Por dónde empiezo

Estrella Solé: "Soy una madre divorciada y mi familia ha mudado de piel"

De la misma forma que nadie te prepara para ser madre, tampoco nadie te prepara para un divorcio

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Soy un avión atravesando una zona de turbulencias

BarcelonaLlevo unos meses soy un avión que atraviesa una zona de turbulencias. El cinturón de seguridad ya no garantiza estabilidad alguna ya ratos me falta el aire a pesar de que alguien me colocó la máscara de oxígeno cuando empezaron las sacudidas.

La fotografía de la familia de cuatro que empezó a dibujarse hace ocho años, con el nacimiento de mi primer hijo, ha tomado una nueva forma. Podría decir que el retrato familiar se ha estropeado, porque a ojos del mundo tal vez sea así, pero me resisto a expresarlo en estos términos. El nombre, a veces, sí hace la cosa, así que lo que digo es: ahora soy una madre divorciada y mi familia ha mudado de piel, se ha reinventado.

De la misma forma que nadie te prepara para ser madre, tampoco nadie te prepara para un divorcio. Cuando te divorcias, lo primero que piensas es: ¿qué va a pasar con nuestros niños? ¿Cómo se lo diremos? ¿Cómo se lo tomarán? La tristeza es un pantano enlodado que se traga. Procuras aferrarte a la consigna positiva que defiende que alargar un matrimonio sólo por no desdibujar a la familia y por hacer felices a los hijos es un error.

Te convences de que aunque dé miedo, aunque sientas que el avión empieza a tambalearse, ya no puedes hacer camino atrás, y menos por no hacerles sufrir. Todo vuela por los aires: el amor, la seguridad, la logística familiar, la fortaleza, la ilusión, el hogar... Y de repente, ensordecido por la explosión de una bomba, te encuentras en medio de los escombros de tu propia vida tal y como la conocías hacía 24 horas. Espolvoreada, con la metralla perforándote alma y carne, pruebas de reconstruirte recogiendo las piezas de tu identidad de entre los vestigios de lo que era tu familia.

Estás devastada, querrías hibernar durante siete años, necesitarías pedir vacaciones para reorganizar el caos y ser la madre fuerte y estoica que siempre has luchado por ser, pero no puedes ser madre, porque no te sientes ni persona. Y allí, en el fondo del derribo, los ojos cándidos y amorosos de tus criaturas te reclaman. Falseas una seguridad que les haga entender que todo va bien, que no deben sufrir por nada, porque tú estarás allí para seguir dándoles todo el amor del mundo, mientras por dentro te pides cómo recoy te lo harás para salir adelante . La culpa que te acompaña desde el día que pariste al primer hijo se hace grande como el monstruo de la peor pesadilla de tus criaturas.

Hoy la madre está triste

Con el apoyo de amigos y amigas, vas saliendo adelante y piensas en todas las mujeres que ya han pasado por esta situación y de su fuerza haces un estandarte. Hay días que das permiso a las criaturas para mirar la tele, saltándote todos tus preceptos educativos, sólo por tener cinco minutos para encerrarte a llorar a escondidas en la habitación. ¿Cómo se cuida bien y se educa bien a los hijos cuando no tienes ánimo ni de cuidarte a ti misma? Aprendes a combatir el dolor de no verlos durante demasiados días, aprendes a hacer torniquetes emocionales para no desmontarte delante de ellos, pero a la vez te permites ser vulnerable y les dices "Hoy mamá está triste".

Te hacen perder los nervios, sí, pero también te demuestran que son tus aliados, que se han vuelto más responsables y empáticos. Te prometes que no los malcriarás por ser la preferida; debes seguir poniendo límites y normas a pesar de que todo ha volado por los aires. Y poco a poco, sin saber exactamente cómo, te das cuenta de que has sacado paciencia de debajo de las piedras, que has hecho un máster en supervivencia, que has sabido darles amor, escucha y cuidados aunque te sintieras refotudamente sola y perdida. Y, los días buenos, incluso te permites felicitarte y te parece oír una voz interior que dice que, tal vez, ahora quizá eres mejor madre.

Soy un avión que atraviesa una zona de turbulencias y viajo con mis criaturas dentro, pero valen la pena los estremecimientos, porque el destino final es un nuevo paraíso.

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