigo y Aitana) o los éxitos derivados de anuncios de televisión, como las canciones de las publicidades veraniegas de Estrella Damm –vete a saber qué se ha hecho, de aquellos Billie The Vision & The Dancers–. Y de acuerdo que hay pocos milagros, pero sí que se ha colado algún éxito muy surrealista, como fue el Ai, se eu te pego de Michel Teló, promocionado por varios futbolistas conocidos el verano del 2011.
El amor, tema recurrente
Llegados a hoy, tendrá que aparecer un hit rotundamente incontestable y que pase por encima de todo para ser declarado la canción del verano. El tiempo dirá si vuelve, o no, a pasar. Mientras tanto, nos tendremos que guiar por la canción que Spotify diga que ha sido la más escuchada sin que ningún otro agente independiente lo pueda corroborar. Siendo realistas, posiblemente todo lo que rodeaba este título no volverá nunca más, sobre todo porque se ha perdido la presencia de la canción en la televisión, piedra angular común, colectiva e intergeneracional en contraposición al internet de hoy, de mucho más consumo solitario y fragmentado por edades.
Lo que no cambia es que la industria continúa apostando por el verano como una época excelente para cierto tipo de lanzamientos, buscando el éxito en la estación del año en que más se baila y se celebra. Así se entiende la aparición, en los últimos días, de Así bailaba, de Rigoberta Bandini; 2 be loved (Am I ready), de Lizzo, una de las canciones con más potencial de ser la del verano que ha hecho nunca, o también el Despechá de Rosalía, que ya era un éxito solo con pocos segundos en TikTok. Incluso artistas más pequeños, como Lildami (Supermercat), Flashy Ice Cream (Un estiu perfecte) y Da Souza (24/7, el tema más bailable que han escrito en diez años), aprovechan la temporada para sacar material nuevo, aunque sea para mostrar novedades en sendas giras veraniegas.
Dime pa’ dónde vamo’ después de la playa. Si nos secamo’, yo traigo la toalla. Y de nuevo nos mojamo’, pero en mi cama. Te vo’a dar tabla de surfear, bebé, canta Bad Bunny en Después de la playa, publicada hace un par de meses. Si entramos sin prejuicios, nos daremos cuenta que esta letra, quizás unas décimas menos picantes, la hubieran firmado los Beach Boys un julio de hace sesenta años. Las cosas, al fin y al cabo, no han cambiado tanto, y quién sabe si ya no habrá nunca más una canción para estas fechas que conozca absolutamente todo el mundo. Lo que es seguro es que la música del verano vivirá para siempre.