Paternidad

"Cuando quedan cinco minutos, todo el mundo se pone a llorar: mamá, los niños, tú"

Un grupo de padres se reúne cada lunes en Lledoners para hablar sobre cómo la vida penitenciaria condiciona el vínculo con los hijos, y de los problemas de criar sin estar en libertad

Barcelona"Cuando tengo un mal momento, alguien me provoca o me noto a punto de explotar, me miro la mano". Carlos enseña el puño cerrado al resto del grupo. Hay un pequeño tatuaje con el nombre de su hija. El grupo, de 9 hombres, asiente con la cabeza. Uno de ellos le señala con el dedo con un gesto de “tienes razón”. Otro susurra “claro que sí, hermano”. Jon le mira fijamente sin decir nada, como si fuera capaz de leerle el pensamiento. Carlos continúa: “Es mi oxígeno. Lo que me hace tener ganas de volver ahí”. Dice éste allí mientras hace un gesto inclinando la cabeza hacia su derecha, como si se refiriera a algún sitio que está a dos calles oa un coche. Entre éste allí donde está su hija y el lugar donde está él hay 9 puertas blindadas, cinco controles de seguridad con guardas armados y una condena.

Son casi las cinco de la tarde. En lo alto del escenario de un miniteatro, que podría ser el de cualquier centro cívico o asociación de barrio, hay nueve padres sentados haciendo un círculo hecho de sillas de plástico apilables. Es el octavo lunes consecutivo que algunos de ellos vienen a esta sesión. Otros acuden por primera vez. Poco rato antes, por la megafonía de la cárcel de Lledoners, han resonado tres palabras con el sonido metálico que hacen los megáfonos repartidos por el patio: ¡GRUPO DE PADRES!

Cargando
No hay anuncios

En Catalunya hay unos 5.800 presos, casi todos hombres. El imaginario de la cárcel se exprime en la literatura, el cine, las series y los true crimes. Sin embargo, detrás de todas estas personas que hoy no tienen libertad, hay padres de familia que se pelean con los cristales del vis-a-vis, las llamadas incómodas de ocho minutos en las cabinas (a euro y medio la llamada) o las visitas de hora y media con sus criaturas.

Cargando
No hay anuncios

Pioneras en el trabajo con familias

Las cárceles catalanas son pioneras en el trabajo con familias de usuarios de las cárceles. Los programas de parentalidad, que empezaron como una iniciativa voluntaria de algunos funcionarios, ya están extendidos por todos los centros. Más que actividades concretas o acciones específicas, consiste en poner una mirada, una forma de hacer transversal bajo la premisa de que la cárcel, un lugar inherentemente hostil, no lo sea aún más para las familias.

Cargando
No hay anuncios

El programa de parentalidad lleva años coordinado por la gente de Nius, que forma y dinamiza estos encuentros y ayuda a los funcionarios que quieren participar a través del proyecto Meraki. Esta sesión de hoy, que conduce a Jan como representante de la entidad Entre Homes, forma parte de este macroproyecto que se extiende por todas las cárceles catalanas.

Con todos los padres sentados en su silla del círculo comienza la sesión. Es un escenario sin espectadores, y no hay nadie en el patio de butacas que observe a estos hombres. ¿Padres? ¿Delincuentes? ¿Presidiarios? El escenario es la cárcel y ellos saben que siempre habrá alguien dispuesto a ponerles etiquetas poco placenteras después de saber que han pasado por allí. Sin embargo, hoy no hay público.

Cargando
No hay anuncios

Jan siempre intenta crear momentos distendidos y los hace jugar. No es que haya un gran entusiasmo entre los asistentes –en alguna sesión, alguno se ha levantado indignado en esta primera actividad vociferando que “no había venido a hacer tonterías”–, pero todos acaban por venir. Es un juego de las sillas en el que la persona que está en medio debe decir que lleva una carta para alguien. Ejemplo: para quienes son del Barça. Entonces, todos los culés deben levantarse e ir a buscar una silla diferente del círculo. Siempre hay uno que se queda sin ella y termina en medio, y es el encargado de lanzar la consigna.

