El aislamiento puede afectar a las defensas y al cerebro

La gestión de la pandemia implica confinamientos, restricciones y cuarentenas que generan aislamiento social. Nos encontramos mucho menos a menudo con nuestros amigos y familiares, y la distancia interpersonal, es decir, el espacio que dejamos con las otras personas, ha aumentado significativamente. Se ha visto que este distanciamiento genera malestar psicológico y estrés en muchas personas, dado que somos una especie social que de manera instintiva busca estar con otros individuos. Además, también se ha propuesto que el aislamiento social puede influir de manera indirecta en otros muchos procesos biológicos. Benjamin M. Seitz y sus colaboradores, de varias universidades y centros de investigación norteamericanos, han teorizado sobre las consecuencias que puede tener un aislamiento prolongado sobre el funcionamiento del sistema inmunitario y el desarrollo del cerebro, especialmente en niños y adolescentes.

Según publican en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences de los Estados Unidos, una de las múltiples consecuencias del aislamiento social es la disminución del contacto que tenemos con los microorganismos del entorno, dado que salimos menos de casa y no nos acercamos tanto a otras personas. Esto puede favorecer que disminuya la eficiencia del sistema inmunitario, lo que haría que fuéramos más susceptibles a otras infecciones, y también podría alterar el desarrollo del cerebro. El razonamiento que exponen en su trabajo combina aspectos evolutivos y de desarrollo que, según dicen de manera explícita, hay que considerar con cuidado, especialmente si este aislamiento se mantiene bastante tiempo más.

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La maduración del sistema inmunitario

En cuanto al sistema inmunitario, argumentan que hay que tener en cuenta que las personas hemos estado en contacto con los microorganismos del entorno donde vivimos desde el principio de nuestra especie. Compartimos, pues, una historia muy larga e intensa de coevolución con ellos. La coevolución es un fenómeno de adaptación evolutiva mutua que se produce entre dos o más especies como resultado de su influencia recíproca. Dicho de otro modo, los cambios evolutivos que se producen en una especie actúan sobre el proceso de selección natural de las otras especies con quienes está en contacto, y esto selecciona procesos de “contraadaptación” que, a su vez, también influyen en la primera especie. En los microorganismos que nos pueden afectar, la selección natural favorece la permanencia de los cambios que los permiten explotar mejor los individuos que infectan. En los humanos, en cambio, como en todos los otros mamíferos, este proceso ha favorecido la maduración progresiva del sistema inmunitario en contacto con los microorganismos para que pueda combatir los patógenos de la manera más amplia y efectiva posible.

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El sistema inmunitario se va adaptando durante toda la vida a los patógenos que hay al ambiente, pero las épocas en que el proceso de maduración es más importante son la niñez y la adolescencia. El contacto con otros niños y adolescentes, y también con adultos que no son del entorno familiar cercano, incrementa el repertorio de microorganismos con los cuales entran en contacto, la mayor parte a veces sin que les provoquen ninguna enfermedad. Esto prepara su sistema inmunitario para poder hacer frente de manera eficiente en el futuro. Por lo tanto, si el aislamiento social se prolonga en el tiempo, habrá que estar atentos a la posibilidad que se produzca un aumento de la incidencia de otras enfermedades por una disminución en la eficiencia de reconocimiento del sistema inmunitario.

El sistema nervioso y los microbios

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De manera similar, se sabe que el sistema nervioso, y más concretamente el cerebro, también madura influido por determinados microorganismos con los cuales hemos coevolucionado, como por ejemplo los que forman parte de la microbiota intestinal. Se ha visto que una microbiota intestinal equilibrada favorece un mejor funcionamiento del cerebro durante toda la vida y una maduración más idónea de este órgano durante la niñez y la adolescencia. El contacto con otras personas fomenta un enriquecimiento de la microbiota intestinal a través de los microorganismos que, de forma preconsciente, intercambiamos al tocarnos. Además, este intercambio favorece un desarrollo más equilibrado del sistema nervioso.

En este contexto, Seitz y sus colaboradores advierten del posible impacto que puede tener la reducción de la exposición al mundo microbiano exterior sobre lo que ellos llaman “la generación cuarentena”, que dependerá de la duración del aislamiento social debido a los confinamientos y las restricciones y de la fase de desarrollo de cada persona. Aun así, como dicen en el estudio, la afectación final, si la hay, solo se sabrá del cierto cuando se hagan estudios comparativos de la microbiota intestinal de lactantes, niños y adolescentes en relación con el tiempo que han pasado en confinamiento o en aislamiento social.

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David Bueno es director de la cátedra de neuroeducación UB-Edu1st