Mono... varietal, mona... strell. Un gran vino que habla de monas

Joan Salvat-Papasseit sabía qué era guardar madera en el muelle y yo sé qué es ir a dormir a La Vinyeta. En uno de los dos apartamentos, o cabanitas, con la parrilla afuera para hacer carne a la brasa y jugar a ser civilizados-primitivos. He visto el cielo, limpísimo, he oído a los animales nocturnos, he comido queso y he bebido vino, allí, en medio de la noche, con las cepas, retorciéndose, oscuros, brazos de bruja atlética, en medio del Empordà. Me río mucho, cuando digo “apartamentos” porque son dos, los de La Vinyeta, y están declarados, por cosas técnicas, como "hotel de dos estrellas". En 2008, cuando Josep Serra y Marta Pedra empezaron con La Vinyeta, hablar de enoturismo no era habitual, salvo grandes casas, como Torres, Codorniu... “Hacía un frío de cojones, no venía nadie... Y aquí nos estábamos, aguantando el cirio, cuando, de repente, vino uno, y éste llevó a otro y así...”, dice él.

Conocí el proyecto gracias a una causa que ahora —y les querría ver los ojos, a todos ustedes, mientras leen— les emocionará. El vino que tenemos en nuestras manos se llama Mono. Mono, de monovarietal, y mono de mono. En Riudellots de la Selva se encuentra la Fundación Mona, una de las pocas asociaciones que “recupera” primates que han trabajado en el circo (algunos son viejas estrellas de cine) y que ahora, después de una vida fumando, y vistiéndose de señor, y haciendo malabares, ya nadie quiere. Los Mona hablaron con La Vinyeta y les pidieron un vino solidario. Es lo que hoy tienen en la copa que, para cerrar el círculo, es un mono... strell. El dinero que hoy pague por este grandioso vino va a la Fundación Mona. Josep dice que conoció a Marta estudiando: "Somos ingenieros agroalimentarios especializados en enología. Yo pensaba dedicarme a los látigos y languideces, que en casa somos carniceros. Y de repente, por amistad, un señor que tenía viñas viejas va y ...".

Como siempre, empezaron a hacer vino para hobby, combinando los estudios con el viñedo. “¡La primera cosecha nos salió bastante lamentable!”, dice. Pero exagera. En cualquier caso, el Mono de hoy es el vino más honesto, limpio, puro y sensitivo que podrán encontrar. Un vino transparente, directo, que expresa la variedad, pero la variedad plantada aquí: en el Empordà. Las uvas de esta botella reciben todo el viento de la tramontana, todo ese impacto loco, pero también la influencia mediterránea.

Estamos en el Empordà. El monastrell aquí era la variedad predominante, pero después de la filoxera no se volvió a plantar tanto. Es una variedad de pasado, presente y futuro. ¿Por qué lo digo? Porque aguanta el cambio climático. En nariz —y les hablo de un vino que he tenido la suerte de probar con ellos, los que lo hacen— hay fruta, fruta, fruta total, absoluta. Un zumo de frutas. ¿Y cuáles? Mora, higo, pasas, quién sabe si, hablando de raíces, regaliz. ¿Le han visto alguna vez el regaliz? Yo tengo, y estoy harta y la quiero, porque lo invade todo. También hay eucalipto. ¿Y en la boca? Taninos suaves y —permítanme el diminutivo— redonditos. Es largo, es persistente, es simpático, no es pesado, se desliza, no te abandona, no quiere abandonarte. El monastrell me encanta porque refleja, como pocos, cómo ha ido la añada. Acumulará azúcar y concentración o no. Será ligera y fresca o no.

A petición de la Fundación Mona, el vino que tienen en la copa es vegano. ¿Y qué significa esto? Pues que no le clarifican con huevo, ni con gelatina. Quizá por eso es un vino que creo que va bien con comidas veganas. Pero también con arrocitos de carne o —atención— carnes a baja temperatura, setas. No se parece a nada, Mono. Está hecho, por estos dos tocados de la tramontana, con total sabiduría. Me encanta.