Los antihistamínicos y la bacinilla
El besuqueo a cara descubierta entre escritores hace especular con una variante literaria del virus
BarcelonaEl “kit de supervivencia para escritores” que Grup 62 ha regalado este Sant Jordi a la gente del gremio consta de un bolígrafo, una libreta, una mochila, una botellita de agua, una taza reutilizable y una mascarilla que nadie estrenará. Habría hecho más servicio un paraguas plegable, pero se entiende que los editores no quisieran llamar al mal tiempo. También habría ido bien un blíster de antihistamínicos, porque los plátanos barceloneses y el viento han repartido al por mayor estornudos, gargantas irritadas, ojos llorosos y todo el catálogo de síntomas de la alergia primaveral.
Jardín del Ateneu Barcelonès. Jordi Foz, secretario general de Cultura, ha salido de casa muy equipado: me da medio a escondidas una pastilla que me ayudará a combatir los efectos del polen. La presidenta Isona Passola comenta en pequeño comité que uno de los camareros es mucho más guapo de lo que parecía, ahora que lo ha podido ver desenmascarado. La consellera Natàlia Garriga confiesa que está volviendo a estudiar la fisionomía de las personas del sector, porque a muchos los conoció con mascarilla y algunos cambian fuerza a cara descubierta. También tiene un aspecto diferente uno de los autores más solicitados de la jornada: el exlíder de Podemos, Pablo Iglesias. Sin cola (pero provocando colas) y en persona, es difícilmente reconocible. “Coincidí con Pedro Jota Ramírez en una tertulia y me tomó por un becario”, explicaba Iglesias a la consellera el viernes, en una fiesta previa a Sant Jordi. Abandonar el poder rejuvenece, esto es así.
En el Ateneo tiene lugar la tradicional lectura en voz alta, con textos de Gabriel Ferrater, Joan Fuster y Guillem Viladot, tres eminencias que habrían cumplido cien años este 2022. Carme Forcadell nos anuncia que leerá un fragmento de un tal Guillem Fuster y el lapsus me empuja a imaginar cómo sería un híbrido entre las dos figuras. A la hora de salir a recitar, elijo un poema breve y sarcástico de Guillem Viladot: “Dejó dicho / que en la lápida del nicho / esculpieran / este epitafio:/ Para llegar aquí / no hacía falta tanto trabajo”.
El granizo del mediodía me pilla en la superisla del paseo de Gràcia. La noticia triste: los puestos por el suelo y los libros estropeados. La imagen poética: cuando sale el sol a la una y once minutos, el astro rey es recibido con un aplauso colectivo que recuerda al que le dedicábamos al personal sanitario cada día a las ocho de la tarde ahora hace dos años. Hoy nos queremos creer que la pandemia ha quedado atrás y nos besuqueamos como antes, con alegría y cierta inconsciencia. “Todavía provocaremos una variante literaria del virus –especula la escritora Care Santos, a quien a menudo confunden con Lolita Bosch–. ¡Pobres de quienes lo cojan!”.
El cóctel de Grup 62 en el Hotel Comtes de Barcelona se hace bajo cubierto. En un arrebato de optimismo, el director editorial del grupo, Emili Rosales, ha pedido a media mañana que lo trasladaran a la azotea: por suerte, no le han hecho caso. La pregunta del día entre escritores no es si han firmado muchos libros, sino si se han mojado. Vicenç Villatoro interpreta el granizo como una especie de maldición divina. “Dios es demasiado benévolo”, le dice Lolita Bosch (¿o es Care Santos?). Pero hoy no estamos aquí para fustigarnos, sino para celebrar que Sant Jordi vuelve a tener cara de Sant Jordi. “¿Ya has hecho pipí?”, pregunta la editora Glòria Gasch a Empar Moliner a las cuatro, cuando toca retomar el maratón de firmas. “¡Pues venga, a hacer pipí!”. No me extrañaría que el próximo año el kit de supervivencia incluyera una bacinilla.