Alimentación

Familias que evitan el azúcar: "Me he sentido juzgada, creen que es una especie de castigo que le impongo a mi hija"

Restringir el azúcar en la alimentación infantil puede ser un reto en una sociedad que normaliza el consumo de dulces

Daniela con su hija Sara
7 min

Barcelona"Me he sentido juzgada por otras familias, creen que es una especie de castigo que le impongo a mi hija, como si la estuviera privando de cosas. Pero no me hacen sentir mal, todo lo contrario, a mí me dan pena los niños que no pueden tener una alimentación sana y buena", explica Daniela Reyes, madre de S.. Ella y su pareja son algunas de las familias que evitan el consumo de azúcar en la dieta de sus hijos.

Marina, la madre de Sergi de cinco años, también lo ha vivido: "Tienes que luchar con el entorno social que no comparte tus ideas ni tus convicciones", explica. Ambas coinciden en que gestionar esta situación es complicado porque el consumo de azúcares y alimentos procesados ​​está muy normalizado en contextos infantiles. Para muchas familias, implica una vigilancia constante y tener que dar explicaciones en entornos en los que sus elecciones no son comprendidas.

De hecho, la gran mayoría de los niños en edad escolar toma meriendas poco sanas. Un reciente estudio de la Universidad Abierta de Cataluña en colaboración con la Agencia de Salud Pública de la Generalidad de Cataluña confirma que sólo el 22% de las meriendas de los niños y niñas de Cataluña se puede considerar saludable y cumple las recomendaciones de las autoridades sanitarias Estos datos muestran la dificultad real de mantener hábitos saludables en un contexto en el que los productos ultraprocesados ​​forman parte de la rutina.

Resistir a la presión social

"A veces hay situaciones muy complicadas, como la salida de la escuela o en los cumpleaños, hay mucho azúcar, mesas llenas de golosinas, patatas fritas, zumos procesados, hay de todo y mucho", comenta Daniela. Una de las estrategias que tiene esta familia para intentar evitar que su hija coma azúcar cuando tiene fácil acceso es hacer que coma mucho a casa antes de ir a la fiesta o celebración, para que llegue saciada y sin ansia, o bien llevarle su propia comida y conseguir que tenga menos interés por alimentos no saludables. Algunas familias, incluso, dejan de asistir a ciertas celebraciones para no tener que exponer a sus hijos al azúcar. Este tipo de decisiones, aunque coherentes con su modelo de educación alimentaria, pueden comportar una sensación de aislamiento social para padres y niños.

"Hay que tener cuidado porque cuando las elecciones alimentarias no son libres, la sensación de prohibición y de limitación extrema puede provocar el efecto de aumentar el deseo por el alimento, lo que se conoce como el valor hedónico y tener un efecto rebote", advierte Andrea Arroyo, psicóloga.

Cuando el control excesivo puede ser contraproducente

"En situaciones como las fiestas de cumpleaños intento relajarme. Antes sí que era más obsesiva e intentaba controlar mucho lo que Sara comía, pero lo pasaba mal", dice Daniela. Según la evidencia científica, ciertos estilos de crianza basados ​​en la sobreprotección y el exceso de control pueden aumentar el riesgo de problemas de conducta alimenticia. "Cuando existe un estilo de crianza basado en la sobreprotección materna, ésta va acompañada de este exceso de control, que puede ser controlar lo que hacen con sus amigos hasta lo que comen, y puede ser un factor de riesgo", apunta Arroyo.

"Es normal que si ves que tu madre trata ciertos alimentos con mucha limitación, miedo o prohibición, esto te marque en el futuro, la influencia de las figuras de apego condicionan muchos aspectos de nuestra vida adulta", detalla Arroyo, también profesora colaboradora de los estudios de ciencias de la salud. La actitud de los progenitores puede moldear de manera profunda las creencias y actitudes futuras de los niños hacia la comida y su propio cuerpo. La manera en que el niño ve qué relaciones tienen sus padres respecto a ciertos alimentos amolda su mirada. Sin embargo, puntualiza que cada uno interpreta el mensaje que recibe de sus padres de forma diferente y estas interpretaciones pueden llevar a consecuencias diferentes: por ejemplo, desarrollar una relación poco sana con la comida o al contrario.

