La Campana, el matriarcado de la calle Princesa que nos endulza la Navidad desde hace más de un siglo

Esta tienda histórica de Barcelona está regentada por la tercera y cuarta generación

BarcelonaCualquier otra persona que no fuera Maria Dolors Mira ya haría bastantes años que se habría jubilado. Pero en su caso esto es impensable, no tendría ningún sentido. El mundo cambia muy rápido, y todos tenemos la sensación de que se nos escapa el tren. ¿Todos? Todos no. Maria Dolors tiene energía, ideas, proyectos, intuición y ningún miedo, al contrario. Basta con verla con elsmartphone más moderno entre las manos. Ella es la tercera generación que mantiene en pie La Campana, la tienda de turrones y polvorones de la calle Princesa de Barcelona (y de helados y horchata en verano). Ya nació prácticamente en la fábrica que creó su abuelo en Jijona. Francisco Mira, en 1890, era ya un visionario. Vio el potencial turronero de la zona, cambió hornos de leña por máquinas de vapor, y entendió que dónde sabrían apreciar sus productos y su calidad sería en Catalunya. Así es como abrieron una tienda en Barcelona, ​​en la plaza del Àngel, y posteriormente en 1920 se trasladaron a la calle Princesa. Exactamente dónde está ahora. Pero además, este negocio ha estado siempre en manos de la misma familia. Junto a Maria Dolors están Laura y Bea Ferrer Mira, la cuarta generación. Y de vez en cuando Mireia, la hija mayor, que también echa una mano cuando sus dotes de ingeniera son requeridas. Y es que detrás de un comercio tradicional y artesano hay mujeres muy formadas.

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La Campana es de esas tiendas donde todo el mundo se detiene. Aunque sólo sea para mirar el escaparate. año compran los dulces de Navidad. Muchos de ellos vienen de fuera de Barcelona y cuentan con emoción que el año de la pandemia no faltó ni uno. que lleva los números, sufría, Maria Dolors no. Sabía que vendrían. Así que para sorpresa de todos menos de Maria Dolors, tuvieron la misma campaña que el año anterior. sus dulces no. De hecho, el día que las visito las tres mujeres de la familia comentan quién ya ha venido y quién todavía no. turrones en la mesa también. Así que pueden seguir el árbol genealógico de muchas familias de clientes.

Ellas tienen un lema: nunca tienen un no para ningún cliente, y hacen lo necesario para que nadie se quede sin turrones. Si es necesario, los traen personalmente a casa. Aquí todo es casero y cercano. Familiar. Y se han dedicado a innovar. ¿Cómo? Escuchando a los clientes. ¿Que quieren turrones sin azúcar? Pues lo hacen. ¿Qué quieren opciones veganas? No hay problema, encontrarán soluciones. Uno de sus últimos logros ha sido el polvorón de aceite de oliva. Fue una iniciativa de Bea. Tuvo la idea, y junto a su madre, que es quien domina la fórmula y las cantidades, consiguieron clavar la receta de un polvorón mucho más ligero, apto para veganos y para quien no come cerdo. El polvorón, por supuesto, ganó premios. Luego han realizado versiones, como el de chocolate o el de sal y pipas de este año.

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Que las hijas sean la cuarta generación de La Campana es mérito de Maria Dolors, que tanto ha querido lo que hace, que sus hijas se han visto seducidas. Laura es economista y trabajaba en un banco. Empezó a ayudar a su madre cuando enviudó. Y finalmente también se ha dedicado a ello en cuerpo y espíritu. Aunque trabajan todas las horas del mundo, dice que no lo siente como trabajo en una empresa. Sabe de qué habla, porque ha estado a ambos lados. Bea estudió ADE y después un máster en dirección de empresas. Un profesor la quería contratar, pero Maria Dolors le dijo que probara primero en casa, en La Campana, y que si no le gustaba, hiciera la suya. No se ha movido. Cada una es muy distinta, y cada una aporta una perspectiva propia.

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Mientras las entrevisto comemos polvorones. Se podría pensar que alguien que lo vende durante décadas estará harto. Aseguro que no es el caso. Van desapareciendo como si nada. Bea explica que no venderían nada de lo que no estuvieran enamoradas. Y se nota. También es muy consciente de la calidad de lo que vienen y de su precio. Piensa que ya está bien que haya diversidad en este sector, siempre que no se dé gato por liebre. Afirma que el turrón es el mejor souvenir posible. Fácil de transportar, no se estropea, no se rompe. Muchos extranjeros lo descubren, y después los compran por internet y se les mandan a sus países. Ellas ahora vienen durante todo el año. Menos los de chocolate, que en verano se deshacen. A los catalanes nos cuesta más comprarlos fuera de temporada, pero, como demuestran estas mujeres año tras año, cuando llega Navidad para la mayoría es una tradición irrenunciable.