Bombonería Almera, la tienda histórica de Badalona a la que el tiempo le juega a favor
Este comercio de la calle Mar ha sido regentado por cuatro generaciones de la misma familia
BadalonaTodo el mundo se detiene. Los escaparates de la Bombonería Almera son como una llama que te hipnotiza. Es imposible no sentirse seducido por ese comercio histórico. De hecho, una vez fue el propio Pedro Almodóvar el que entró, esperando poder ponerla en una película suya. Estoy en la puerta y me encuentro a una clienta de toda la vida. Viene a comprar dos cajas de bombones por unas amigas. Dice que su madre, que vivió hasta pasados los noventa años, vino toda su vida a comprar caramelos. Recibir un regalo de Ca l'Almera, como lo llamará cualquier badalonés, es siempre fiesta grande. Por su calidad y por el amor que ponen al envolver los paquetes. El domingo, el día de descanso, Teresa Almera estaba dentro de la tienda haciendo lazos, precisamente. Ahora ya nadie hace lazos, me cuenta. Teresa es de la clase de tenderas que no cuentan las horas y que viven su trabajo con entusiasmo por preservar el legado del abuelo Cinto.
Cinto Almera sabía que no sería panadero como los padres. Él iba con una berlina y un caballo a repartir pan, el padre trabajaba de noche, y la madre de día en la tienda. Descansaban dos días al año. "Los panaderos son los que más dinero tienen porque no tienen oportunidad de gastarlos", decía. Así que halló una salida: vender galletas Victoria. Las empezó a comercializar en una tienda de la calle León de Badalona. Hay badaloneses de noventa años que aún recuerdan un acontecimiento que les marcó de pequeños: el día en que llegaba el camión de los pedazos. De los pedazos de galletas rotas hacían papelinas y las vendían a precio de saldo. Todo el mundo mandaba a sus hijos para que comieran tanto como pudieran. Era tiempo de hambre.
El Cinto fue prosperando y decidió abrir una bombonería. Se llevó los muebles que tenía en la tienda de galletas, unas vitrinas que están en perfecto estado y hoy veo bolsas rellenas de barquillos. Se estableció en la calle Mar, el noble pasillo que une la playa y el ayuntamiento. Este año que empezaremos, hará 75 años que los Almera endulzan la vida de sus conciudadanos, con el mismo mobiliario con el que empezó, y con un montón de mujeres de apellido Almera detrás del mostrador.
Teresa Almera, de la tercera generación, y su sobrina, Montserrat Vidal Almera, de la cuarta, son las que llevan la voz cantante. "La suerte es que cuanto más años pase mejor. Nosotros no debemos modernizarnos. Solo debemos conservarlo. Velar para que sea antiguo, no viejo", explica Teresa. A su alrededor no paran de trabajar, su hija, su joven, su sobrina y Mercè Mauri, la dependienta que hace diez años que también forma parte de este matriarcado.
La campana de la puerta no para de tintinear. Los clientes ya empiezan a despensa para Navidad. Comprende los "turrones de siempre", como por ejemplo el de whisky. Éste sale mucho por una sencilla razón: "Porque al papa –Enrique Almera– le gustaba mucho y lo recomendaba. Tú vendes lo que estás convencido". Ellas trabajan con varios obradores que les hacen el producto a su medida. Ponen más Anís del Mono en el turrón con anís, aunque no sea la receta original, y el triple de limón en los barquillos que llevan. También tienen "café del bueno", que llama la clientela. Es el Almera Blend, que Salvador Sans, de Cafés El Magnífico, diseñó para ellas. Él ya iba a tomar café cuando era pequeño.
Tu nombre en la etiqueta
Ya tienen los productos navideños a disposición de sus clientes, aunque la compra se ha adelantado. Menos el turrón de crema. Teresa me avisa de que el turrón que vienen no tiene conservantes. Si se compra, debe comerse inmediatamente, a lo sumo, dura cuatro días, advierte. Ellos hacen una lista de quien querrá y los venderán justo antes de Navidad. Poca broma con la calidad del producto cuando el nombre que hay en la etiqueta es el tuyo.
Vienen bombones, catáneas (que su padre llamaba tabú) y turrones modernos, como el de Dubai. Ellas han hecho de chocolate negro también para quien no le guste tan dulce, y la versión catalana con crujiente de barquillos y avellana, el turrón Carai. Bien ocurrente. Hay productos que ya no pueden vender porque los artesanos se jubilan, como los borregos rellenos y follados o las bolas de frambuesa y cava. Estos últimos, que venían de Alemania, una inspección europea dejó la maquinaria por obsoleta. Normativas que son sentencias de muerte.
En Ca l'Almera se defiende el comercio de siempre. Teresa hizo un escaparate de azúcares de comercios de Badalona, y para marzo prepara un escaparate de las tiendas históricas de la calle Mar. Su hermana Montserrat, madre de Montserrat Vidal, era una gran escaparate y Teresa se ha dedicado en cuerpo y alma a mantener el listón bien alto.
Desde el mostrador han visto que el mundo ha cambiado mucho. Hacían lotes inmensos, antes, algunos con objetos de lujo, como belenes de plata o figuras de Lladró. "Ahora en muchas empresas si reciben un regalo deben repartirlo entre los compañeros". Otra celebración que ha ido a la baja son los santos. La Navidad tira mucho, pero las familias son más pequeñas, así que los turrones que triunfan ahora son los de tamaño más pequeño. Nadie quiere quedarse sin ella, pero las raciones se han reducido.
La fruta en almíbar también ha desaparecido por falta de demanda; "la gente ya no sabe qué es el arrope", dice Teresa. Lo que sí ha vuelto gracias a un nuevo artesano es el bombón de Niza. Se venden muchos menos caramelos, "ahora hay gente que piensa que el azúcar es veneno. Todo en medida. Mi nieto tiene un año, y le doy una galleta buena. No le doy bollería industrial. Las galletas maría no deben ser fritas, deben ser tostadas. Hay gente que viene a buscar galletas de calidad para los niños. Si no eres día, no eres día. Teresa.
Y recuerda los momentos del año que es más feliz. Cuando es Pascua y vienen a comprar monas. Padrinos contentos e ahijados ufanos. Y cuando viene los niños, con cuatro reales, a comprar algo para la madre. "Mamá dice que todo lo que hay en Ca l'Almera es bueno", dicen muchas criaturas con un montón de monedas en la mano. Teresa mira el presupuesto, y les pone en el regalo modesto la lazada más ufana. "Es el cliente del futuro y se va más contento que un jinjol", sentencia Teresa. Mientras, Montse no ha parado ni un segundo de hacer lazadas y de envolver con papel de regalo con la destreza de un prestidigitador de ilusiones.