El coste emocional de ser diferentes

Algunas veces, la hija de Daniela, Sara, ha llorado o se ha quejado por no comer lo mismo que los otros niños: "¿Por qué los demás pueden y yo no?", recuerda su madre. Una situación similar ha vivido Marina con su hijo: "Yo le he tenido que decir que el próximo día le traería galletas ya veces, ha comido para merendar más de las que me gustaría o de lo que yo tenía como expectativa", comenta.

El hecho de que el consumo de azúcar en las meriendas o desayunos de las criaturas esté tan normalizado genera una gran presión social sobre las familias que se salen de la norma, y ​​hace que se vean señaladas y diferentes. "Como mi limitación del azúcar no es igual que la de otros padres y temo que mi hijo se sienta diferente, acabo cediendo. Creo que hacerlo supone menos daño que el hecho de que mi hijo se sienta excluido", reconoce Marina. Entre la coherencia alimentaria y la protección emocional, muchas familias deben aprender a navegar en un entorno social que no siempre facilita ese equilibrio.

La doctora Arroyo, alerta de que este sentimiento de diferencia podría tener un efecto psicológico negativo en los niños: menos autoestima, más inseguridad o sentirse excluidos.

Encontrar un equilibrio saludable

"Cuando la veo mal porque le limito el azúcar, es como un puñal que te clavan en el corazón. Le digo que yo no le prohíbo, que puede comerlo, pero quiero que sepa que no es bueno para su salud, que no le hace bien", expone Daniela. "Ahora que es pequeña, de su alimentación me encargo yo y creo que como madre, lo mejor es cuidarla de ciertos alimentos que no son buenos", añade.

Tanto Sara, de siete años, como Sergi, de cinco, piden permiso a sus madres para aceptar algún alimento con azúcar. "Él me pide permiso y yo cedo, pero si veo que le cuesta poner el límite, pues le pongo yo, porque considero que es demasiado pequeño como para ponerlo a sí mismo", explica Marina sobre su experiencia. Daniela, si es puntualmente, acepta que su hija coma algún dulce, sobre todo si el balance de lo que ha comido ese día es muy saludable. Este tipo de acuerdos familiares buscan enseñar a los niños a autorregularse, respetando su madurez y evitando imposiciones estrictas que puedan ser contraproducentes a largo plazo.

"Me preocupa que esta restricción pueda generar un efecto rebote en el futuro, siempre lo tengo presente. Hay una línea muy fina entre intentar hacerlo bien y, al mismo tiempo, favorecer una mala relación con ciertos alimentos. Por eso intento informarme, leer y también comentarlo con el pediatra", explica Daniela.

La madre de Sara cree que es muy importante la forma en que se comunica esta restricción: que la niña no lo perciba como un castigo ni como una prohibición negativa, sino como un acto de cuidado hacia su salud, pensando en una mejor calidad de vida a largo plazo.

Flexibilidad alimentaria, educación y pensamiento crítico

Entre la prohibición absoluta y la permisividad total, existe un punto intermedio: la flexibilidad alimentaria. "Lo más recomendable es moverse en una escalera de grises y de tolerancia: limitar, pero hasta cierto punto, ajustamos el consumo de azúcar, pero sin caer en los extremos", señala Arroyo. Esto implica permitir el consumo de azúcar de forma puntual y comunicarlo de forma adaptada a la edad del niño.

"Puedes comerte este alimento, pero no va a construir tu casita de crecimiento, que es tu cuerpo, de la misma manera", explica Marina a su hijo. "Yo le digo qué hace el exceso de azúcar en el cuerpo, como si fuera una adulta, pero adaptando el lenguaje", añade Daniela. De esta forma se fomenta la responsabilidad y la autonomía en los niños, evitando el sentimiento de culpa asociado al consumo de alimentos dulces.

Adaptar el mensaje a la etapa del niño es clave para que entienda los motivos de la restricción. "Es necesario inculcar educación nutricional y pensamiento crítico (adaptarlo a la edad), porque son dos factores protectores muy importantes", advierte Arroyo. Depende de la edad puede no entender qué son los hidratos de carbono o el azúcar refinado, pero en cambio, sí puede comprender que comer muchos dulces pueden causar caries. La clave es utilizar ejemplos sencillos y cercanos que ayuden a los niños a interiorizar los conceptos.

