La Manifiesta del coser y recosir
Barcelona“Las obras, peso, ¡pero los edificios son una pasada!” La frase la habrá oído decenas de veces estos días hablando de la Manifiesta 15, la bienal nómada europea que tenemos la suerte –sí, la suerte– de tener estos meses por Barcelona y sus amplios alrededores. Y no lo desmentiré. Los edificios que ha puesto en primer plano Manifesta, abierta todavía hasta el 24 de noviembre, son espectaculares y, en sí mismos, ya justifican cualquier visita. De hecho, hasta el 8 de octubre le habían visitado 60.347 personas, la mitad de ellas en las Tres Chimeneas. Pero en una bienal, y más si es una que se ha posicionado desde siempre en la facción más activista y sociofilosófica del arte contemporáneo, debe leerse todo como un conjunto, desde el proceso de pensarla hasta la presentación de cada una de las obras. Y es sobre ese conjunto que me gustaría aportar algunas reflexiones.
Hay un hilo, casi literal, que enlaza muchas de las obras e ideas que atraviesan esta Manifiesta. Conceptualmente, porque la historia de la industria textil está detrás de la selección de algunos de los antiguos espacios industriales del Vallès que lo son también de la bienal; porque los dos ríos que casi la delimitan, Besòs y Llobregat, tienen una historia inseparable de esta industria; y porque la propia evolución social y económica del país, así como sus luchas, logros y vergüenzas, tiene mucho que ver.
Prácticamente, porque como ya se ha visto en los últimos años en muchas exposiciones, el arte tejido o hecho con materiales textiles ya no es una anécdota ni un subgénero “femenino”, sino que ha cogido cada vez más voladizo.
Tejer, trenzar, ensamblar
En esta bienal hay muchas obras tejidas –con hilos o con otros materiales–. La artista holandesa Fanja Bouts, formada en física y astronomía, presenta un gran tapiz colorista e hipnótico en el que describe su visión de cómo el mundo capitalista va destruyendo el mundo y la naturaleza. Está colgado en el claustro del monasterio de Sant Cugat y puede pasar tiempo mirando fascinados todo lo que muestra. Y, mucho más sutil, subiendo las escaleras hacia el primer piso del claustro encontrará en dos ventanas unas finas cortinas de seda teñidas con plantas medicinales y zurcidas con cuidado. Son la forma que tiene el artista palestino-saudí Dana Awartani de recordar, y curar metafóricamente, los monumentos palestinos e islámicos destruidos a lo largo del tiempo, cuyo perfil o forma antes ha agujereado la seda. Hay que prestar atención, entender todo el proceso de esta simple tela zurcida que puede pasar desapercibida si no se lee la cartela, pero una vez se entra, su fuerza metafórica, con las imágenes de Gaza en la retina , hace escalofríos.
Son dos ejemplos; hay más. Pero quien dice tejer dice coser, trenzar, parecer, recosir. Hay, por ejemplo, dos artistas –la sudafricana Buhlebezwe Siwani en Sant Cugat del Vallès y la senegalesa-italiana Binta Diaw en Hospitalet de Llobregat– que han utilizado las trenzas y las cuerdas para contar historias de racismo y sororidad .
En la sede principal –que sin duda son las Tres Chimeneas de Sant Adrià, el lugar donde mejor dialogan las obras y el edificio– está el magnífico espectáculo de las telas blancas en el viento de Prehensión, la obra del estadounidense Asad Raza. Con mínimos elementos –eliminar las ventanas para dejar pasar el aire y las telas colgadas del techo– consigue crear una potente instalación cargada de bellas y tristes metáforas. Y también encontramos la sorprendente alfombra de raíces de plantas Yield, de la alemana Diana Scherer; los Urchins tejidos con cuerda de pescar y técnica de puntas del colectivo neerlandés Choi+Shine Architects, o The Frankenstein Tree, el impresionante bosque hecho de árboles y ramas quemadas en un incendio forestal que ha ensamblado y rehecho el angoleño Kiluanji Kia Henda.
Cada obra tiene una historia detrás, pero todas ellas acaban configurando un subtexto, en el que encontramos como hecho común una visión resignada al pasado, un intento de buscar las formas de curar o recosir lo que queda por resistir en el presente, y un escaso aliento de esperanza de mejorar el futuro.
Archivos y naturaleza
Por eso, y no deja de ser una forma de coser también pasado y presente, en esta Manifiesta encontramos mucho material de archivo. Como los tres que se pueden encontrar en el extraordinario edificio racionalista de la editorial Gustau Gili, la sede oficial de la Manifiesta: presentaciones de documentos sobre las historias de la emigración africana en Cataluña, las luchas sociales, obreras y antisistema, y los movimientos pedagógicos rompedores y revolucionarios. O, también, toda la investigación de Domènec en la antigua cárcel de Mataró en la que, con la ayuda de fotografías y planos de diversas prisiones y campos de concentración, plantea si no sería esa arquitectura la que define el siglo XX. Y, por supuesto, los materiales que cuentan la historia y las luchas vecinales de la central térmica de Sant Adrià.
Quizás también se podrían considerar documentos de archivo las plantas vivas cogidas del entorno contaminado de la central combinadas con cableado y aparatos eléctricos que configuran la instalación Autotrophic Spectra, del francés Ugo Schiavi. Nos recuerda de nuevo dónde estamos. Qué ocurre. Cómo nos sobrevive la naturaleza. Y es que las obras que pueden verse en esta Manifiesta abren todo un mundo de relaciones y preguntas. Algunas son más genéricas y globales. Otros, y esto es lo interesante, son muy concretas y no tienen una única respuesta.
¿Y ahora qué?
¿Qué pasará en las Tres Chimeneas? ¿Cómo se descontaminará esta zona? ¿Quién lo hará? ¿Quién lo pagará? ¿Por qué no se aprovecha la inversión hecha para, mientras, seguir utilizando este espacio para otras actividades culturales o sociales de la ciudad?
Y la Casa Gomis, ¿acabará desapareciendo? ¿Ricarda se salvará? ¿Cómo?
¿Conseguiremos como sociedad, hoy, en 2024, recosir territorios, comunidades, historias, ideas, personas...? De eso, creo, va esa Manifiesta. La reflexión, al menos, en los tiempos que vivimos, es pertinente. Y las obras, en su conjunto, y unas más y otras menos, aportan miradas poéticas ya veces sorprendentes que pueden ayudar a abrir el debate.