Arte

'El Cristo' de Salvador Dalí: adorado por el público, odiado por los críticos

La obra del pintor ampurdanés causó sensación, pero la crítica le reprochó la falta de misticismo

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'El Cristo', de Salvador Dalí, expuesto en el Teatro-Museo Dalí, en Figueres.

BarcelonaLa participación de Salvador Dalí en la primera Bienal Hispanoamericana de Arte, celebrada en Madrid y Barcelona en 1951 y 1952, respectivamente, causó furor: abrió sus puertas después de que el artista ampurdanés pronunció la célebre y al mismo tiempo controvertida conferencia titulada Picasso y yo en el Teatro María Guerrero de Madrid. La exposición de una treintena de sus obras fuera de concurso y en una sala especial, encabezadas por El Cristo –que ahora se puede ver en el Teatro Museo Dalí de Figueres hasta el 30 de abril–, desató una fuerte polémica entre sus seguidores y sus detractores. Esto no importó al gran público, que fue en masa a la bienal, tanto en Madrid como en Barcelona, para poder ver El Cristo de cerca.

Por lo que respecta a Barcelona, en un artículo publicado en la revista Voy, aseguraban que la presencia de Dalí había multiplicado al público que visitaba el Museo de Arte Moderno y que el domingo después de la inauguración recibió a 4.000 asistentes. La afluencia de público fue aun aumentando y llegó a ser problemática. En otro artículo, publicado en el diario Solidaridad Nacional, el encargado de la sala explicaba al periodista Rafael Manzano que los visitantes habían roto "tres veces" el cordón que protegía El Cristo: “El pasado domingo tres urbanos tuvieron que ponerse [delante del cuadro] con las manos entrelazadas para defenderlo”.

Asimismo, había otra obra que despertaba pasiones, Leda atómica. “Pondremos una especie de barricada para que no se acerquen tanto. Existen auténticos maníacos de Dalí. ¿Ve usted aquella señora con un traje sastre de cuadros? Es la sexta vez que la ve. Viene a las diez de la mañana y se marcha a las dos. Por la tarde debemos apagar las luces para que estos maníacos dalinianos se vayan”, explicaba el encargado.

'El Cristo de Dalí' expuesto en la Bienal hispanoamericana de arte en Barcelona.

Un arte con una eternidad de "roca seca"

En cambio, las opiniones de los críticos de la obra de Salvador Dalí de ese momento, ya inmerso en la mística nuclear, fueron de todos los colores. En Madrid, uno de los más favorables fue José Camón Aznar. En un artículo en el Abc cuando la bienal estaba en la capital española, afirmaba que la exposición la había sumergido en “un poderoso caudal poético, cuyas extremadas imaginaciones desbaratan la realidad y la esparcen, como en aquellos temas suyos entre poliedros y astros, por los espacios de la ensoñación”. Y subraya que lo que más le interesa es “el aspecto extrapictórico y trascendente”. “Dalí ha tenido la audacia de matar a la atmósfera. [...] Y quedan unas imágenes mineralizadas, eternas, pero con una eternidad de roca seca, de perfiles estrictos, con los relieves como mascarillas de la realidad”, glosó Camón.

Otro crítico del mismo diario, anónimo, era menos entusiasta: se preguntaba si las obras de la exposición eran innovadoras o, en realidad, anacrónicas: “Es este un arte del porvenir o se encuentra sedimentado en experiencias pictóricas que ya están agotadas?”, dice el autor. En cuanto a los cuadros religiosos, se pregunta si existe "emoción mística genuina" o si, en cambio, eran más bien escenográficos. Y un tercer crítico del mismo diario, Manuel Lavedán, encontraba que Cristo se parecía mucho a otra crucifixión que el pintor e ilustrador francés Auguste Leroux hizo para ilustrar el drama de Anatole France Boda en Corinto.

Los críticos barceloneses fueron los más duros. También en la revista Voy, Alexandre Cirici Pellicer calificaba de “publicitario” el hecho de que le hubieran dado a Dalí la sala central del museo, y solo salvaba la única obra de la exposición de la época más puramente surrealista de Dalí, El espectro del sex-appeal (1934). "Es inútil que haya querido sustituir sus símbolos personales por sugestiones sacadas del repertorio místico que él no siente", advertía. Poco después, la propia revista publicó una encuesta con las opiniones de once críticos, galeristas y artistas, muchos de los cuales fueron implacables con Dalí. Llama mucho la atención la opinión de Joan Miró, de quien citan unas respuestas que había dado al crítico Del Arco. Miró dice que de Picasso quedaría "la anécdota" y que de Dalí, a quien había definido como "un pintor de corbatas", no sobreviviría "ni eso".

Entre otras opiniones, JJ Tharrats decía que la técnica era anacrónica y que carecía de la mística: “Cristo, aunque es bello en los trazos y sobre un bello paisaje, no nos conmueve lo más mínimo (¡que lejos está del de Grünewald !)”. El artista Ramon Rogent atribuye el éxito masivo de Dalí a que sus temas son evasivos y que “satisface permanentemente al hombre que se calla”. Y el presidente del FAD, Antoni Ollé Pinell, consideraba que Dalí era un híbrido entre “un pintor industrial y un productor de estampitas”.

Exponer una fotografía después de vender el cuadro

Sin embargo, El Cristo no estuvo expuesto durante toda la Bienal de Barcelona: después de que lo comprara el Kelvingrove Art Gallery & Museum de Glasgow, el cuadro partió hacia Escocia el 1 de abril de 1952, y hasta que la bienal cerró a finales de ese mes se expuso, con el permiso de Dalí, una fotografía del cuadro del mismo tamaño. Alberto del Castillo decía en un artículo publicado en Diario de Barcelona que Dalí habría suscitado más entusiasmo si en vez de las pinturas hubiera expuesto las fotografías, porque las fotografías habrían disimulado los problemas de una obra a su juicio totalmente fallida, Leda atómica, y defectos parciales de otros como La Madona de Port Lligat, cuya mitad superior considera “detestable”, mientras que para Camón Aznar era “uno de los cuadros mejor compuestos de la pintura moderna”. También le tocó el recibir en La cesta de pan: “Es una estupenda exhibición de pintura miniada preciosista en cuanto a mimbre, menos en cuanto al pan. Y mucho menos en cuanto a las cualidades de la mesa”, concluía Del Castillo.

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