Contaminación ambiental

Muchas enfermedades crónicas comienzan antes de nacer

El entorno al que estamos expuestos a lo largo de la vida incide en las causas de la obesidad o los problemas cardiovasculares

BarcelonaParece una paradoja. A lo largo del último siglo, y sobre todo de las últimas décadas, hemos sido capaces de erradicar enfermedades como la viruela; de combatir a otros que durante milenios han diezmado a la población mundial, como el sarampión o la tuberculosis, y de luchar contra infecciones capaces de provocar millones de muertes en el pasado. Hemos sido capaces de ello porque hemos adquirido los conocimientos necesarios sobre una miríada de dolencias y hemos desarrollado potentísimas herramientas para abatirlas, como vacunas, antibióticos y fármacos. También porque, al menos en los países de rentas medias y altas, hemos mejorado nuestras condiciones de vida.

Y sin embargo, lejos de gozar de una salud de hierro, a pesar de haber sido capaces de protegernos de patógenos que nos han asediado durante toda nuestra historia como humanidad, ahora enfermamos lentamente y morimos cada vez más de condiciones como enfermedades cardiovasculares, obesidad, afecciones respiratorias, cáncer, diabetes, depresión, hipertensión o enfermedades neurodegenerativas, que en principio deberían ser prevenibles.

Son las llamadas enfermedades no transmisibles, cuya incidencia va en aumento y está provocando verdaderas pandemias. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), 41 millones de personas mueren cada año de forma prematura a causa de estas patologías, lo que equivale al 74% de todas las defunciones en el mundo. Y aunque la genética tiene un papel, no es suficiente para explicar este auge.

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“Cada vez existen más evidencias sobre el papel que tienen las exposiciones ambientales en las enfermedades”, señala Léa Maitre, investigadora en el Instituto de Salud Global de Barcelona (ISGlobal). “Sabemos que el estilo de vida, fumar, llevar una vida sedentaria o una dieta no saludable aumentan el riesgo de desarrollar una dolencia crónica. También influye la genética, pero no es suficiente”, prosigue.

El peso del entorno

De hecho, fue esa sospecha la que llevó a la comunidad científica, alarmada ante el auge de dolencias crónicas, a poner sobre la mesa hace sólo 20 años que el entorno en el que vivimos debía tener mucho más peso de lo que se pensaba sobre la salud. Y no sólo la polución del aire, sino factores tan diversos como los químicos con los que estamos en contacto a través de la ropa, la comida, los productos de limpieza y cosméticos; el ruido en los entornos urbanos; no tener acceso a áreas verdes, o el agua que ingerimos.

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En 2005 el que hoy es director de la Agencia Internacional para la Investigación del Cáncer (IARC, por sus siglas en inglés), Christopher Wild, epidemiólogo de esta enfermedad, en un congreso en Lyon habló del exposoma, un nuevo concepto que hacía precisamente referencia al conjunto de factores a los que estamos expuestos a lo largo de la vida y que influencian de manera directa la salud.

Wild, entonces, reclamó que, ante los indicios que había, había que invertir los mismos recursos empleados en los últimos 30 años para investigar el genoma en la carrera para frenar las enfermedades crónicas. Y, para ello, era necesario dilucidar el papel que jugaba el entorno.

“Hoy sabemos que la mitad de las causas detrás de estas patologías se deben a los impactos sobre la salud que tienen los factores ambientales”, afirma Maitre, coordinadora del Hub Exposoma, de ISGlobal, una iniciativa pionera para promover la investigación interdisciplinar en este nuevo ámbito de investigación de la salud.

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Maitre, que esta semana ha coordinado el simposio sobre exposoma celebrado en Barcelona organizado por ISGlobal, centro impulsado por la Fundación La Caixa, explica que desde que se propuso el concepto hasta ahora se han ido desarrollando herramientas y tecnologías que han permitido empezar a medir la huella que dejan exposiciones incluso pequeñas en la sangre, en la orina, en el cabello.