Uno de los momentos más complejos para mantener estas pautas es la adolescencia, una etapa llena de cambios. "Si se prohíbe mucho pequeño, puede despertar un deseo intenso que en la adolescencia o la etapa adulta, en forma de venganza, se traduzca en un consumo excesivo. He tenido pacientes que han llegado a robar dinero", advierte Arroyo.

De hecho, el estudio de la UOC y la Agencia de Salud Pública de Cataluña, publicado en la revista Nutrientes, analizó 2.163 meriendas de 734 familias catalanas con niños entre los tres y los doce años y advertía que a medida que aumenta la edad de los escolares, la calidad nutricional de las meriendas baja.

No etiquetar y ser ejemplo

La forma en que los padres y madres hablan de la comida —si etiquetan como bueno, malo, permitido o prohibido— influye directamente en la relación futura de los hijos con la alimentación, porque el ejemplo que se transmite es clave. "Puede influir de muchísimas maneras y uno de los factores determinantes es precisamente cómo ven a los hijos que los padres gestionan la alimentación", apunta la psicóloga.

Para Arroyo, es importante tener cuidado y diferenciar entre educar en hábitos saludables e imponer normas estrictas. "Los límites están en evitar el autoritarismo y fomentar la cooperación. Es clave ofrecer información veraz, promover la comprensión y respetar la opinión de los niños. Esta línea roja marca la diferencia entre educar con respeto o caer en la imposición y en la pérdida de libertad en su relación con la comida", aconseja.

Por eso, entre las principales estrategias para evitar una mala relación con ciertos alimentos, está la de no categorizar los alimentos como buenos o malos. "Es un error dicotomizar alimentos, no deben demonizarse, tanto los alimentos en general como el azúcar", remarca Arroyo.

Educar en alimentación con respeto

Para ayudar a los niños a construir una relación saludable con la comida, la psicóloga remarca que existen dos recursos clave: la educación nutricional y el fomento del pensamiento crítico. "Hay que empezar desde pequeños, con mensajes adaptados a su edad. Por ejemplo, explicar que un helado no ayuda a construir su casita de crecimiento, mientras que las frutas, verduras y cereales sí lo hacen", detalla Arroyo. Este tipo de educación transmite la importancia de cuidar el cuerpo sin prohibiciones absolutas ni total permisividad, y con un enfoque basado en la evidencia científica. No se trata de eliminar completamente el azúcar, sino de enseñar a consumirlo con responsabilidad y conciencia.

Además, Arroyo insiste en la necesidad de fomentar el pensamiento crítico y la seguridad personal. "Es fundamental que los niños desarrollen criterio propio, capacidad de discernimiento y aprendan a poner límites de forma respetuosa", concluye. Esta combinación de educación nutricional, pensamiento crítico y respeto hacia uno mismo constituye una sólida base para favorecer una relación sana y equilibrada con la alimentación desde la infancia.

Cuando la obsesión por comer sano se convierte en un problema: la ortorexia

De la estricta limitación y de una mala relación con los alimentos puede surgir un problema aún más grave: la ortorexia. Este trastorno de la conducta alimentaria se caracteriza por una obsesión patológica por comer de manera saludable. A diferencia de otros trastornos, el foco no está en la cantidad de alimentos ingeridos ni en el peso corporal, sino en la calidad percibida de los alimentos. En los últimos años se ha detectado un aumento de los casos, especialmente entre 2020 y 2023.

Aunque no está reconocida oficialmente en manuales como el DSM-5, varios estudios apuntan a que está en aumento. Según un estudio publicado en Anales de Psicología , el 30,5% de los estudiantes universitarios españoles presentan un alto riesgo de desarrollar ortorexia.

"Si la dieta se vuelve muy severa y la persona excluye alimentos básicos, puede tener déficit de vitaminas y minerales, desnutrición o anemia y, en consecuencia, mayor propensión a sufrir enfermedades e infecciones", advierten desde el Hospital Sant Joan de Déu. También alertan de que las personas con ortorexia tienden a aislarse del entorno familiar y social, ya que su vida gira en torno a normas estrictas muy estrictas.

Este trastorno pone de manifiesto la importancia de fomentar una educación nutricional flexible y respetuosa, evitando la extrema rigidez y promoviendo una relación saludable con la comida.

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