Cuando la lluvia se mide por el número de muertes
Aunque todavía no disponemos de estudios que nos digan hasta qué punto la DANA que ha afectado al País Valenciano es atribuible al cambio climático antropogénico, lo que nadie puede negar es que este episodio trágico ha sucedido en plena época de cambio climático y ha afectado a una región del Mediterráneo, una de las áreas calientes del calentamiento global.
Es un clamor entre los científicos que, si queremos garantizar la habitabilidad del planeta, es necesario un esfuerzo mundial inmenso para eliminar las emisiones de gases de efecto invernadero, así como los impactos negativos que la actividad humana tiene sobre el planeta . Es lo que llamamos mitigación. Dado que las consecuencias negativas del cambio climático son ya una realidad, y se mantendrán durante décadas o siglos, es obvio que, además de la mitigación, necesitamos adaptación. Desgraciadamente, este esfuerzo inmenso de mitigación y adaptación, que necesitamos de manera urgente, no se está produciendo ni siquiera en Europa, el continente probablemente más comprometido con la lucha contra el cambio climático.
Hace tan sólo unas semanas se hizo público el informe del Lancet Countdown de 2024, una iniciativa en la que participan más de 250 científicos del clima y la salud y que incluye seis plataformas regionales, una de ellas en Europa. El informe muestra que durante el período 2014-2023, en comparación con el período 1961-1990, un 61% de toda la superficie del planeta experimentó un aumento del número de episodios de precipitación extrema. En el informe del próximo año, la DANA del País Valenciano se contará como uno de estos episodios, lo que nos recuerda las tragedias que a menudo se esconden detrás de la frialdad de las estadísticas. Desgraciadamente, en el contexto mundial, lo ocurrido en Valencia no es nada excepcional y ninguna región o localidad del mundo puede considerarse a salvo.
Muertes evitables
Otro indicador del informe muestra que, en comparación con el período 1990-2009, durante el período 2014-2023, en aquellos países que disponen de sistemas de alerta precoz, la mortalidad debida a fenómenos extremos de lluvia e inundaciones disminuyó un 73%, mientras que en aquellos países que no disponen de estos sistemas sólo disminuyó un 21%. la existencia de mecanismos adecuados de adaptación es una cuestión de vida o muerte y que, en el caso de la Comunidad Valenciana, si el sistema de alertas se hubiera aplicado correctamente, el número de víctimas habría sido probablemente muy inferior.
Los resultados de estos dos indicadores sugieren dos reflexiones sobre lo ocurrido en Valencia: la primera se refiere a la necesidad imperiosa de disminuir las emisiones de gases de efecto invernadero, mayoritariamente debidos al uso de combustibles fósiles. Es un reto mundial dado que, mientras que las emisiones de gases de efecto invernadero contribuyen al calentamiento de forma global, sus efectos acaban teniendo impacto a menudo local. La Unión Europea se ha comprometido a reducir las emisiones en un 50% en 2030, en comparación con las de 1990. Lamentablemente vamos atrasados. Cuanto más tardemos, más frecuentes y más graves serán los fenómenos meteorológicos extremos. Quienes defienden que no se puede correr tanto en la transición hacia una economía verde, y directa o indirectamente todavía apoyan los incentivos a empresas que comercializan combustibles fósiles, deberían responder, al menos moralmente y ojalá legalmente, ante las víctimas que , debido a episodios como el del País Valenciano, se continuarán produciendo.
La segunda reflexión hace referencia a la necesidad imperiosa de mejorar los mecanismos de adaptación a los impactos que ya están presentes y que se seguirán agravando. En verano de 2022 la anomalía de calor fue responsable de más de 60.000 muertes en Europa, 11.324 de ellas en España y 1.772 en Cataluña, lo que demuestra que las políticas de adaptación al aumento de calor en Europa y en nuestro país, a pesar de lo que digan nuestros gobiernos, son del todo insuficientes. Las inundaciones de Valencia vuelven a situarnos ante la misma y trágica lección. Los sistemas de alertas que el conocimiento científico y las agencias de meteorología han puesto al alcance de la sociedad, así como los planes de protección, no se están implementando adecuadamente, lo que acaba teniendo consecuencias trágicas. Los sistemas de alertas sólo son uno de los componentes de los sistemas de vigilancia y de respuesta a las emergencias ambientales y, como deberíamos haber aprendido con la covid, una parte central de su robustez depende de que la toma de decisiones se base en un liderazgo científico-técnico independiente de los intereses políticos.
Como dice a menudo el secretario general de Naciones Unidas, António Guterres, causando el cambio climático hemos abierto las puertas del infierno. La lucha contra esta realidad nos afecta a todas y todos. Recientemente, una llamada a la acción promulgada por la fundación de los premios Nobel y la Academia de Ciencias de Estados Unidos firmada, entre otros, por más de un centenar de premiados, decía que la sostenibilidad mundial ofrece el único camino viable hacia la seguridad humana, la equidad, la salud y el progreso. Recorrer este camino no es ni será fácil, pero la firmeza y el compromiso por hacerlo puede ser el mejor tributo a las personas que han muerto a causa de las inundaciones de la Comunidad Valenciana y sus familias.
Josep M. Antó es investigador senior en el Instituto de Salud Global de Barcelona (ISGlobal), catedrático emérito de medicina en la UPF y copresidente del Lancet Countdown europeo.