Gracias a ello, se han empezado a establecer correlaciones y asociaciones con evidencias científicas. Uno de los ejemplos más evidentes es el de la contaminación del aire y la mortalidad: sólo en la capital catalana mueren cada año 3.500 personas prematuramente debido a la mala calidad del aire, que además recorta la esperanza de vida de la ciudadanía. Esta mala calidad del aire también se ha demostrado que impacta sobre el rendimiento cognitivo de los niños de primaria y se vincula a un riesgo incrementado de desarrollar cardiopatías y enfermedades metabólicas.

“No es que un solo compuesto químico hará que enfermes –aclara Pablo Gago, investigador del Instituto de Diagnóstico Ambiental y Estudios del Agua (IDAEA-CSIC)–, sino que es la suma de exposiciones prolongadas en varios factores”, como las partículas de diferentes tamaños procedentes del tráfico rodado, pero también los microplásticos y los compuestos químicos asociados a ellos, o los disruptores hormonales, que imitan el funcionamiento de las hormonas del organismo. Están presentes en muchos productos y “tienen un peso primordial en el aumento de la epidemia de obesidad y también en retrasar el desarrollo cognitivo de los niños”, apunta este químico.

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Cómo evitar los disruptores endocrinos

Badalona participará a partir de comienzos de 2025 en un proyecto internacional pionero para investigar los efectos de los disruptores endocrinos durante el período perinatal y la preadolescencia y poder reducir su exposición. Denominado HPYPIEND y coordinado por Eurecat, los investigadores, por un lado, tratarán de identificar con la máxima precisión posible estas sustancias en muestras de sangre y orina. Y, por otra, desarrollarán una aplicación que hará recomendaciones a los usuarios para reducir o evitar su exposición.

“Ahora mismo estamos acabando de desarrollar la app ya principios de 2025 iniciaremos la prueba piloto en España, Bélgica y Polonia”, explica Laura Sistach, manager de proyectos de la unidad de Digital Health de Eurecat.

El estudio durará tres años y se llevará a cabo con mujeres embarazadas y niños de ciclo superior de primaria, que ya están seleccionando desde el Instituto de Investigación Germans Trias i Pujol (IGTP). “La app dará consejos a los padres, por ejemplo, sobre qué desayuno pueden poner a sus hijos o cómo almacenar la comida de forma más saludable. Al final, quiere ser una suerte de programa educacional para padres y escuelas”, comenta Sistach.

Al inicio de la vida

A pesar de que las exposiciones a tóxicos de forma prolongada impactan en el organismo a lo largo de la vida, existen algunos períodos extremadamente sensibles, como la gestación, la infancia y la adolescencia. "Muchas de las enfermedades que vemos más adelante en la vida comienzan antes de nacer", afirma Martine Vrijheid, epidemióloga de ISGlobal, al frente del programa de medio ambiente y salud a lo largo de la vida. Esta holandesa, profesora de la Universidad Pompeu Fabra, indaga en la relación entre exposoma y genoma en busca de la huella a nivel molecular que dejan algunas exposiciones y que son casi indetectables hasta la edad adulta.

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Para ello, junto con otros investigadores de ISGlobal siguen cohortes de embarazadas a quienes toman muestras de sangre y de orina durante todo el proceso. Y a sus bebés al nacer y durante la infancia, para ir midiendo y caracterizando los impactos. Así, en un reciente estudio detectaron en la sangre de las mujeres y también en las placentas un compuesto químico derivado del caucho procedente de las ruedas de los vehículos. "No esperábamos encontrarlo", confiesa sorpresa Maitre, quien explica también que midieron los niveles de metales pesados ​​y de los polémicos PFA.

“[A los PFA] en inglés les llaman forever chemicals, químicos para siempre, porque son compuestos que no se pueden degradar y que están presentes en todas partes, desde los materiales impermeables hasta el mobiliario o las sartenes antiadherentes”, apunta el químico de IDAEA-CSIC Gago.

Estudios recientes han vinculado la exposición a estos químicos con un riesgo incrementado de cáncer de próstata, riñones y testículos en adultos. Y en el caso de los niños, a un bajo peso al nacer, defectos de nacimiento y déficits cognitivos. “Hay que pensar que es el período de desarrollo de los órganos, un impacto ambiental puede ejercer una influencia concreta que perdure toda la vida”, argumenta Vrijheid.

