El radar suculento

Casa Alfonso llega a su 90 aniversario regentado siempre por la misma familia

El restaurante, ubicado en la calle Roger de Llúria, es famoso por sus embutidos ibéricos y disfruta de una clientela fija

BarcelonaNo hay muchos restaurantes que tengan 90 años en Barcelona y hayan sido gestionados ininterrumpidamente por la propia familia. En ese caso, por un Alfonso García. Y es que en 1934 el primer Alfonso y su mujer, Rosario, provenientes de Jaén, abrieron en la calle Roger de Llúria una charcutería con degustación –aunque seguro que aquella época no la llamaban así–. El caso es que Rosario cocinaba el chup-chup y Alfonso cortaba a los ibéricos de primera calidad que les llegaban. Antes que ellos, allí había una curtiduría de piel, y conservaron el suelo. Si va, fíjese, porque sigue siendo lo mismo.

Casa Alfonso conserva el aire de los lugares de antes, te dan la bienvenida los jamones que cuelgan sobre la barra. Ahora lo gestiona Alfonso García (tercero) y explica orgulloso que ya tiene a punto el relevo, será el turno de su hija Claudia, que está sobradamente preparada para tomar las riendas cuando le toque; de momento ya ha empezado a trabajar codo con codo con su padre.

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La historia de Casa Alfonso tiene que ver con cada una de sus generaciones que han pasado, como en La memoria de los Caracoles. El primer Alfonso, el abuelo del actual propietario, tuvo que pasar los años de la Guerra Civil subsistiendo a base del trueque. Su padre ya se encontró un negocio con los cimientos firmes y le permitió tener inventiva: poca gente sabe que la flauta, el bocadillo largo y esbelto, se inventó en Casa Alfonso. Fue a raíz de un viaje a Francia que, inspirado por la baguette, pensó que un bocadillo con poco muelle sería perfecto y muy práctico. Y, aparte, en casa tenían el mejor embutido para rellenarlo. Así que encargó a un panadero que le hiciera ese tipo de pan. Fue todo un éxito, y se hartó de hacer bocadillos al momento y al gusto del consumidor.

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El actual propietario y tercero de la dinastía fue actor de doblaje y cantante. Por eso, como conocía el mundo del ocio, insistió a su padre en que también debían servir cenas. Mi padre no lo veía claro, pero el primer día ya estuvieron llenos hasta la bandera. Por esta faceta artística de Alfonso también han pasado muchísimos actores, cantantes, periodistas y un habitual cuando está en Barcelona, ​​el integrante de los Rolling Stones Ronnie Wood. O Josep Carreras, que ya iba de pequeño con su padre. O Joan Manuel Serrat, que quiere comprarle a Alfonso un cartel antiguo de grandes dimensiones que preside la primera sala. Alfonso, claro, no quiere venderlo.

Ninguna ayuda, ningún reconocimiento

Alfonso también es un hombre de negocios. Tiene claro que los números deben salir. Sobre todo porque explica que no recibe ayuda de nadie. Por un lado, comenta que los medios no hacemos suficiente caso a los locales históricos. Que ha recibido mayor atención de la prensa extranjera que de la local. Por otro, dice que las administraciones no les dan ningún valor. El local de Casa Alfonso está catalogado, pero en cambio no constan en la lista de establecimientos emblemáticos que confeccionó el Ayuntamiento de Barcelona. "En Madrid hay 14 restaurantes emblemáticos y los tienes todos en una guía", dice. Y recuerda que ellos son una isla, rodeados de cadenas de restauración.

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Subsistir también es hacer cambios. Por ejemplo, ya no cogen reservas, pero avisan de que todo el mundo que vaya a comer. Después de la pandemia vieron que las reservas eran una piedra en el zapato, porque la gente es muy incumplidora. "He subido un 20% la facturación desde que no hacemos reservas", reconoce. Luego explica orgulloso que su personal está bien pagado. “Las horas extras se pagan en el momento y en la nómina”, afirma.

No sirven menú. Alfonso defiende que los márgenes de los menús y la guerra de precios es lo que ha hecho que el personal estuviera tan mal pagado. Ahora, aquí puedes comer una ensaladilla rusa, una croqueta o un pincho de jamón y gastarte poco o hacer un festival y pagar 60 euros por cabeza. Recientemente ha introducido arroces, y están teniendo mucho éxito. Su clientela es un tercio local, un tercio de fuera de Barcelona y un tercio extranjera. Dice que ese equilibrio le ha salvado de todas las crisis. Y después habla de sus cuatro familias: sus hijas, sus trabajadores, sus productores y sus clientes fieles.

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Mientras conversamos pasa Jordi, que es un integrante de la cuarta familia. Almuerza cada día desde hace 30 años. De lunes a viernes. Tiene su mesa y conoce a todo el mundo, también a los demás clientes como él, de quien se ha acabado haciendo amigo. Dice que la comida se le pone bien y se siente como en casa. A menudo, quien lleva el plato en la mesa a Jordi es Marc Comerma, el cocinero de Casa Alfonso desde hace cinco años. Marc también iba de pequeño con su padre. Casa Alfonso cierra el círculo de tantas familias, de ancianos que llevan a los nietos al igual que sus abuelos habían hecho con ellos.