¿Por qué existen ballenas que pueden vivir más de 200 años?
Los cetáceos de Groenlandia son los mamíferos más longevos del planeta
En 2007, un equipo de cazadores y científicos inupiado, un pueblo del Ártico, capturó una ballena en el mar de Bering, cerca del pueblo costero de Utqiaġvik. Durante el procesamiento del animal realizaron un descubrimiento excepcional: encontraron fragmentos metálicos de un arpón explosivo del siglo XIX incrustados en el tejido subcutáneo. Como estos arpones llevaban más de 120 años sin emplearse, les permitió estimar que esta ballena podía tener entre 115 y 130 años, o incluso más. Este hecho reforzó la hipótesis, ahora bien establecida, de que las ballenas de Groenlandia son los mamíferos más longevos del planeta, con individuos que pueden superar los 200 años.
¿Por qué estos animales marinos tienen una vida tan larga, mucho más dilatada que la de cualquier otro mamífero? Una reciente investigación liderada por el biólogo Daniel Sol, del Instituto de Biología Evolutiva de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona y el CSIC ha encontrado la respuesta. Según han publicado en Nature Communications, la adopción de un estilo de vida marítimo, con todas las adaptaciones morfológicas y fisiológicas que conlleva, impulsó una evolución hacia estrategias vitales de ritmo lento y longevidad excepcional, como tener un desarrollo prolongado y una maduración tardía, dejando sin embargo pocos descendientes.
La teoría clásica de la evolución de los ciclos vitales ha venido marcada por una dicotomía biológica: vivir deprisa, morir joven y tener muchos descendientes, o alternativamente vivir lento, morir viejo y tener menos. Esta dicotomía explica por qué muchos organismos pequeños tienen una vida corta y se reproducen en breve ya menudo. Pero cuando se analizan especies como las grandes ballenas y ciertas aves oceánicas, la pauta es radicalmente distinta: tardan años en alcanzar la madurez, se reproducen tarde, tienen pocas crías y viven en muchas décadas. Uno de los casos más extremos es el de las ballenas de Groenlandia (Balaena mysticetus), que puede superar los 200 años.
Una estrategia vital 'slow life'
El estudio realizado por Sol y sus colaboradores pone de relieve que no es suficiente con una baja tasa de mortalidad para explicar estas estrategias. Es necesario que existan adaptaciones fisiológicas y morfológicas que permitan a los adultos sobrevivir con eficacia en un entorno difícil, y que justifiquen invertir muchos años en el proceso de crecimiento y maduración.
Los autores analizaron casi 4.400 especies de mamíferos y 10.000 de aves, tanto terrestres como marinas, cuantificando siete rasgos vitales: la longevidad máxima, la edad de la primera cría, la duración de la gestación o la cría, la época de cría, el tiempo de cría; de la progenie y la fecundidad total. Cuando representaron esos datos gráficamente, el resultado fue muy claro y revelador. Las especies marinas analizadas se ubican mayoritariamente en el extremo del gráfico de las estrategias vitales lentas, comparadas con las terrestres y las de agua dulce. Esto es, de desarrollo prolongado, baja fecundidad y larga vida.
¿Por qué han adquirido evolutivamente esa estrategia vital? El trabajo realizado por estos investigadores muestra que la adaptación al medio marino, especialmente en el océano abierto pelágico donde las presas están dispersas, son poco predecibles ya menudo escasas, les ha obligado a adoptar adaptaciones que promueven la eficiencia energética, la capacidad de almacenar reservas, las habilidades de localización y captación de presas lejanas o difíciles. Estas adaptaciones, sin embargo, tienen un coste biológico: requieren más tiempo para madurar, puesto que los organismos deben crecer más, aprender más e invertir más recursos. Y también disminuyen la mortalidad adulta y, por tanto, abren la puerta a reproducirse durante más tiempo a lo largo de la vida, aunque con pocas crías para poder protegerlas mientras crecen y aprenden lentamente.
La evolución premia un ritmo lento
Pero la historia no acaba aquí. Los autores del trabajo han detectado otros aspectos morfológicos importantes en esta estrategia vital, como mayor tamaño corporal, una forma hidrodinámica y también una alta encefalización. Es decir, cerebros mayores en relación al cuerpo. Estas características favorecen la supervivencia del adulto y permiten afrontar con éxito las incertidumbres del océano, lo que justifica tener que invertir muchos años antes de su reproducción.
Este enfoque ofrece dos ideas clave. Primero, que la evolución de la longevidad no es sólo cuestión de tener menos depredadores o un cuerpo mayor, sino de un estilo ecológico, o una forma de vida, que premia un ritmo lento. Segundo, que las adaptaciones que permiten esta estrategia tienen un coste, como crecer más lentamente, invertir más en desarrollo, tener menos hijos y esperar más tiempo para reproducirse. Esta perspectiva aporta también un importante matiz conservacionista. Estos organismos de ritmo vital lento, como los grandes cetáceos, poseen poblaciones extremadamente vulnerables. El reproducirse tarde, con pocas crías y con un desarrollo lento significa que cualquier impacto que eleve la mortalidad de adultos, como pueden ser las colisiones con barcos, quedar atrapadas en redes de pesca, la contaminación acústica o el cambio climático, se traduce en efectos mucho más graves que en especies de vida rápida.