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En este sentido, este año la Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos decretó que no existe ningún nivel seguro de exposición para los humanos. "Durante mucho tiempo la industria ocultó que tenían efectos muy nocivos sobre la salud y en muestras de población los encontramos presentes en el 100% de los individuos", dice Gago.

Disruptores hormonales

La exposición prolongada a disruptores endocrinos durante el embarazo y los primeros años de vida también se ha relacionado con enfermedades y déficits cognitivos. De hecho, son uno de los grupos de químicos que existen en el medio ambiente de los que ya se tiene evidencia robusta de cómo impactan en el organismo. Están arcipresentes en el entorno: en los retardantes de llama que contienen los muebles, los materiales de construcción, los pesticidas, la ropa. También algunos de los químicos empleados para preservar productos como los parabenos lo son. “Impactan en la salud respiratoria de los niños, también en la cardiometabólica y pueden provocarles una presión arterial elevada, el paso previo a desarrollar hipertensión”, explicita Vrijheid.

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Otras exposiciones especialmente preocupantes durante el embarazo, los primeros años de vida y la adolescencia son las exposiciones a contaminantes como los bisfenoles, los policlorados y determinados pesticidas, que ya se han asociado a trastornos en el desarrollo neurológico y el deterioro cognitivo en los niños. "Incluso hemos visto que hacen que las vacunas sean menos eficaces y predisponen a la obesidad", añade Maitre.

En este sentido, Gago explica que las partículas ultrafinas procedentes de la contaminación ambiental "son las más peligrosas, porque pueden entrar más profundamente en el sistema respiratorio y allí interaccionar con las células y causar inflamación y estrés oxidativo". Además, alerta, en estudios que están empezando a realizar en IDAEA-CSIC en colaboración con otras instituciones de investigación, están veían que estas partículas llegan a la sangre –de hecho, las encuentran en muestras de placenta de mujeres embarazadas– y también en el cerebro. "Ahora estamos investigando qué papel tienen en uno de los tumores cerebrales más comunes, el glioblastoma", comenta.

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¿Por qué no se prohíben?

Porque los compuestos químicos que existen en el ambiente tienen este efecto sobre la salud no acaba de entenderse completamente, aunque se empiezan a vislumbrar algunos mecanismos a través del análisis de biomarcadores de inflamación. Desvelar estos mecanismos es un paso imprescindible para demostrar científicamente su toxicidad y que los reguladores puedan prohibirlos.

“Es necesario un cambio de tendencia”, reclama Gago. “Ahora la industria saca un producto al mercado y los científicos debemos estar décadas investigando para demostrar que es nocivo y que se pueda regular su uso y prohibirlo. Debemos presionar como ciudadanía para que sea a la inversa: primero demostrar que son inocuos y después de que se puedan sacar al mercado”. Este científico del CSIC pone como ejemplo el caso del bisfenol A, un compuesto muy dañino para la salud. “Necesitaron 20 años para reunir la evidencia científica necesaria para que se regulara. Lamentablemente, al poco tiempo la industria ya la había reemplazado por otro químico igual de tóxico”, destaca Vrijheid.

“También debemos hacer presión para que se legisle de forma que todos los productos tengan que explicitar de forma fiable qué compuestos químicos contienen, de modo que la ciudadanía pueda escoger. Hace falta transparencia”, considera Maitre.

Como individuos, podemos emprender algunas acciones para rebajar nuestra exposición a tóxicos. Desde medidas tan sencillas como un buen lavado de manos y sacarnos los zapatos al entrar en casa hasta aspirar, en lugar de barrer, y optar por productos ecológicos, tanto de alimentación como de limpieza y cosmética. “Una alimentación saludable se ha visto que contrarresta los impactos de la contaminación atmosférica, sobre todo la ingesta de vitamina E. Y dar paseos por parques o zonas verdes también ayuda, como mantener el estrés bajo control y tener vida social”, apunta Maitre, que concluye: "El principal determinante de la salud es ser feliz y llevar un estilo de vida saludable", concluye Maitre. Porque el resto, asegura, es incontrolable.