Durante este momento introductorio ya existe el primer baile constante de abstracción distendida y realismo crudo. Cuando juegan, parecen niños de una madriguera que están en medio de una actividad cualquiera en unos campamentos. Sin embargo, pronto está el primer impulso eléctrico de realidad. Norberto se queda en medio y dice: “Llevo una carta para todos aquellos que creen que saldremos de ese agujero de mierda”. Todos se levantan, corren, se dan la razón, chocan las manos. Luego ya es momento para el cachondeo: “Para los que se están quedando calvos”, “para los que han engañado a su novia”. Y después vuelve la realidad: “Para los que no merecen pudrirse aquí”.

Cargando
No hay anuncios
Cargando
No hay anuncios

Esperar la visita de la familia

Cuando todo el mundo ya se ha reído de todo el mundo, toca ponerse a trabajar. Jan reparte papel y boli a todos los padres. Han de escribir una carta a sí mismos. Consiste en terminar estas frases: Gracias por…., aprecio de ti que…, recuerda que…, lo siento por…

Cargando
No hay anuncios

Se concentran. Algunos escriben muy deprisa, otros se atascan en la primera: “Eh, que soy un chaval de centro de menores; ¿crees que sé escribir?". Muchos tienen dudas. Podrán escoger a cualquiera de sus compañeros para que lea la carta.

La lectura de las cartas lo mezcla todo: los sentimientos de culpa, el dolor y el sufrimiento que de los niños, las mujeres y ellos mismos, la frustración y la rabia. Hay algunos estallidos de furia. Jon ha llegado a la sesión con un portafolio lleno. Ha escrito una carta de 13 páginas en la que relata cómo se siente un interno. Quiere leerla en voz alta en la sesión y pregunta si sería posible publicarla en algún diario.

Cargando
No hay anuncios

Cuenta que está condenado por un crimen que no cometió. También habla de los testigos falsos que le amargaron la vida y que le han puesto "en ese agujero". Y cuando piensa en sus hijos y sus nietos, brota la amargura, los días acumulados en este rectángulo, una vida de órdenes, obediencia, tensión y ojos abiertos. “La vida es pasajera y todos cometemos errores. No somos libres, estamos ahí cerrados. Pero podemos ser libres de espíritu. Hay gente que está peor que nosotros. Están libres de cuerpo y presos de espíritu”.

Todos asienten con la cabeza, algunos admirados de cómo ha escogido las palabras; también hay medias sonrisas de desaprobación irónica. De repente, Jon empieza a sollozar. Todos callan para respetar su dolor. “Acabaremos todos como el otro día –dice para destensar a Carlos, fiel a su papel de líder espiritual del grupo, que no quiere que nadie ridiculice a su compañero.

Hace unas semanas, escribiendo cartas a sus hijos, muchos acabaron permitiéndose una explosión emocional que unió a los presentes y creó unos vínculos que, como las cosas que crecen lentas, nunca se sabe si están cambiando o no a primera vez ojo. Hoy esta emoción no se esparcirá como hace unas semanas. Todos se contienen, respetan el luto de Jon, pero no tienen ganas de abrirse. Algunos se marchan a otras actividades y nos quedamos en pequeño comité. Y en estos minutos de descuento aparece el gran tema: las visitas. Las llamadas. Toni lo tiene claro: “No compensa”. Esperan las visitas de los hijos como Navidad, pero pasan deprisa y luego se quedan solos, de nuevo con las rutinas, los controles y, sobre todo, sus pensamientos y su culpa. Todos sufren especialmente los días de visita aunque son los más deseados.

“Para mí es más duro que ilusionante. Tienes muchas ganas de que llegue la visita y, cuando dicen por el altavoz que quedan cinco minutos, todo el mundo se pone a llorar. Mamá, los niños, tú. Y te vas echando una mierda hasta la próxima visita. Es frío. Muy frío. Son tus hijos. Una hora y media no es nada. Nada. Pero sabes que tienes un motivo para salir de aquí y no volver a hacer el idiota”, concluye Toni.