Opinión

La ansiedad de no ser suficientemente feliz

Una familia sentada en una cafetería con padre e hijos.
13/11/2025
3 min

BarcelonaHay una generación que vive con el agua en el cuello y el corazón acelerado. Una generación que ha crecido entre pantallas e incertidumbres, que mira al futuro con una sonrisa cansada y una pregunta en los labios: "¿Cómo aprender a vivir si todo parece demasiado?"

Como educadora social, a menudo me llegan historias de chicos y chicas que intentan sostenerse en un mundo que les pide más de lo que pueden dar. Algunos viven con una mirada triste, otros con la risa nerviosa de quien quiere disimular lo que siente. Todos tienen algo en común: la sensación de no estar a la altura de unas expectativas que nadie sabe exactamente quién ha fijado.

Hablamos mucho de salud mental, y es un paso adelante importante. Pero hablar de ello no siempre significa entender qué hay detrás. Muchos jóvenes viven con una angustia silenciosa: el miedo a decepcionar, a no llegar, a no encontrar sitio. No siempre es una depresión o trastorno diagnosticable. A veces es simplemente un cansancio profundo, una especie de vacío que se ha ido haciendo mayor entre presiones, pantallas, soledad y un futuro que parece cada vez más precario.

El contexto tampoco ayuda. El mercado laboral que les espera es frágil, la crisis de vivienda les expulsa y el ritmo de la sociedad no permite detenerse. Los adultos a menudo les decimos que "ahora lo tienen todo más fácil", pero quizás olvidemos que también tienen menos espacios para ser.

Una generación que pide respirar

Las redes sociales han amplificado la mirada constante sobre uno mismo: es necesario estar bien, ser feliz, productivo, coherente e inspirador. Y si no lo eres, te sientes culpable. Es lo que muchos jóvenes llaman, medio en broma, "la ansiedad de no ser lo suficientemente feliz". Pero detrás de la ironía hay un grito muy serio: el de querer respirar sin sentirse juzgado.

Como sociedad, tendemos a responder a ese malestar con recetas rápidas: mindfulness, aplicaciones de bienestar, frases motivacionales. Pero quizás lo que hace falta no es hacer más cosas, sino escuchar más y exigir menos. Volver a mirarnos con paciencia, a reconocer que la fragilidad no es una debilidad sino una parte inevitable de ser humanos.

Hay chicos que sólo necesitan a alguien que les diga que lo que sienten tiene sentido. Que no están solos. Que no hay nada malo en tener miedo. Sus historias no salen en las noticias, pero son las que mejor explican nuestro tiempo.

Detrás de cada estadística sobre salud mental juvenil hay nombres, rostros, conversaciones a medias. Y también hay una sociedad que todavía no sabe muy bien cómo cuidar a sus jóvenes sin exigirles excelencia constante. Quizás, en lugar de hablar de resiliencia, deberíamos hablar de corresponsabilidad: entender que si los jóvenes se rompen es porque el sistema que hemos construido también lo hace.

Trincheras de humanidad

Las escuelas, institutos y servicios sociales son hoy trincheras de humanidad. Hay profesionales que dejan el alma intentando dar respuestas con pocos recursos y mucho cariño. Pero el cuidado emocional no puede depender sólo de la buena voluntad de quienes trabajan en él. Es necesaria una apuesta política y social para poner el bienestar en el centro, con espacios reales de escucha y acompañamiento.

Hablar de salud mental no debería ser una moda sino un compromiso. Y este compromiso comienza por mirar a los jóvenes sin prisa, sin diagnósticos precipitados, sin comparaciones. Empieza por reconocerles la voz.

Quizá el futuro que les debemos no es uno perfecto, sino uno respirable. Un futuro en el que no tengan que disimular el cansancio, en el que no sea vergonzoso decir "no puedo más". En que la fragilidad tenga espacio para existir sin culpa.

Una generación que pide respirar no pide tanto. Pide tiempo, empatía y comunidad. Y quizás, si somos capaces de escucharla en serio, también nosotros aprenderemos a respirar mejor.

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